En el PSOE se han soltado la melena y van desatados hacia la lucha final contra sus compatriotas: los vivos, los no nacidos y los cuasi difuntos. En su último congreso federal, las ideas del asesinato legalizado y del aniquilamiento de las raíces europeas (del sonoro Jaungoikoa eta lege zaharrak –Dios y las viejas leyes–) a través de un aumento del laicismo y la concesión del voto a los extranjeros, han sido los manjares exquisitos de unas siglas que aún mantienen, nadie sabe el motivo, la S, la O y la E.
Esos cuatro puntos programáticos, en los que, según los líderes socialistas, se ha de seguir avanzando y abrir un periodo de reflexión, habrían de aterrar a los ciudadanos, pues son como legalizar la pena de muerte y establecer por ley el genocidio cultural.
Para ZP y secuaces, el laicismo es que las religiones tengan los mismos derechos, que no haya discriminación entre fieles de diversas confesiones, que todas puedan optar a subvenciones y sean consideradas por igual. Pero eso no es cierto, y ellos lo saben. El PSOE, por laicismo, entiende dos cosas: ataque a la Iglesia católica, y defensa y apoyo del islam. Que Pepiño y compañía se dejen de eufemismos y subterfugios, porque lo judío les suena a Estado de Israel; les dan igual budistas, taoístas o hinduístas; y recelan de protestantes, ortodoxos, mormones y otras denominaciones cristianas. Y es así por algo muy sencillo: todos los cristianos estamos contra el matrimonio gay, el aborto, la eutanasia y somos firmes defensores de la familia. Después, en nuestras capillas y templos, adoramos como nos ha sido prescrito, pero formamos parte de una misma comunidad que tiene a Jesucristo como cabeza suprema, y con su nombre nos identificamos. Esto, a los socialistas, les da grima.
El PSOE sigue anclado en 1934, con pequeñas desviaciones a 1936 y 1939 dependiendo del oleaje: odio al cristianismo y, sobre todo, a la confesión mayoritaria (al menos cultural) de los españoles. Sin embargo, si se quiere preservar la memoria de España, y ser fiel a sí misma, el catolicismo no puede ser tratado igual que el resto de denominaciones religiosas. Y esto ha de asumirlo cualquier practicante de otra confesión. En primer lugar, porque es a la que pertenece el 80 % de los españoles; en segundo, porque es la que está ligada a la historia de nuestro país, a nuestras fiestas, a nuestro santoral, a nuestras celebraciones, a nuestra sabiduría popular… Intentar cambiar esto es suicida.
Ello no quiere decir que el resto de religiones (y, sobre todo, las cristianas) no se respeten al mismo nivel que la católica, pero suprimir las raíces católicas de España sería como intentar acabar con la historia anglicana de Inglaterra, la presbiteriana de Escocia, la luterana de Alemania, la calvinista de Suiza, la ortodoxa de Rusia o la mormona de Utah. Los ciudadanos de cada uno de esos países serán libres de formar parte de la religión que hayan mamado de sus padres o que ellos mismos adopten. No obstante, por encima de cada ser particular hay siglos o milenios cuyo borrado supondría acabar con las huellas propias de unas naciones orgullosas de haberse construido sobre una fe.
¿Pero por qué apoyo al islam? Porque es, desde su nacimiento, el enemigo por antonomasia de nuestra cultura. No olvidemos que la guerra que los muslimes iniciaron en el siglo VI contra Roma aún dura hoy, con parte de Europa (el norte de Chipre) ocupada por la islámica Turquía. A menudo estamos demasiado ocupados en Estados o micronacionalismos en vez de tener una visión transhistórica de algo en lo que nos jugamos nuestra existencia como pueblo. El laicismo es la coartada del gobierno socialista para favorecer al islam. No por amor al islam, sino por odio al cristianismo (y al catolicismo en concreto). Y si para maquillar el apoyo a lo islámico han de pagar a bautistas, judíos o Testigos de Jehová, pues bueno, se paga, que el dinero es de todos. Lo peor es que el resentimiento lleva a los izquierdistas a una ceguera suicida en temas tan cruciales como éste. También los conduce al mismo sitio la necedad, como sucede, en Valencia, desde los días del infausto alcalde Ricard Pérez Casado, gracias al cual hubo mezquita ¡cuando aún no había comunidad islámica! ¡Ay lo fashion, ay lo mediterráneo, Lawrence de Arabia y el harén!
El laicismo entendido como respeto a las creencias es algo inconcebible en el PSOE, porque, siendo ateos o agnósticos, a los socialistas la fe les parece algo ridículo y obsoleto. ¿A qué creyentes (a quienes no paguen jugosas subvenciones) engañarán?