Siempre la misma gente, los mismos arrimados, las mismas caras de las mismas celebrities de siempre, tropa que igual sirve para bailar que para ser jurados de talentos en ciernes, para hacer costura o cocinar un solomillo Wellintong en cualquier masterchef, para meter pasteles en el horno, cotillear a gritos en los sálvame patrios, dejarse comer por los mosquitos en una isla de supervivientes o practicar apnea en una pecera. Siempre las mismas bobadas protagonizadas por la misma cuadrilla de mantenidos, ahí a tope chupando de los presupuestos de TVE, o sea, del fondo común que generosamente ponemos a su disposición los demás españoles.
Siempre los mismos programas, los mismos informativos con las mismas noticias, los mismos documentales sobre los mismos asuntos —lo malos que fueron los nazis, lo malos que son los israelíes, lo malo que es Putin, lo malo que es Trump—, siempre las mismas tertulias con los mismos tertulianos que repiten siempre las mismas opiniones, siempre moderados por los mismos presentadores, la misma propaganda, la misma melaza y la misma inquina de siempre contra los de siempre porque lo que no concuerda con lo de siempre no tiene cabida en la televisión de todos, como siempre. Siempre la misma basura, la misma manipulación, la misma doctrina pasada de fecha que ya huele masticada por los de siempre. Eso es democracia para siempre, igual-igual para siempre. Eso es libertad informativa, también para siempre.
Malnacidos… En tiempos de Franco cambiaban más las caras de la tele. Los discursos no cambiaban, es verdad, pero tenían la ventaja de que todos sabíamos que no eran para siempre.