Una de las ventajas de la digitalización es que lo que se publica hoy podrá ser consultado dentro de algún tiempo con la misma nitidez con la que cualquier lector está leyendo ahora este artículo. Tal circunstancia permite adoptar una perspectiva que hace décadas era menos real. Un periódico impreso en papel es perecedero; y aunque ha habido autores que escribieron de manera expresa pensando más en los lectores del futuro que en sus contemporáneos, solo unos pocos consiguieron su objetivo.
Por eso, escribir ahora teniendo en cuenta un lector de dentro de cinco o diez años no es tan absurdo.
Es más fácil vivir con una mala lógica que con un mal sentimiento. El ser humano es capaz de pensar contradictoriamente y no tanto de sentirse culpable.
Durante siglos se ha ido sedimentando el espíritu de la culpabilidad. Digo espíritu porque la culpa se asocia indisolublemente al alma. Al alma individual y al alma colectiva. Para muchos no hay nada peor que sentirse culpable. Escribió Calderón que “el mayor delito del hombre es haber nacido”; pues, por el camino que vamos, pronto nos sentiremos culpables por ello. De momento empezamos a experimentar ese sentimiento respecto de acciones que están relacionadas con el existir, como ensuciar, copular, ser propietario y comer o beber ciertas cosas. E incluso pensar racionalmente.
Contaminar equivale a ensuciar, aunque sea por necesidad. A veces, para producir no queda más remedio que ponerlo todo sucio. Sin embargo, contaminar se ha convertido en algo pecaminoso; sin que nadie haya sido capaz de resolver la ecuación que enfrenta la sostenibilidad ambiental con la económica. Y menos todavía la insolidaridad planetaria que supone que mientras unos países restringen sus emisiones de CO2 otros saquen ventaja competitiva de no hacerlo.
Copular siempre ha sido pecado; pero ahora más, por implicar la participación de un hombre y una mujer. El acto sexual entre hombres o entre mujeres no es cópula; y ni está mal visto ni es old-fashioned. Hay cierta proscripción del sexo (hetero), sobre el que se cierne una especie de presunción criminal.
Según la feminista MacKinnon, “la violación y el coito son difíciles de distinguir”
Al fin toma cuerpo la idea de la feminista MacKinnon, según la cual “la violación y el coito son difíciles de distinguir”. Como sabe el lector, ya tenemos nuestro Proyecto de ley de “solo sí es sí”, que no es más que la versión castiza del “in dubio (contra) reo” masculino.
Beber, pero sobre todo comer ciertos alimentos, también es pecaminoso. Se habla de la cantidad de agua que se necesita para producir una libra de carne, pero no de la que se requiere para cosechar un cesto de pepinos, olvidando que los seres humanos somos omnívoros.
Comer carne es inhumano. El animalismo propugna el reconocimiento de derechos y dignidades a los que, desde una reciente reforma de nuestro Código Civil, ya no se les considera cosas, sino “seres sensitivos”. El otro día, una concejal “casó” a dos perros en un salón de plenos municipal, actuando como padrinos dos policías nacionales.
Como ya dije en un artículo anterior, la tendencia es hacia la erradicación de la propiedad. Según una de las predicciones del Foro Económico Mundial, en 2030 “no tendrás propiedades y serás feliz, alquilarás lo que quieras y será entregado por un dron”, cosa que había predicho Jeremy Rifkin en el año 2000, cuando escribió su libro sobre La era del acceso.
La propiedad es un derecho esencial sin el cual los demás pierden su sentido. Se habla de alquileres masivos eludiendo la cuestión de que para que haya arrendamiento alguien debe ser el arrendador (propietario de la cosa).
Quien tiene el control sobre tus bienes tiene el control sobre tu vida. De qué sirve reclamar el derecho de asociación, la libertad de expresión, ideológica o religiosa, si todo depende de que un fondo internacional esté contento contigo. En 2030 los smart contracts estarán a la orden del día. De manera que ya no harán falta leyes ni jueces porque será el propio contrato, basado en la tecnología blockchain (la misma que sirve de base a las criptomonedas, como Bitcoin), el que actuará como intermediario entre las partes. Los contratos de arrendamiento suscritos con los macrofondos serán de adhesión, llenos de letra pequeña, y como las lentejas, “los tomas o los dejas”. Fondos radicados en lugares ignotos, o judicialmente inaccesibles para cualquier usuario.
A esta lista de faltas hay que añadir otra más que consiste en pensar racionalmente. Ya habíamos detectado que, para algunos, ciertos argumentos, aunque estén apoyados sobre los hechos, son ofensivos, tales como decir que el hematocrito de las mujeres fértiles es distinto del de los hombres. También que ciertas palabras sólo pueden ser utilizadas por unos colectivos y no por otros, como “negro”, empleable por las gentes de color (incluso para insultarse entre ellas), pero vetada para los blancos. O argumentar jurídicamente que la discriminación positiva implica una vulneración del principio de igualdad contenido en la Constitución española.
No es simplemente que la moral se haya impuesto sobre la razón, devolviéndonos a épocas oscuras, ni que la ideología triunfe sobre la ciencia, lo cual en sí es bastante grave; sino que, como constató George Packer en su último artículo publicado en el digital norteamericano The Atlantic, existen diversas manifestaciones en el mundo occidental que revelan que la razón está empezando a ser considerada “una forma de poder”. Nunca habíamos imaginado que la estupidez humana pudiese llegar tan lejos.
Cuando se publicó el Manifiesto Comunista, la opresión consistía en la tiranía que los ricos imponían sobre los pobres: los patricios sobre los plebeyos, los señores sobre sus vasallos, los burgueses sobre los obreros, etc. Después, la misma teoría de la “lucha de clases” evolucionó hacia la confrontación opresiva entre diferentes grupos: los hombres sobre las mujeres, los blancos sobre los negros, los nacionales sobre los inmigrantes, los cristianos sobre los musulmanes (con falla o sin falla indultada), etc. Estamos en el punto de dar un paso más que consiste en decir que los inteligentes, por el hecho de serlo, oprimen a los que no lo son tanto: a los tontos.
Ante este nuevo mandamiento, cuyo texto es “no razonarás, ni harás uso de tu inteligencia, si ello pudiera molestar a tu prójimo”, sólo caben dos posturas: renunciar a ejercer el pensamiento inteligente definitivamente, o hacernos los tontos durante cinco o diez años; que es lo que va a durar la fase de supina estupidez en la que vivimos.
Por eso mi artículo no está escrito únicamente para los lectores de hoy. Llegará un momento en que no tendremos más remedio que dejar de comulgar con ruedas de molino y reconocer abiertamente, por una mayoría que todavía no existe (porque resulta más sencillo vivir con una mala lógica que con una mala conciencia prefabricada), que los hechos objetivos, la ciencia y la razón no son sólo las únicas circunstancias e instrumentos sobre los que se apoya el progreso humano, sino que su fuerza es tan potente, que ninguna ensoñación antiopresiva tendrá capacidad suficiente para resistirlos. En fin, lector del futuro, no hay tantos tontos, aunque lo parezca.
Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI.
Su último libro es “Contra la Corrección Política” (Ediciones Insólitas, 2021).
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