Aunque parezca mentira, Tariq Ramadan tiene pasaporte suizo. Así que bajo el estandarte de la cruz predica su fundamentalismo islámico por donde quiera que va. Ahora se halla en Oxford, largando sobre temas de la media luna, y fue invitado por la lumbrera de Tony Blair para un comité de expertos en torno al terrorismo.
Sus clubs de admiradores–en España tiene abundantes, y se enorgullecen de serlo– se refieren a él como “sabio islámico”, pero estrictamente no deja de ser un simple profesor universitario. Al menos, eso sí, cuenta con una amplia obra de ensayo a sus espaldas, no como la mayoría, en esa institución feudal, que olvidó escribir después de leída la tesis.
Tariq Ramadan, además, va de seductor, con voz dulce, y dice las cosas sin alterarse (es parte de la estrategia, por supuesto). ¿Qué cosas? Por ejemplo, que un musulmán francés ha de decir que él es, por encima de todo, musulmán, pues “francés” tan sólo es una denominación geográfica. Asimismo ha afirmado que no toda la música es pecaminosa, o que convendría realizar una moratoria respecto a la lapidación en los países musulmanes. Esto último tuvo lugar en un debate televisivo en el cual intervenía también el entonces ministro Nicolas Sarkozy fustigando a Ramadan y su hipocresía con todas sus fuerzas, dado que Ramadan ni mucho menos pedía la prohibición de lapidar a las adúlteras, sino “une moratoire”… Y tal como habrán podido concluir, el egipcio (con pasaporte helvético, vale…) es un defensor a ultranza del velo en todos los casos, de la segregación de los sexos, y de la prohibición del bikini y del bañador, es decir, de ir a las piscinas o a la playa, así como de otras muchas normativas o majanadas que contravienen el menor sentido común y el hedonismo tan propio de la cultura europea, sobre todo mediterránea. Ramadan, recientemente, ha publicado una “hagiografía” de Mahoma, y le ha salido un retrato que, si nos ponemos a hacer comparaciones, San Francisco de Asís resulta ser del Ku-Klux-Klan.
Pero a algunos medios les gusta mucho Tariq Ramadan. El País, por ejemplo, diario al que ya ha concedido diversas entrevistas, lo pasea siempre como muestra del islam moderno. Quizá les recuerda a un príncipe de Las mil y una noches, obra que ningún pijo-alternativo ha leído pero que todos tienen en la cabeza como muestra de lo que debe de ser la cultura muslime.
Pero Ramadan es muy peligroso, mucho. Es preferible un psicópata llevando en una manifestación pancartas de “Muerte a los cristianos”, o un analfabeto gritando que hay que matar a quien no sea musulmán, que ver cómo es paseado este nieto de Hassan al-Banna, fundador del grupo fundamentalista “Hermanos Musulmanes” prohibido en Egipto, mientras provoca con sus falsas declaraciones, haciéndose el bueno cuando predica el rechazo a los valores europeos, y maravillando a los incautos con el concepto fantasmal de “euroislam”.
Hace pocos días ha estado en Granada, es decir, nuestra Elvira o, aún más arcaico, nuestra Iliberri (a todo esto, ¿no se le podría cambiar oficialmente el nombre y olvidar el término mestizo en beneficio del latino, más propio?), y con su tono sibilino ha afirmado que “La Alhambra demuestra que Europa también es el islam”. Ya estamos. La Alhambra (reconstruida y falseada hasta el vértigo con delirios pseudorromanticones) demuestra una sola cosa: lo que Europa jamás ha de volver a ser, porque nunca lo fue. La Alhambra muestra la Europa invadida, los europeos sometidos, la tradición propia pisoteada. Eso muestra, Tariq, eso. Pero quizá algo más: la Alhambra es, asimismo, la imagen del islam derrotado, la de la enseña victoriosa de Europa sobre una invasión (¿cómo decís de Iraq…?) genocida e ilegal. Recordémoslo siempre. La Alhambra es vuestra humillación, como la catedral de Córdoba, por eso os son simbólicas. Así que, Tariq, ¿qué estáis pretendiendo al venir a acosarnos?