Bye, bye, Andalucía

Nos complace reproducir en portada el artículo publicado hace unos días en su Blog por nuestro colbaorador José Vicente Pascual. Valga ello de comentario a los resultados de las elecciones autonómicas de este domingo, a raíz de las cuales será Andalucía, muy posiblemente, el único lugar de Estepaís en el que seguirá gobernando (es probable que hasta el Fin de los tiempos, aunque ahora con el apoyo de los comunistas) el Partido Socialista adjetivado "obrero" y autocalificado de "español".

Compartir en:

 

Cuando el próximo domingo los andaluces con derecho a voto acudan a las urnas para renovar el parlamento autonómico, un servidor habrá dejado de ser andaluz.

Cincuenta años después, me marcho. Creo que para siempre. Me llevo de estas tierras lo mismo que traje: ilusión por el futuro y nada más (y nada menos). Dejo el etcétera: una vida. No ha sido la mejor, ni edificante ni siquiera provechosa; pero como en la copla: es la mía y de nadie más. Y la he vivido aquí salvo necesarias ausencias, en esta Andalucía siempre tan igual a sí misma. Es lo único que no ha cambiado, el mapa y el contenido idénticos. Medio siglo para llegar al mismo punto de partida.
 
Fue en 1963, año de muchas nieves (creo que hasta cayeron por Ceuta). Mi padre se instaló con todo la familia en Granada a pesar de que la dirección de su empresa estaba en Sevilla. No quería que sus hijos creciesen como sevillanos. Los granadinos le parecían más formales, de un carácter más serio y, por supuesto, no tan dados a la hipérbole, las maravillosas banalidades y la multitudinaria folclorización de la existencia. Resultó afán inútil, al menos en mi caso: he salido hiperbólico y habitante de Sevilla los últimos tiempos. Y tampoco hay tanta distancia, ni en el tiempo ni en las costumbres. El desplazamiento en autobús desde mi domicilio en Carmona hasta Sevilla (28 kilómetros de recorrido), tarda lo mismo que en 1963: una hora. La diferencia: en 1963 los viajeros podían optar entre “pasajera” y tren (el de Córdoba, popularmente conocido como el de “los panaderos”). Una hora en tren o una hora en autobús, eso se tardaba en llegar a Sevilla. Hoy no. En nuestro tiempo hay autobuses (que tardan una hora, ¿lo había dicho ya?), pero no hay tren. Eso que no hemos ganado.
 
El detalle viene a modo de ejemplo. Qué poco ha cambiado el bello sur, que yo sepa (no es que sepa mucho pero algo sé). Sé tanto y tan poco como estas anotaciones de hace unos días, aburrido como estaba de esperar al autobús. Escribí en la pantalla del móvil,  (evidentemente de mal humor, el autobús no llegaba nunca):
 
¿Tradición? No, costumbres festivas.
¿Religión? No, folclore.
¿Arte? No, adorno.
¿Política? No, intereses.
¿Literatura? No, política.
¿Pasión? No, fanatismo..
¿Pensamiento crítico? No, cotilleo.
¿Humor? Sí, esperpento.
 
El gran sur ahí se queda, ensimismado bajo la luz tirana de un sol tan macho que es el único macho con mando en este reino. Ahí queda el sur extenso: encantado de devorarse a sí mismo, complacido en su ruido, silencioso en la esencia; el enorme decorado, la nada gloriosa, el grito para la nadería y el miedo a la verdad como miedo del anciano ante el espejo.
Cincuenta años deberían de haber dado bastante de sí. Si no fuera porque en esta tierra nacieron mis hijos y conocí a mi futura viuda (que no es de aquí ni es mamá de mis hijos ni de nadie, pero aquí nos vimos por primera vez), diría que la experiencia ha dejado poca huella, como de perfil bajo... como la plaza de España de Sevilla, ladrillo barato convertido por la fábula cinematográfica en pomposa ciudad de otro mundo; o sea. otra vez el decorado (La amenaza fantasma, George Lucas, 1999). Pero sí, hay que reconocerlo, ha merecido la pena.
 
También ella, mi terrible Andalucía, lo merece. Hasta empeñada en no cambiar nunca, lo merece. Llegué a Granada en 1963, desde Madrid, y casi todo el mundo me compadecía porque era un niño sin raíces. Me marcho en 2012 con la música a otra parte y casi todos se apiadan porque dejo atrás mi tierra y mis raíces. La misma música. En cincuenta años no se han enterado: ni tenemos tierra ni tenemos raíces, como las plantas. Tenemos pies, para ir aquí y allá. Para marcharnos. Bye, bye, Andalucía.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar