El PSOE y su ofensiva (III): La eutanasia

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         La buena muerte la da Dios. Incluso en la tradición católica hay un Cristo de la Buena Muerte, con cofradías en diversos lugares de España, y al que José María Pemán dedicó un poema: A ofrecerte, Señor, vengo / mi ser, mi vida, mi amor, / mi alegria y mi dolor, / cuanto puedo y cuanto tengo, / cuanto me has dado, Señor. El nacimiento no es cosa de uno, pero la muerte sí, y cuantos hayan tenido el pesar y la alegría de acompañar a un ser querido en su fallecimiento, saben, si éste se halla consciente, cuán importante es que todo suceda conforme el Padre lo ha pautado, qué tranquilidad invade cuando se ha llevado la vida hasta sus últimos y sagrados minutos, se ha provisto al enfermo de todos los cuidados, y la naturaleza actúa conforme ha de actuar. Nuestro Dios es un Dios de vida, no de muerte, y el segundo mandamiento del Decálogo es “No matarás”. Muchos pensamos que ese “no matarás” carece de complementos, por lo que aplicarlo sólo al hombre es restringir la palabra de Dios. Pero éste es otro tema.
 
Cuando se ha tratado de animales, la eutanasia ha recibido siempre el nombre de “sacrificio”: “al caballo se le rompieron las dos patas, y hubo que sacrificarlo”. Nadie emplea aquí el término “aplicar la eutanasia”, pues se considera al animal una fuerza y un bien, cuya pérdida supone un perjuicio para la economía familiar. Sin embargo, era pura eutanasia: la buena muerte, la dulce, con una inyección o un tiro certero, para evitar al cuadrúpedo el sufrimiento. Antes que vivir mal, mejor morir. El hombre ejercía su poder por encima de los seres irracionales, y decidía (y, por desgracia, decide) su vida y su muerte.
 
En España, la abolición de la pena capital hizo suponer el fin de la atrocidad de que un ser humano disponga matar a un semejante escudándose en subterfugios legales. Fue un espejismo. Debía de llegar un partido, como el PSOE, en busca de un proletariado díscolo, y con ZP cual Mesías, para anunciarnos la buena nueva de que la pena de muerte ha de volver a aplicarse, aunque no a los desheredados de la tierra (asesinos, ladrones, violadores…), sino a quien ha pasado a ser una molestia para el orden burgués: niños en el vientre de madres libertinas, y enfermos (ancianos las más de las veces) al cuidado de familiares para quienes son una odiosa carga.
 
La reflexión sobre la eutanasia que se ha pedido en el último congreso federal del PSOE es un ataque al ser humano. No se puede reflexionar sobre cómo matar a alguien, aunque a ese acto se le maquille con los eufemismos de “aplicar la eutanasia”, “implementar los cuidados paliativos”, “aliviar el tránsito” o cualquier majadería que se les ocurra para ocultar la verdad: un ser humano es asesinado, en teoría, para que deje de sufrir. Pero, ¿a quién le cabrá la opción postrera del “hágase”? Determinados medios intentan vender la eutanasia como un “suicidio asistido”: alguien, en una situación límite, opta por poner fin a su vida, pero, al estar físicamente (¿o psíquicamente también?) incapacitado, necesita la ayuda de quien ejerza la presión definitiva. En el fondo, y a pesar de todos los requerimientos, no dejará de ser un asesinato. Como aquel psicópata que pidió por internet un voluntario para ser devorado, y por muy deliberada que fuera la aceptación, eso no impidió la condena del caníbal.
 
         Al igual que la ley de plazos será el coladero gracias al cual una mujer podrá deshacerse de su hijo sin mayores quebraderos de cabeza, la ley que regule la eutanasia puede convertirse en el modo de acabar con aquellas vidas que, para los más cercanos al enfermo (o al anciano…), suponen un lastre; también puede servir para que el ámbito clínico sea algo terrorífico, como las clínicas suizas que proporcionaban cócteles de fármacos a personas con depresión a fin de causarles la muerte, falsificando incluso los informes médicos.
Las futuras leyes del aborto y la eutanasia son leyes inmorales e indignas, y para colmo vienen de la mano de un partido que respecto a delincuentes, inmigrantes y enemigos de Europa es tan bondadoso, tan comprensivo y tan humanitario. Sólo faltan anuncios en las vallas publicitarias: “¡Que el abuelo no les eche a perder sus vacaciones! La firma ‘Directo al Paraíso’ les soluciona todos sus problemas”. Qué miedo dan.
 
Morir no es un derecho, sino la culminación de la vida. Mal vamos cuando una ideología (la socialista/comunista) se arroga el poder de decir quién y cuándo puede morir, quién y cómo ha de decidir, quién y de qué manera es susceptible de ser asesinado. ¿Leyes progresistas? ¿Interrupción voluntaria del embarazo y muerte asistida? Me temo que no. Es el nuevo look de la pena de muerte. Por desgracia, no se ha borrado el instinto de matar por decreto, ahora se ha convertido en más moderno y, eso sí, en más cobarde.

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