De cuando la medicina era española (y, la mayoría, valenciana)

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Es sólo un pretexto, pero un pretexto importante: acaba de ser publicada por la editorial valentina L’Oronella (http://www.oronella.com) una obra importantísima de la Edad Media valenciana e hispánica: el Regiment preservatiu i curatiu de la pestilència [Régimen preservativo y curativo de la pestilencia], es decir, de la peste, del médico y poeta Lluís Alcanyís (Xàtiva, La Costera, 1440 – Ciutat de Valéncia, L’Horta, 1506). El Regiment preservatiu de Lluís Alcanyís, aunque parezca un título destinado en exclusiva a médicos o sanadores de aquel tiempo, es una obra divulgativa. Publicada en torno a 1490, Alcanyís intenta prevenir con ella la difusión de la peste entre la población en general, especialmente entre una burguesía que sabe leer, pero que no conoce el latín, lengua universal de la ciencia durante el Medievo.
 
El volumen que ahora se publica lo componen la primera edición del facsímil conservado en Bethesda (Maryland), su transcripción y edición, un necesario glosario, y una apabullante introducción de casi 200 páginas, todo ello a cargo del escritor y doctor en Medicina Paco Tarazona, autor, en lengua valenciana, de dos novelas y un libro de ensayo.
 
El de Lluís Alcanyís, primer catedrático de Medicina de la Universitat de Valéncia, no es un caso aislado en aquellos años del incipiente nacimiento de la España moderna. Su nombre se ha de sumar al de otros muchos españoles (y, en numerosos casos, valencianos) que dieron a la ciencia y a la medicina momentos de esplendor. Alcanyís, así, no sólo ha de ser recordado como autor de esta obra (única suya que nos ha llegado, junto a un poema en el primer libro publicado en España, en 1474) sino por haber revolucionado los estudios de Medicina de la época, al incorporar la cirugía a los programas universitarios. Hasta ese momento, la práctica quirúrgica era considerada un suerte de oficio artesano, incluso con un gremio propio, de categoría notablemente inferior. En esta ampliación de los estudios médicos tuvieron mucho que ver también Lluís Dalmau, Pere Pintor y Ferrer Torrella. Los dos últimos, junto con Gaspar Torrella, fueron médicos particulares del Papa Alejandro VI (Roderic de Borja); en concreto, Pere Pintor era reconocido como la máxima autoridad mundial sobre la sífilis –enfermedad de la que trató a otro Papa, Julio II (Giuliano della Rovere)– y, de hecho, uno de sus libros fue plagiado por el alemán Wendelin Höck.
 
Pero esta floración en los años fundacionales del Renacimiento no surgió de la nada. Ya en el siglo XIII, el Reino de Valencia había proporcionado al mundo de la ciencia otro nombre básico, Arnau de Vilanova, autor de obras teológicas y médicas; o, en el Trescientos, el de Francesc Conill. A principios del siglo XV, justamente en 1409, cabe destacar, a cargo del mercedario Gilabert Jofré, la creación, en la Ciudad de Valencia, del primer manicomio del mundo, el Hospital de “Ignoscents, Folls e Orats”.
 
Se trataba, por tanto, de iniciativas pioneras, de investigaciones de primera categoría, y de un movimiento científico-cultural que situó al Reino de Valencia, y a toda su esfera de influencia (las zonas más avanzadas del Principado de Cataluña, en particular la ciudad de Lérida; o parte de la Occitania relacionada con la Corona de Aragón: la ciudad de Montpelhièr), en lo más excelso de la medicina medieval y prerrenacentista, entroncando con el saber grecorromano que, en ciertas zonas de Europa, se había reducido en demasía o había sido estigmatizado por el cristianismo.
 
España ha de sentirse orgullosa de haber proporcionado a la naciente Europa una cohorte de médicos que instauraron las bases para ulteriores ampliaciones de conocimientos. También aquí la huella española dejó sus signos para la posteridad.

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