Lo más chocante del último arrebato en Internet no es que haya decenas de pavas dispuestas a vender su virginidad por cantidades que oscilan entre los dos millones y medio de dólares y los seiscientos euros, sino que acudan a la miel individuos dispuestos a pagar por la supuesta desfloración. Digo supuesta porque las chicas, que se anuncian con fotografías sugerentes, muy ilustrativas, tienen unánime aspecto de ser vírgenes por la parte del cajón de la mesita de noche, único lugar donde nadie se la ha metido todavía. Pero ellos, los clandestinos compradores de virtud venida a menos, una de dos: o son imbéciles de nacimiento o contumaces depravados. La Interpol debería vigilarlos, bien para evitar que se estafen cantidades considerables a un montón de palurdos o, en el peor de los casos, previendo males mayores. No está la vida como para que las niñas se vayan con el primer menda conocido en la red que prometa un dinero por la bajada de tanga y etcétera.
Lógico: en un mundo en el que todo se compra y se vende
Vender la virginidad
Lo más chocante del último arrebato en Internet no es que haya decenas de pavas dispuestas a vender su virginidad por cantidades que oscilan entre los dos millones y medio de dólares y los seiscientos euros, sino que acudan a la miel individuos dispuestos a pagar por la supuesta desfloración. Digo supuesta porque las chicas, que se anuncian con fotografías sugerentes, muy ilustrativas, tienen unánime aspecto de ser vírgenes por la parte del cajón de la mesita de noche, único lugar donde nadie se la ha metido todavía. Pero ellos, los clandestinos compradores de virtud venida a menos, una de dos: o son imbéciles de nacimiento o contumaces depravados. La Interpol debería vigilarlos, bien para evitar que se estafen cantidades considerables a un montón de palurdos o, en el peor de los casos, previendo males mayores. No está la vida como para que las niñas se vayan con el primer menda conocido en la red que prometa un dinero por la bajada de tanga y etcétera.
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