TVE es la televisión de todos, aunque de algunos es más que de otros. Desde que un vasco podridamente genial, Gabilondo, introdujo en España el periodismo de opinión y de paso la posverdad y de paso la crónica mercenaria, no ha habido quien maneje con menos repugnancia y más creatividad el arte del propagandismo a babas que otra caída de la fábrica euskalduna: la inconmensurable Silvia Intxaurrondo. A dictado de quien le paga, desde hace años convierte las mañanas televisivas —recuerden, TVE, la de todos— en alegato desesperado a favor de los suyos y en furiosa contra de quienes se oponen a los suyos. En este caso sí es relevante señalar quién le paga, porque los contratos profesionales —“profesionales”— de los que se beneficia son de escándalo; unas millonadas obscenas que salen del erario común de los españoles y que sirven para mantener en alto la vigilancia gubernamental de la Juanita de Arco sanchera. En la oficina de prensa del PSOE no hay hagiógrafos de Pedro más entusiastas ni más entrenados que ella.
Acusó de mentir a Feijóo porque su presidente nunca ha mentido, ni a bordo del Falcon ni en tierra firme. Esa es la ecuación a partir de la cual establece la señora sus niveles de objetividad informativa. Hay que tener sentido patrimonial de un medio y sentirse inmune, intocable, para tanta desfachatez. Seguro que no tiene cadáveres en la nevera. Seguro. ¿O no tan seguro? Cuando sus propios compañeros de TVE recurrieron al Defensor del Pueblo porque la televisión de todos se transfiguraba en la televisión del gobierno —o sea, como si el Comité Central del PCUS hubiese maniobrado para librarse de Stalin—, ella, en sus alturas, ni frío sintió. Ni se inmutó. El poder sólo tiene una cara y una mentira que repetir, y una represalia con la que amenazar a la plebe. En TVE, hoy, esa cara y esa mentira y esa amenaza sólo tienen un nombre: Intxaurrondo. Al final será ella como el célebre gitano del chascarrillo, a quien la esposa despedía en su entierro con sentido “¡Adiós saco de verdades!”; un asistente a la ceremonia preguntó: “¿Cómo saco de verdades, si no ha dicho una en la vida?”. Respuesta: “Por eso mismo, porque las lleva todas dentro”.
Así la dama. Así ellos, los augures televisivos de la posverdad.