En los canales de noticias de 24 horas no se habla de otra cosa: veinte años después, los talibanes han vuelto. ¡No sirvió de nada! Y todo el mundo hace un comentario simpático y apela a las leyes de la hospitalidad. ¡Pobres afganos! Pero qué demonios, ¡dejadlos vivir! En lugar del derecho a la injerencia, que ya vemos a dónde nos ha llevado, aboguemos por un derecho a la indiferencia y a la autodeterminación.
Hace poco me compré un televisor. Era la primera vez en mucho tiempo. Se siente uno extraño. No prestas atención, y luego te encuentras viendo una etapa del Tour de Polonia o un programa sobre pasteleros que parecen estar trabajando en un psiquiátrico. Hay cosas peores, por supuesto: los canales de noticias. Hay que ver a los presentadores y sus decorados. Salvo algunas excepciones, es como si la clonación humana fuera una tecnología perfectamente dominada; al fin y al cabo, el peor de todos los crímenes es la falta de originalidad. Quien dude de la existencia de las élites y de su conformismo que vea BFM y CNews. Si, después, sigue sin estar convencido, es simplemente porque forma parte de ellos.
Este fin de semana, la gran historia fue Afganistán. En primer lugar, hay que señalar que los talibanes llevan años a la ofensiva; desde hace muchos meses sabemos, tras el acuerdo firmado el año pasado entre Estados Unidos y sus antiguos enemigos, que éstos tienen vía libre para recuperar el poder que perdieron tras el 11 de septiembre. Pero no fue hasta la toma de Kabul cuando nuestros principales medios de comunicación empezaron por fin a hablar de Afganistán. Y cómo han hablado ahora. Este fin de semana, casi no tenían otra cosa en la boca. ¿Casi? Sí, casi.
Quien dude de la existencia de las élites y de su conformismo que vea un telediario
Porque al mismo tiempo una estela en honor de Simone Veil[1]había sido profanada en una subprefectura, con lo cual era también el regreso de los años oscuros, de la Bestia Inmunda y todo el tralalá. ("Simone Veil es Francia", repetían todos; sí, lo iban machando, eso y nada más, y aunque no tengo nada en contra de esta política, pese a que no creo que el aborto sea un progreso filosófico y moral muy considerable, me parece un poco exagerado, ¿no? Simone Veil es sin duda la República..., es decir, la burguesa, la endogámica, la liberal, la del individuo-rey, pero Francia..., pues quizás no, oiga usted. Habría que dejar a Francia en paz por un tiempo.)
La historia en directo en los canales de noticias 24 horas
Pero volvamos a mis talibanes, que se precipitaron sobre Kabul. La verdad es que estaban todos muy ilusionados, en las cadenas BFM y CNews. ¡Ah, eso es "historia"! Cómo nos falta la "historia" desde el final de los Juegos Olímpicos, donde los atletas no paran de "escribirla", como gritan los periodistas: 1492, la toma de la Bastilla, el llamamiento del 18 de junio,[2] la medalla de plata de Jeanne Proufignon en los 100 metros lisos, todo es lo mismo, todo es "historia", ¡sí, señora!
Los hombres no aprecian el aburrimiento, y los periodistas aún menos. Necesitan moverse, polemizar, disparar. Y por eso se alegraron de poder hacer grandes alardes, con aire muy serio, gracias al regreso de los talibanes. En la familia de los islamistas políticos radicales, como diría Jean Castex, hay que decir que los barbudos afganos son los mejores, tan testarudos que bien podrían hacer dudar de las bondades de los cursos de desradicalización a base de reflexología y paseos en poni —aunque, ¿lo hemos probado siquiera con ellos? Quizás funcionase, ¿eh? Con benevolencia y escucha, podemos cambiar a todos los hombres —menos a los nazis, claro.
El humanitarismo, ¿nuevo imperialismo?
Editorialistas oficiales, cargos electos de París o de Dordoña, ensayistas con tweed, todos coinciden en que se trata de una catástrofe. ¿Para quién? Los afganos, a los que todos parecían conocer muy bien, como si todos hubieran alquilado un Airbnb en Lashkar Gah y conocieran a la "gente" que, por supuesto, es increíblemente "amable" cuando es pobre y de otro lugar —los pobres de aquí no lo son, sin embargo—. Y luego vienen los "auténticos valores", todo eso, y qué decir de la comida local, encantadora, todo es bio, circuitos cortos, etc. Así que es horrible para el buen pueblo afgano y especialmente para las mujeres. Entonces, como en un ritual, todos pensaron que debían pronunciar la famosa frase que ya había marcado el ritmo de la guerra de 2001: "Las niñas ya no podrán ir a la escuela".
Por supuesto, estoy muy a favor de que las niñas vayan a la escuela, aunque tenga nostalgia de la época en la que tenían la suya propia: qué amores tan bonitos y profundos producía aquella frustración, aquella distancia. ¿Pero tenemos que ir a la guerra para eso, para que, en todo el mundo, las niñas puedan ir a la escuela? ¿No es ésta nuestra propia concepción de las niñas de y la escuela? Imponerla, ¿no es imperialismo? Habría que saberlo. Creí entender que todas las culturas eran iguales. ¿Por qué una cultura que priva a las niñas de ir a la escuela y las casa a los doce años ha de ser inferior a otra que las obliga a ir a la escuela y les habla de masturbación a los ocho años? ¿Y el derecho de los pueblos a la autodeterminación? ¿Quién dice que los afganos, o al menos una mayoría de ellos, e incluso una mayoría de mujeres afganas, no quieren vivir bajo la más dura y pura sharia? En la televisión o en la prensa, los especialistas contritos lo admitieron con la boca chica: en el campo, a los talibanes generalmente se les quiere. Y como el campo afgano es el 95% de Afganistán, podemos deducir que los afganos están bastante satisfechos en este momento. Es su elección, ¿no? ¿Quiénes somos nosotros para juzgarlos? Ningún sistema dura mucho tiempo si no cuenta con el apoyo de toda o parte de la población.
El Otro somos nosotros
En Occidente, las élites inventaron la democracia representativa para hacerse con el poder y, beneficiando a sus amplias clientelas, conseguir mantenerlo. En Afganistán, simplemente hay mulás y creyentes, y estos últimos siguen a los primeros; el Islam une a grupos étnicos que nunca han dejado de luchar entre sí y que quizás ahora estén cansados de ello. Un liberal me responderá: "Pero ¿qué pasa con el director y el escritor que piensan como nosotros?
Ése es el problema de los liberales: lo que les gusta en el Otro son ellos mismos
Ése es el problema de los liberales: lo que les gusta en el Otro son ellos mismos; en las personas, sólo ven a los que son como ellos; por ejemplo, porque se toman un vaso de vino blanco en una terraza con un poeta tunecino y pasan una hora feliz con una estudiante magrebí, deducen que los árabes son "como nosotros". Para ellos sólo existe lo particular, nunca lo general; la excepción aniquila la regla.
El afgano está de moda
De acuerdo, entre los millones de afganos que intentarán venir a Europa, para unirse a los cientos de miles que ya han llegado y que están enriqueciendo considerablemente el continente, habrá sin duda ingenieros con gusto por el vino de Borgoña y lectores de Balzac. Habrá algunos. Pero la gran mayoría, seguro, vendrán con principios del siglo XII —que son muy respetables—, sólo aprovechando la coyuntura para llevar a cabo una migración económica ante la cual, como en 2015, se plegarán nuestros dirigentes. Además, en BFM y CNews, la pregunta no era: "¿Cómo evitar que lleguen?", sino "¿Cuántos debemos tomas?".
Ahí lo tienen, todo el mundo está de acuerdo, es un hecho que debemos, en nombre del derecho de las niñas a ir a la escuela, acoger a muchos afganos. Es cierto que, para estos comentaristas, los franceses no son más legítimos en Francia que cualquier otro; Francia es un "territorio" que debemos compartir. Hay que ver las cosas de forma positiva: lo italiano, lo indio, lo tailandés, todo eso está muy bien, pero lo afgano es otra cosa, es lo absolutamente exótico.
Hay algunos que sacarán tajada a base de bien, créanme
Es imposible perder una cita con un afgano. Y todos estos repartidores de Uber, todos esos lavaplatos y almacenistas pagados en negro, toda esa carne de cañón para las ONG promigrantes, ninguna frontera habrá para ellos. ¡El premio gordo, oiga usted! Hay algunos que sacarán tajada a base de bien, créanme.
¿Qué hacer? ¡Nada!
No hay mal que por bien no venga, ¿verdad? ¡Música, maestro que aquí la propaganda se va a desatar que no veas! ¡Libération nos va a encontrar al único rockero afgano transgénero y tatuado! Y cuando dentro de tres meses los "refugiados afganos" se inmolen en un museo, y cuando dentro de seis los "refugiados afganos" violen a una adolescente en el metro, y cuando dentro de diez meses un "refugiado afgano" degüelle a los transeúntes en las calles de Verdún, no vengan a hablarnos de casualidad. Porque l
Las civilizaciones, las culturas, los pueblos, en realidad no existen, dicen ustedes
as civilizaciones, las culturas, los pueblos, en realidad no existen, dicen ustedes. Todos, en cualquier parte del mundo, somos individuos, todos nos creamos, nos modelamos y nos reinventamos a nosotros mismos. El ser es un acto de pura voluntad. ¿Qué hacer entonces? Bueno, ¡nada y todo! Nada en Afganistán, salvo dejarlo a su suerte, que le pertenece. Y todo en las fronteras de Europa, para hacer retroceder a los inmigrantes ilegales que lógicamente acudirán, ya que conocen demasiado bien la insignificante debilidad de nuestras élites. El derecho de injerencia ha fracasado, siempre fracasa, como decía Robespierre, y tanto mejor. Frente a los arrebatos del mundo, cuando se es soberanista y antiimperialista consecuente, lo que hay que defender, por el contrario, es el derecho a la indiferencia.
© Éléments
[1] Simone Veil (que no se debe confundir con la filósofa Simone Weil), fue una ministra de Giscard d'Estaing, judía y deportada a Auschwitz, que en 1974 aprobó la ley de despenalización del aborto en Francia. (N. del T.)
[2] El llamamiento del 18 de junio es el que, en tal fecha de 1940, el general De Gaulle efectuó desde Londres llamando a la resistencia frente a la invasión alemana. (N. del T.)
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