El juego del zote

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"Lo correcto es lo correcto aunque nadie lo haga; y lo incorrecto es lo incorrecto incluso si todos los hacen". Sabias las palabras del historiador de Hipona que, aunque pronunciadas hace más de un milenio, cobran de nuevo protagonismo. La pregunta que cabría hacernos es la siguiente: ¿qué es lo correcto y qué lo incorrecto? Obviamente, para el común de los mortales, lo primero es aquello que comulga con la religión totalitaria de la izquierda caviar; lo segundo, la herejía, la apostasía, el cisma, la contracultura que unos pocos se esfuerzan por mantener a flote.

¿Me fotografío en los toros? Censura. ¿Asistencia de menores al espectáculo más nacional? Prohibición. ¿Pasquines de la guisa “apaga la tele, enciende tu clítoris”? Que no falten. ¿A qué viene todo esto, se preguntarán? Al triunfo sin censura del totalitarismo cultural cuyo último ejemplo podemos encontrarlo en una serie de la que todos hablan, donde la vida no vale nada y sus protagonistas mueren por el mero hecho de perder al escondite o a las canicas. El juego del calamar es una distopía que mezcla la crítica con la reflexión: seres endeudados, desheredados por una sociedad consumista que se agarran a cualquier alternativa para dejar atrás sus problemas. Es un juicio de cómo la sociedad actual ha llevado a la población a una competencia extrema diseñada por un grupo de personas en el poder. ¿No es ello el claro reflejo de una colectividad cada día más aborregada?

Las preocupaciones de medios, padres y educadores gira en torno a un contenido de ficción mientras la distopía española, la cruda realidad, pasa desapercibida ante sus propias narices. Fácil es tomar las de Villadiego, coger el olivo, que dirían los taurinos, y culpar a otros de un comportamiento familiar y social más cercano a las acémilas que al propio género homo. Salarios ínfimos y contratos temporales, inflación descontrolada y reducción del consumo pasan inadvertidos porque el homo ovis se enchufa a la caja boba y los problemas parecen desaparecer. Pasamos a una realidad paralela que muchos se resisten en dejar atrás. ¿Para qué abandonarla? Menuda golosina nos ponen delante nuestros queridos pastores: ayudita del alquiler y cheque culturalito destinados a la juventud que habita en ese mundo de Yupi del que hablamos. Sin parar a pensarlo demasiado, la actual existencia no es más que un juego donde el poder te compra por unos cientos de euros – por otra parte, robados a tus padres – y, a cambio de ello, perpetúa sus posaderas en Moncloa. El juego del zote, pues, consiste en ver quién es más tonto, si los analfabetos funcionales que ponen la zanahoria o los mendrugos que piensan que van a poder alimentarse con ella. Si en la ficción la derrota en el juego se paga con la vida, con la res extensa, en la realidad el precio es aún mayor: la pérdida de la res cogitans o los escasos vestigios de entes o seres pensantes que aún forman parte de nuestra sociedad. En esencia, el fin de la identidad personal, social y nacional.

Mientras se consume violencia indiscriminada desde edades tempranas, los toros, una vez más, quedan fuera de esos bonos culturales. Pensándolo fríamente, casi mejor, porque los aficionados a este rito, por pollos que sean, aún tienen las neuronas y el gusto por la estética del que carece el ejército de mentecatos que sí va a disfrutar de ese bono psoecultural. ¿Cómo vamos a dar ayudas para que crezca la afición a los toros? No sea que los niños, en los recreos, en lugar de divertirse recreando series de extrema rudeza, jueguen al toro potenciando valores como esfuerzo, solidaridad, respeto, tesón, compañerismo o disciplina. En definitiva, cualidades vitales execradas por todos aquellos que se conforman con seguir al hatajo. Si no consideran cultura a un espectáculo que produce belleza mediante la creación efímera de formas, que cuenta con sus propias reglas y que representa la realidad en una actividad consciente del que se juega la vida cada tarde, háganselo mirar, pues no hay más ciego que el que no quiere ver. ¿No nos enriqueceríamos como sociedad si nuestros jóvenes contaran con los atributos anteriores? Abandonemos el juego del zote y dejemos que los niños vean y jueguen al toro. El futuro nos los agradecerá.

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