Hace unos días aparecía en prensa esta información (en la prensa económica con más detalle, en prensa generalista también, el caso es que salía): los comunistas chinos son los chinos más ricos de China, y China es el país del mundo donde hay más millonarios. Es decir, que si todos los hombres son mortales y Sócrates es hombre, los comunistas chinos son más listos que Sócrates. Al final han demostrado la certeza de aquel aserto “revisionista” de Deng Xiaoping, secretario general del Partido en remotos entonces: “No importa de qué color sea el gato, lo importante es que cace ratones”.
A ver quién discute a China y a los comunistas chinos que estaban en “la línea correcta”. Si son el país del mundo con más millonarios, debe de ser porque su sistema funciona. Han inventado, o mejor dicho, descubierto, algo que ya intuía Sócrates, aunque nunca tuvo ocasión de llevarlo a la práctica: para conseguir lo óptimo no es apropiado sumar lo mejor de cada elemento, sino lo peor. Menos más menos es más. Lo peor del capitalismo (el mercado a lo bestia) más lo peor del comunismo (una dictadura implacable), da como resultado ser la primera potencia económica mundial y, alegría, el paraíso de los millonarios. Sólo hay que ser chino y comunista (a ser posible con mando en plaza) para merecerlo. Ah, Sócrates amado: ya sabía yo que tu reino no era de este mundo.
Como dijo el señor MacNamara, director de Cocacola en Berlín (Uno, dos, tres; Billy Wilder, 1961): “Ve al oriente, muchacho. Ve al oriente...”