Terremoto fuerza cien con epicentro en Kabul

Las ideologías no son material exportable. La mentalidad de un pueblo no se modifica a toque de corneta.

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«En el Oriente se encendió esta guerra / cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra»… Así definió Borges el ajedrez en uno de sus sonetos. Esos dos endecasílabos valen también para encabezar la crónica de lo que ya ha sucedido y va a seguir sucediendo en Afganistán.

¿Querían globalización los maricomplejines y mariconcetes de Washington, Silicon Valley, el Pentágono, la OTAN, Naciones Unidas, Bruselas y la Moncloa? Entre otros, claro (y otras… Faltaría más. Lenguaje inclusivo). ¡Pues toma globalización!

Ha bastado, como diría el sabio taoísta, el aleteo de un puñado de kalashnikovi en la accidentada orografía de un país sin más peso que el del valor de sus guerreros y el vigor de sus cojones para que el mundo se venga abajo ‒o arriba, según se mire‒ en todos los rincones del planeta. Cuando un talibán estornuda en el paso del Khyber, el presidente de la nación más poderosa (¡ja, ja!) del planeta pilla una pulmonía.

El jaque mate de la guerrilla talibán, pues guerrilla es, socava lo que Ken Follet llamaría los pilares de la tierra.

Jaque, por cierto, es expresión de origen persa filtrada a través del árabe. Viene de sha (rey, jefe, zar o jeque). Y guerrilla es uno de los hispanismos, junto a degüello, que se ha infiltrado en la práctica totalidad de las otras lenguas. ¿Casualidades o causualidades?

El mundo patas arriba. Graznan los gansos y las ocas del Capitolio. El Imperio está en manos de un Odoacro aquejado de senilidad y, probablemente, de imbecilidad congénita. Con Trump estas cosas no pasaban. China y Rusia se frotan las manos y preparan el cuerno de la abundancia para recoger los frutos de una victoria en la que ninguna de esas dos naciones ha tenido que disparar un solo tiro. Los talibanes, a decir verdad, tampoco han disparado muchos. Quizá lo hagan a partir de ahora, pero no en el campo de batalla, sino en las cunetas, en la nuca o frente a los paredones. O no, porque todo su monte es ahora de orégano. El régimen títere del Presidente fugitivo se ha desmoronado ante ellos como un terroncillo de azúcar y se ha esfumado como una bocanada de opio. Ése que alimenta, en aras del estúpido prohibicionismo impuesto urbi et orbi por la CIA, uno de los dos mayores supermercados de narcotráfico existentes en el mundo. De él procede la financiación del terrorismo yihadista y el de la barra libre de metralletas. Occidente cosecha lo que ha sembrado.

Que el rey iba desnudo lo sabíamos todos, pero faltaba el niño inocente, marisabidillo y metepatas que se atreviera a gritarlo. Sabíamos que la necedad de todos los afluentes que riegan el sistema cardiovascular de la corrección política y del neopuritanismo liberticida imperantes en el micromundo occidental tenía bradicardia, flojera de remos, atrofia muscular y pies de barro. Ni era león, ni era tan fiero como los portavoces de la progresía nos lo pintaban. Igualitarismo, nazifeminismo, ecologismo ultra, la bruja Greta, pacifismo, resiliencia, sostenibilidad, reciclamiento, teletrabajo, sí se puede, me too, orgullo gay, transexualidad, aborto, laicismo, derechos humanos, democracia… Todo eso ‒no maten al mensajero… Yo me limito a levantar acta, como Marco Polo‒ suena a mandanga en el oído de las gentes que viven, sobreviven o malviven, allá ellos, entre el Cuerno de Oro y la frontera india. Las ideologías no son material exportable. La mentalidad de un pueblo no se modifica a toque de corneta. Métanselo de una vez en la sesera, si es que la tienen, quienes envían soldaditos recortables a los territorios que juzgan irredentos en misiones colonialistas engañosamente humanitarias. Es imposible derribar en quince días un régimen armado hasta la cepa de la dentadura si los insurgentes no cuentan con el apoyo de la población. Los afganos, mayormente, puestos a elegir, prefieren el vibrante canto del almuecín de los talibanes a los lánguidos acordes de las guitarras eléctricas de los rostros pálidos. No pocas mujeres afganas se sienten protegidas por esa jaula ambulante que es el burka frente a la lascivia que la minifalda provoca en sus paisanos. Costará admitirlo, pero es así, por extraño que nos parezca. Nosotros, los occidentales, no tenemos ninguna responsabilidad en todo eso. Yo, desde luego, no la tengo, ni mis paisanos tampoco, y por ello reivindico el sacrosanto derecho a la indiferencia frente al arrogante y antipático derecho a la injerencia.

Olvidémonos de Afganistán. No somos misioneros ni tenemos por qué salvar el alma de quienes no son como nosotros ni nunca lo serán.

No tenemos por qué salvar el alma de quienes no son como nosotros ni nunca lo serán

Malraux decía en el siglo XX que el siglo XXI sería religioso o no sería nada. La teocracia, expulsada por la puerta de la Revolución Francesa, se cuela de nuevo por la ventana.

Vuelvo al ajedrez de Borges… «Como el otro, este juego es infinito». ¡Y tanto! Se llama naturaleza humana: la de los monos sin pelo. La historia, en contra de lo que creía el bobo de Fukuyama, no se detiene nunca. Lo estamos viendo. Begin the beguine? No, por favor. Allá se las compongan. Yo me lavo las manos. Pónganse a salvo. Llegan las réplicas del terremoto.

© La Gaceta de la Iberosfera

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