También por mi parte meto baza en el apasionante debate que con la colaboración de José Javier Esparza, Carlos Salas y nuestros lectores se ha abierto en “El Manifiesto”. No voy a intentar dirimir un conflicto palestino-israelí en el que los criterios morales no tienen nada que ver. Esparza lo ha dejado suficientemente claro y no tendría sentido insistir más. Lo que me interesa es otra cosa, íntimamente ligada a la anterior: la concepción del mundo y de la política que subyace a la más moderna e insensata de las pretensiones. Me refiero a la idea según la cual la búsqueda del bien moral es lo que justificaría y daría sentido, idealmente, al poder político.
Idea insensata: jamás, en toda la historia de la humanidad, se había matado más cruel y masivamente —lo recordaba Esparza en su última entrega— que a partir del momento en que, con la Revolución francesa, se han empezado a librar las guerras en nombre de la “moral”.
Y si las guerras se libran (o dicen que se libran…) en nombre de la moral y de sus derechos, es porque el poder también se ejerce (o dicen que se ejerce…) en nombre de los mismos principios éticos.
—Oiga, ¿estaría insinuando que la moral de los derechos humanos, la democracia y la igualdad —es de esta moral de lo que se trata, no de otra cosa— constituye en realidad una inmensa, hipócrita falacia?
—No lo insinúo; lo afirmo. Y voy más allá: ni siquiera pretendo que se deba mantener dicha moral, pero redimida o purificada. Lo único que pretendo es que la moral deje de tener, como tal, la pretensión, insensata y falaz, de regular el campo de lo político. Lo único que pretendo es que se acabe con la actual “dictadura de los Buenos Sentimientos”, con la “hipócrita compasión de las élites burguesas”, con el espíritu de “arrepentimiento, de odio de sí mismo, de debilitación del sentimiento trágico”, como dice Alain de Benoist en un reciente artículo que pronto traduciremos en este periódico.
—¿Y qué tiene que ver todo esto con el conflicto entre judíos y árabes?
—Tiene mucho que ver. En últimas, todo el problema de Israel —su problema, en particular, frente a la opinión pública mundial (occidental, al menos)— está ahí: defienden unos principios (los de la moral de la democracia, la paz, la igualdad…) y practican otros (los del derecho de conquista que los hombres han practicado desde los más remotos tiempos, hoy inclusive, salvo que hoy se ejercen en nombre de… “la democracia, la igualdad y la autodeterminación de los pueblos”).
—¡La recuperación de la tierra de Israel no es ninguna conquista! ¡No sea usted antisemita! Se trata de ejercer los derechos históricos del pueblo hebreo para recuperar el territorio del que fue expulsado.
—Del que fue expulsado… hace la friolera de casi dos mil años. Seamos serios, por favor. Sobre la base de tales criterios ya me dirá qué se les podría oponer, por ejemplo, a los musulmanes deseosos de recuperar un Al-Andalus… del que los expulsamos hace tan sólo quinientos años. También ellos (total, estuvieron aquí más de setecientos años) tendrían derecho a volver, ¿no? Pero nosotros no los dejaríamos (esto espero al menos, porque tal como está hoy el patio…), de igual modo que los árabes, ocupantes de Palestina en 1947, tampoco les dejaron a los israelíes… hasta que éstos les vencieron.
—¿Está ahora tomando partido por el fundamentalismo islámico?
—No, en absoluto. Me limito a constatar que ellos al menos carecen de duplicidad: hablan claro y llano. Quieren emprender la Yihad contra los infieles,acabar con Israel, conquistar todo lo que puedan de Europa…, no en nombre del bien moral, democrático y universal, sino en nombre de su propio poder, en aras de que el Islam se afirme con toda su grandeza y poderío.
Y para hacer frente a tal amenaza, ¡cómo no íbamos a tener necesidad de Israel! Su existencia nos es indispensable: como fuerza de contención, eso sí, no de aniquilaciónde un pueblo palestino cuyo derecho a un Estado propio es igual de manifiesto.
Israel nos es indispensable: por más que la conquista sobre la que se asienta el Estado hebreo sea, como todas las conquistas, “moralmente injustificable”. Tan injustificable… y tan “virtuosa” (en el sentido de la virtus, palabra latina que significaba: “intrepidez, arrojo, excelencia”) como lo fue en su día, mal les pese a los numantinos, la conquista de Hispania por Roma.
Pero si ello es así, hagan el favor de dejarse de hipocresías, duplicidades y moralinas. Sáquense de una santa vez las consecuencias y enfóquense las cosas como es debido.