Quieren prohibir "Los 300"

Irán nos abre los ojos

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Por una vez, a lo mejor hemos de agradecerle algo a Mahmud Ahmadineyad: que alguien, en Europa, contemple el heroísmo espartano frente a los persas desde los supuestos que ataca el presidente iraní. Tal vez haya venido de las antiguas tierras de los aqueménidas el espaldarazo necesario para que los adolescentes, los padres de los adolescentes, los gimnastas diarios, las muchachas aburridas, los adictos televisivos o las amas de casa se planteen si en el filme 300 (Zack Snyder, 2006) y en la revisión de la batalla de las Termópilas realizada por Frank Miller se está poniendo algo en juego: algo que se sitúa más allá de los efectos espectaculares, de la vistosidad de la puesta en escena, de lo atemporal de lo narrado; algo que les ataña por encima de lo efímero de una película y de unos nombres condenados al olvido en cuanto llegue la próxima superproducción.

Ahmadineyad ha tenido una doble virtud: leer la película entre líneas y advertirlo a los europeos. Sin el revuelo

El libro de Laínez "La tumba de Leónidas" de la editorial Áltera
causado por la misiva de la Embajada de Irán en Madrid, donde se sorprendían por la proyección de la cinta en España, al estar en contradicción con la “alianza de civilizaciones” defendida por José Luis Rodríguez Zapatero, muy poca gente habría visionado el film desde unos presupuestos distintos a los de una “peli” llena de sangre y muerte. Y para muchos sólo sería una especie de presentación del video-juego sacado ex profeso y que convertirá a niños de todo el mundo en émulos de Conan (perdón, de Leónidas).

Irán aún busca ideología y se rige por ella. Además, su pueblo es, según parece, orgulloso descendiente de aquellos asiáticos –aunque paganos y zoroastrianos– que construyeron un majestuoso imperio, si bien lejos de la brillantez del de Alejandro o del de Roma. Por desgracia, muy pocos serán nuestros compatriotas europeos que sepan de alguna línea de continuidad entre los persas de antaño y los iraníes de hogaño. Desaparecido el Sha y sus fastuosas celebraciones, Irán es conocido por su arraigada y extrema fe islámica. Sin embargo, a Ahmadineyad le ha molestado la película, y ha puesto a todos los espectadores de Europa y de Norteamérica, por si tenían alguna duda, en el lado de los 300 (donde, por otra parte, les corresponde estar).

Es una lástima que Rodríguez Zapatero no haya prohibido la proyección en España de la gesta de los helenos. Quizá se hubiera logrado convertirla en una película de culto, distribuida de mano en mano, con miedo a la prisión... A lo mejor, así se habría visto tomando partido no desde la identificación usual con el protagonista, sino del peligro que suponen los nuevos persas y desde la asunción de los valores europeos; valores que constituyen el nodo esencial de mi libro La tumba de Leónidas (Barcelona, Áltera, 2006).

Porque no nos engañemos, lejos está Europa de aquellos espartanos capaces de morir por la libertad de su pueblo (y el rey, el primero). No sólo nos separan los siglos, sino el vaciado de nuestras mentalidades, el desconocimiento de cuáles son los riesgos de las políticas de la contención, la paz y nebulosas “alianzas”. Ahora bien, la carta de los representantes diplomáticos en España deja bien claro que los iraníes y su presidente sí se han identificado con los persas, y les ha molestado verse reflejados de manera completamente estúpida y ahistórica. Han reconocido en aquellos que pretendían la invasión de Europa un modelo. Tal vez las amenazas a Occidente, la judeofobia y la escalada nuclear no sean meras palabras… En contrapartida, ahora nos tocaría el turno a nosotros de llevar la identificación con Leónidas hasta las heces de la verdad, y empezar a formar, sin demora, en todas y cada una de nuestras calles: las Termópilas de hoy.


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