Siempre las vanguardias, más allá de la fuerza imperativa con la que irrumpen en la escena del arte o de la política, llevan incoada la semilla de su propia defunción.
Estamos en el punto de dar un paso más que consiste en decir que los inteligentes, por el hecho de serlo, oprimen a los que no lo son tanto: a los tontos.