El castellano goza de buena salud

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 El castellano, como es correcto llamarlo dentro de las fronteras de España, y español cuando las trasciende, goza de buena salud y de perspectivas de imparable crecimiento. Ateniéndonos a la lógica impuesta por la naturaleza de las cosas, los pellizcos de la mezquindad nacionalista periférica con que pretenden tumbar a un elefante, quedará, y si no al tiempo, como materia para una opereta bufa.
 
Durante mi última visita a Barcelona me propuse auscultar la presencia del castellano en la calle, en la actividad comercial de toda índole, en las librerías, restaurantes y el largo etcétera que conforma la actividad humana en una ciudad, y el resultado de mi encuesta personal es concluyente: nunca se ha hablado tanto castellano como ahora. Resulta evidente que todas las trabas, penalización incluida, que desde el baluarte de la «cultureta», con que se pretende dificultar su presencia, está resultando estéril. Así como las limitaciones que se impusieron al uso del catalán en otras épocas, fue la causa del goce de lo prohibido, ahora está produciendo el efecto contrario. No podía ser de otro modo y en un futuro se acentuará esta tendencia.
 
Las lenguas que se hablan en Cataluña, Valencia, País Vasco y Galicia constituyen un patrimonio de España y en consecuencia su protección e incluso fomento es una obligación del Estado no entorpecer su práctica. Si no se le ponen trabas y se permite su normal desenvolvimiento ocuparán en sus respectivos ámbitos un espacio con el techo que la realidad imponga.
 
A este respecto es de recordar la respuesta que Valle Inclán dio a un periodista, cuando le preguntó al «excelente escritor y extravagante ciudadano», según certera definición del dictador Primo de Rivera, por qué conociéndose su dominio del gallego, no había escrito en ese idioma. Don Ramón fue explícito en la respuesta: «Porque si escribiera en gallego, estaría escribiendo para cuatro provincias, mientras que en castellano lo hago para veinticinco naciones.» No se de donde el autor de las Sonatas se sacó eso de las veinticinco naciones cuando en realidad son veintiuna, pero lo expresado en la respuesta era de una lógica aplastante.
 
El que suscribe se destetó lingüísticamente en valenciano y en la edad de escolarización balbuceó las primeras palabras en castellano, idioma que ha simultaneado con el primero aunque las circunstancias han impuesto con prevalecencia el de Cervantes. Sin presiones de otra naturaleza más que la imposición de la necesidad, que me ha demostrado que mi querido valenciano sirve para ir por casa, como las zapatillas y el pijama, mientras que el castellano es un pasaporte con visas para franquear fronteras.
 
Es cierto que actitudes, que peor que un crimen, constituyeron una estupidez, contribuyeron en su momento a crear un ambiente de recelo frente al castellano en Cataluña. Las limitaciones al uso del catalán al terminar la guerra civil, se impusieron, paradógicamente, contraviniendo todo el aparato propagandístico dispuesto en la zona nacional para el momento de la entrada de las tropas de Franco en tierras catalanas. Fue Dionisio Ridruejo, con la destacada colaboración de la pléyade de catalanes que por diversas vías habían huido de la zona republicana para combatir o instalarse en Burgos y Salamanca integrados en órganos y dependencias difusoras de fogosos mensajes al calor que imponía la guerra cuya suerte favoreció casi desde los primeros momentos a Franco. Ignacio Agustí, Pere Pruna, Juan Ramón Masoliver, José María Fontana, José Vergés, Martín de Riquer y una larga lista de catalanes que al abandonar Cataluña desde el inicio de la guerra, llegarían a rectificar el último verso de la canción L’Emigrant con letra de Mosén Jacinto Verdaguer para reflejar satíricamente la situación de júbilo al llegar a la zona en la que Franco ejercía plenamente sus poderes. Decía así:
 
                             Dolça Catalunya
                             Patria del meu cor.
                             Qui de tu s’allunya
                             Recony quina sort (recoño que suerte)
 
En sustitución de d’anyorança es mor. *
 
Ridruejo dejará referencia en Casi unas memorias de aquellos momentos previos a la entrada en tierras catalanas: «Como propagandista de aquella situación que llegaba a Cataluña, mi obligación era hacerla aparecer en sus aspectos positivos y estimulantes y no negativos. No consideraba yo tanto a la parte de la población que en aquella hora pudiera sentirse liberada sino a la que debía sentirse amenazada e incluso — que al asunto no le faltaba complejidad — liberada y amenazada al mismo tiempo.» Previendo situaciones que pudieran darse en un futuro, Ridruejo concluía que «Cataluña podía soportar muy bien la revocación del Estatuto de autonomía pero no la interdicción o el despojo de pertenencias fundamentales como la lengua o el estilo de vida.» Tales eran las ideas que habían elaborado en las altas instancias del Gobierno de Burgos y en la propia Secretaría General de Falange. Sin embargo, en un acto de miopía política y de nula eficacia en el futuro, sectores que asumieron un absurdo y errado patriotismo, secuestraron los camiones cargados de manifiestos y folletos en catalán y pusieron límites hasta a la sardana. La pretensión de aquellos falangistas de integrar a una de las regiones más dinámicas y cultas en la reconstrucción de Estado, se frustró y se entregaron al separatismo yacente las banderas que en el futuro enarbolarían como víctimas.
 
Los poetas, sobre todo en tiempos de guerra, suelen producir alguna que otra obra panfletaria, de la que luego reniegan al no permitir que se incluya en sus antologías. Tal sería el caso de Antonio Machado con los versos dedicados a don Enrique Líster: « Si mi pluma valiera tu pistola…», o algún que otro desahogo de Rafael Alberti impregnado de pólvora y sangre. Pero están dotados los poetas del don que los faculta para encontrar la palabra exacta, capaz de expresar, en verso o en prosa destilada definiciones precisas.
 
Vienen al caso las palabras con que Antonio Machado, en plena guerra, abordó en las páginas de Hora de España un tema, juzgue el lector si vigente. Así decía: « De aquellos que se dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc, antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse.» Y como el poeta le preguntara si un andaluz andalucista sería también un español de segunda, le respondía Juan de Mairena: «En efecto: un español de segunda clase y un andaluz de tercera.»
 
El castellano, hay que repetirlo, goza de buena salud. Valga como ejemplo la perla siguiente. Se encontraba don Gregorio Salvador realizando un trabajo de campo en un lugar perdido en el monte en una zona poco poblada de México. Iba el ilustre académico en busca de restos de arcaísmos del castellano en América. Metido en faena se encontró con un indio, analfabeto y aislado en un poblado. Sorprendido el lingüista por la calidad expresiva del personaje que entrevistaba, se lo manifestó con elogios, a lo que el indio analfabeto le contestó: «Si señor, aquí hablamos harto buen español.»
 
Yo no se cual sería la reacción de don Gregorio, pero a mí un indio analfabeto mexicano me da esa respuesta y al bajar del monte busco una gran botella para descorcharla y brindar por la criatura que dio sus primeros vagidos, según Dámaso Alonso, hace mil años y sigue tan campante. Mal que le pese a la petimetría entregada a inmersiones flatulentas.
 
Dulce Cataluña / Patria de mi corazón / Quien de ti se aleja / De añoranza muere.

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