¿Qué efecto le produce a usted oír que tal o cual grupo de extrema izquierda o derecha, un país islámico, una red alternativa, o cuatro curas “rojos” atacan el Estado de Israel verbalmente o promueven un boicot a todo lo que proceda de allí? Posiblemente ninguno. Usted está insensibilizado, pues como lo cool es decir, que Israel es el territorio del siempre sospechoso judío (que se alimenta de niños y todo esto), la punta de lanza del neocolonialismo occidental (frente a los pobrecitos muslimes), el lugar donde se decide todo cuanto ocurre en el mundo (“todo” es “todo”: de un apagón en Casas Ibáñez a un tsunami en Japón), etc., que grupitos más o menos faranduleros de activistas, partidos políticos ociosos, gobiernos que parecen no saber a qué dedicarse o “intelectuales solidarios” promuevan un boicot a Israel, amén de los usuales ataques, es algo que viene de suyo, como si fuera lo más normal.
Sin embargo, en Europa, erramos de nuevo el tiro. Si eso que algunos nos empeñamos en sentir como “Europa” existiese de verdad, y pretendiera plantearse un boicot en toda regla, y con antecedentes voluminosos, este debería ser contra Turquía. Por desgracia, en el terreno internacional, Turquía es el ejemplo más obsceno de que el viejo barbudo Karl Marx daba en el blanco: ni la religión, ni la nación, ni la raza, ni la solidaridad, ni las voces de los antepasados, ni el bucle de Jon Juaristi, ni las gaitas isleñas… tienen más capacidad de movilizar que la economía. Por eso los europeos, y los estadounidenses, callan y loan las bondades otomanas (Alemania la primera, con esos cuatro millones de turcos que viven en su suelo) y no dejan de mirar de reojo la enorme cola turcófona que se extiende por Asia, en repúblicas siempre turbulentas.
Contra Armenia, contra Grecia, contra Chipre, contra el Kurdistán, contra sus propias minorías… Turquía es el ejemplo del depredador. Todo lo que no sea turco y musulmán es despreciable, ergo, eliminable. Los armenios –desconozco el motivo, pues forman como pocas otras naciones parte de la Ur-Europa– gozan de poca empatía por nuestra península, a pesar de haber vivido un holocausto (un millón y medio de armenios exterminados por los turcos en 1914); los griegos, sin entrar en conflictos fronterizos que salpican las relaciones, ven muy lejos aquel terrible 1922, año en que Turquía realizó una eficiente limpieza étnica de dos millones de helenos; los chipriotas, por su parte, aún siguen con su isla invadida por los turcos, y la población continúa teniendo en carne viva esos campos y casas tomados, y la capital, Nicosia, dividida por la mitad, con el aeropuerto aún inutilizable; los kurdos saben muy bien que los turcos no admiten ningún tipo de componenda: asesinatos, bombardeos, etc. son las noticias usuales de esta región; y también hay religiosos cristianos que de vez en cuando son asesinados aquí y allá por algún turco demasiado creyente. ¿Seguro que La Haya no encontraría vivo aún a ningún criminal de guerra?
Como ven, magníficas credenciales para un país que aspira a ingresar en la Unión Europea. Su crecimiento lo ha realizado a expensas del nuestro. Sería, por tanto, un país del todo boicoteable si lo que movilizara fueran los mismos valores por los que Miguel de Cervantes se batió contra ellos en las costas de Lepanto.
Ahora, en este septiembre de 2011, el gobierno turco vuelve a las bravatas con motivo de esas “flotillas por la libertad” cuyo objetivo es entrar en Gaza. ¿Para cuándo una flotilla internacional que salga de Estambul hacia Lárnaka? Y digo Chipre porque deberíamos considerarla, si somos nacionalistas europeos, como algo tan nuestro como Ceuta o las Cíes… y porque sigue ocupada militarmente por los turcos, con esa ilegal, y no reconocida por ningún estado del mundo salvo por Ankara, República Turca del Norte de Chipre. ¿O es que padecemos de amnesia? Pero esto a nadie le importa. Turquía, el enemigo secular de Europa, se ha convertido en el gran aliado en la región y todo se le ha de perdonar. Y los europeítos amantes de lo exótico vuelven contando lo bien que se lo han pasado en Estambul. ¡Dios mío, si hasta Israel ha tenido buen rollo con ellos!
Nunca pensaría nuestro gran Cervantes que al cabo de los siglos se transformaría, para sus propios compatriotas europeos, en su personaje, en el mismo Quijote: ¡¿Pero quién te manda ir a luchar, Miguel?! ¡¡Que son nuestros amigos!! Y cuando Cervantes se volvió a escuchar la voz del devenir, le desapareció la mano de un bombazo.