Como chacales hambrientos se han lanzado las huestes del Bien a la yugular de Fernando Sánchez Dragó. Esperaban cualquier excusa y han encontrado el Gran Pretexto. Llevan años teniendo que callar cada vez que el escritor arremete contra los sacrosantos principios del mundo que padecemos: igualitarismo, feminismo, buenismo, materialismo, feísmo del arte y de la vida… Esos mismos principios que ellos encarnan. Ellos: gente de “izquierdas”, pero de “derechas” también, o de “nada”. De la Nada, sobre todo: de la gran nada nihilista.
Y ahora han encontrado la excusa perfecta. “¡Pedófilo! ¡Ese libertino es un pedófilo! ¡Qué horror, qué depravación! ¡Le gustan las jovencitas pizpiretas”. Y provocativas. Como las que, con trece años, le provocaron en Japón hace cosa de casi medio siglo, y cuya anécdota cuenta ese Polanski español en el libro Dios los cría…Y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción…, un conjunto de conversaciones entre él y Albert Boadella que Áltera y Planeta han coeditado recientemente.
Nuestros pánfilos buenistas se han agarrado a las japonesitas. Hipócritamente. Sabiendo esos puritanos de nuevo cuño que lo estaban tergiversando todo. Sabiendo que basta acusar a alguien de pedófilo para que la “opinión pública” —ese tirano cuyas masas babeantes se pasman ante la caja boba— se imagine que estamos ante un degenerado que se dedica a violar o violentar niños. Nada más lejos de la realidad. Como dice el propio Dragó en el mismo libro: “No estoy hablando de casos en los que pueda mediar explotación, abusos, violencia, engaño, alevosía… Es evidente que entonces se trata de algo totalmente reprobable”.
¡Pero qué les importa! Lo único que les importa es verter (con comentarios soeces y cutres) toda su hipócrita hiel. La que amarga la vida de todos esos “liberalizados sexuales”. (No, nada de “liberados”. Liberalizados y va que arde, como corresponde a las huestes del liberalismo teñido de socialismo). Y son esos liberalizados quienesahora se rasgan las vestiduras. ¡Ellos, precisamente ellos cuya liberalización ha consistido en aplastar toda pasión erótica, en convertirla en un higiénico ejercicio reducido a banales y grises coyundas!
Todo es gris para esa gente. O “divertido” (sólo saben decir “je, je, ji, ji”). Todo es gris para el mundo al que le clavan su pezuña. Pero dentro de su pequeñez, aún les queda un “pecado”, un “tabú”. El último. El sexo con menores de edad, así sean adolescentes de trece años, está absolutamente prohibido. Y ello, cualesquiera que sean las circunstancias, la edad y el consentimiento dado por tales menores. Aquello mismo que sus legisladores han aprobado (el sexo con menores consintientes y a partir de los trece años), constituye para ellos grave pecado mortal.
Grave pecado… siempre que el “pecador” sea alguien que ataca sus miserables principios (recordemos: materialismo, igualitarismo, masificación, feísmo…). En cambio, si el “pecador” pertenece a su bando (o no pertenece a ninguno); si el pecador se llama, por ejemplo, Jaime Gil de Biedma, ese gran poeta que narra sus devaneos con jovencísimos efebos en los burdeles de Manila, ningún librero prohíbe entonces (por fortuna) sus libros; ningún descerebrado crea entonces grupos en Facebook titulados “Castración y muerte para…”. No, la muerte aún no la piden. De momento sólo hay unos que piden “Prisión” y otros “Castración para Fernando Sánchez Dragó”.
¿Por qué tanta ignominia? En parte, por un resabio, sin duda, del viejo puritanismo que aún late escondido entre babas y grisuras de eso que llaman una “entretenida diversión”. Pero no, esta explicación no me basta. Cuando hay una doble vara y un doble rasero tan manifiestos, otra explicación se impone.
Odio. “Odio de clase”, como dicen (o decían: ahora ya no se estila) es lo que mueve a los nuevos puritanos. Odio de quienes nada tienen que decir ni nada grande que proponer. Sólo la nada que consumir.
Mientras, la hoguera —la encendida por algunos libreros de Valencia— va consumiendo los libros.
(Advertencia: la visita a este grupo no implica adhesión alguna a lo que son y representan las llamadas “redes sociales”. Implica tan sólo aceptar un cierto aforismo de Nicolás Gómez Dávila. Aquel que dice: “Es lícito usar las armas del enemigo. Pero con asco”.)