La europeidad innegociable de nuestra tierra
Ceuta y Melilla, españolas (contra la fábula neomusulmana)
Josep Carles Laínez
10 de noviembre de 2007
Los “hermanos” de los conversos españoles al islam se manifestaron junto a la frontera española en Melilla el 6 de noviembre de 2007. Según cuentan, la visita de los Reyes a las ciudades liberadas de la antigua Mauritania Tingitana ha alzado las protestas y la indignación del tendero, del ministro y de la cuarta esposa del pescador, en un país que no llega al medio siglo de historia, frente a los más de dos mil que podemos acreditar los europeos de pertenencia a ese suelo y a esas costas. Desconozco si entre esos centenares de personas había descendientes de aquellos moriscos que, a Dios gracias, fueron expulsados de Europa, aunque demasiado tarde, y a una tierra que fue el esplendor de Roma antes de ser arrasada por las hordas orientales.
JOSEP CARLES LAÍNEZ
Tal vez hubiera descendientes, tal vez no, pero viéndolos con sus banderas y sus gritos, tan provocadores como incultos (“Ceuta, Melilla y el Sáhara son marroquíes” ¡?), uno piensa en los deseos de los neomusulmanes españoles, con el apoyo de Izquierda Unida y otras organizaciones pánfilas, de otorgar el acceso a la nacionalidad española a quien pudiese acreditar que su antepasado moro nació en las Alpujarras o en Albarracín. Confunden continente con contenido, la religión con la nación, el pasaporte con la tarjeta de El Corte Inglés, con una sola mira: colonizarnos paulatinamente y sustituirnos. No se trata de países, se trata de querer imponer lo que al europeo repele.
Demencia neomusulmana
A los neomusulmanes, que pensaban que el islam era la alfombra de Aladino, la Sheherezade de Rimsky-Korsakov o los cuentos de hermosas muchachas (esclavas, por supuesto) de Las mil y una noches, debe recordárseles que de sus muestras de “buena voluntad” se ve el eco en días como los pasados: ésos son ahora sus compatriotas. Si no fuera así, ¿para qué pedir la cesión de la catedral de Córdoba como lugar de culto muslime?, ¿por qué desear la doble nacionalidad para algunos magrebíes?, ¿por qué la concesión de la nacionalidad por parte del gobierno socialista con poquísimos años de residencia en nuestro país?, ¿por qué Felipe González convirtió ipso facto en españoles a masas de marroquíes ilegales en España?, ¿por qué la amistad y la humillación ante quien intenta a toda hora desestabilizar la europeidad innegociable de nuestra tierra en África?
Me ha gustado la determinación de los Reyes de ir (¡32 años después!) a parte de la España que hay al otro lado del Mare Nostrum (es decir, “nuestro”, no de otros). Ceuta y Melilla (como las islas Canarias, por donde nuestros antepasados romanos ya bambaron), habrían de estar más presentes en el imaginario de España y de toda Europa. Por lo que son y lo que representan: imagen de orgullo y necesaria continuidad histórica entre milenios. Sin olvidar, por supuesto, a los contingentes del ejército en las islas Alhucemas, las islas Chafarinas o el peñón de Vélez de la Gomera.
Sin embargo, en Marruecos aún viven con la fiebre postcolonial. El rey condena “enfáticamente” la visita, y el ministro de Comunicación pide un “arreglo definitivo” con España, y sigue con el insulto a los Reyes y a todo nuestro pueblo al referirse a Ceuta y Melilla como “ciudades marroquíes ocupadas”. ¿Y la respuesta de Moratinos? Volando voy, volando vengo…
Según las agencias, otro de los gritos que coreaban los manifestantes frente a la frontera española con el actual Reino de Marruecos era: “No queremos fronteras, queremos la tierra de nuestros abuelos”. Ante ese absurdo, habría que responderles de manera tajante: “No queremos fronteras, queremos las tierras donde murió un europeo”.
¿Te ha gustado el artículo?
Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.
Quiero colaborar
Otros artículos de Josep Carles Laínez