Góngora era uno de mis autores preferidos. Sus letrillas, sonetos, composiciones varias y sobre todo la releída fábula de Polifemo y Galatea habían llenado muchas de mis horas. Admito deber toneladas de felicidad a la pluma del muy culto, golfete y displicente clérigo cordobés.
Pero eso se ha acabado. El otro día, repasando sus obras completas leo de nuevo unas cancioncillas dedicadas al nacimiento de Jesucristo, en bocas de negros unas, de negras otras, e incluso de moriscos una de ellas. La chanza hacia las minorías étnicorreligiosas no puede ser mayor. Imita incluso los sonidos de la lengua española en quienes de origen han ahormado otra fonética en sus bocas. Por supuesto que los moriscos dicen chiquitiello, como cualquier norteafricano pronuncia hoy al emitir el diminutivo en cuestión, y las morenas —él dice negras, claro— cantan: ¡Oh, qué vimo, Magdalena! ¡Oh, qué vimo! ¿Dónde primo? No potalo de Belena... para expresar su alegría. Obviemos la buena intención de don Luis, que seguro incluso oyó por la calle expresiones así. Resulta aún más indecente que unos versos más abajo añada ritmos negroides escribiendo: Elamú, calambú, cambú, elamú… Tienen indudable ritmo africano si se leen en voz alta, pruébenlo, y de nuevo a uno le habría gustado haber oído aquellos sones que con toda seguridad se escucharon entonces en nuestra tierra. Sin ir más lejos, en Sevilla, donde hay una cofradía aún llamada de los Negritos, en honor a los tales que se inscribieron en ella. Habría que ver qué cantaban y cómo, antes de diluirse étnica y musicalmente entre el resto de sus conciudadanos, y oscurecernos una mijita, de paso. Ahora habría que llamarles afroeuropeos, aunque a lo mejor los arrubiascados beréberes, de ojos claros muchos de ellos, se incomodarían al ser comparados con sus paisanos de más abajo del arenal. El caso de Góngora es singular, por lo paternalista y lleno de humor que sus versos tienen. Pero en los tiempos que corren hay que considerarlos sin duda como una burla soez, un insulto a otras etnias y lenguajes. Está claro que habría que haber hecho como franceses e ingleses, quienes, con la excepción del Otelo de Shakespeare, creo que tienen pocas letras dedicadas afectuosamente a los nacidos en el continente vecino. Con Góngora, pues, habría que hacer como hace poco en Canadá respecto a Astérix y Obélix en sus aventuras en aquella zona. Destruirlas, sencillamente. Pero, claro, Canadá es un crisol cultural, a la manera de los Estados Unidos, y puede y quizá debe hoy eliminar lo que le llega hablando con humor de los indios de allí, perdón, aborígenes. Nuestro caso es más complejo. Trajimos esclavizados a los negros y no pudimos asimilar a los moriscos, aunque sólo fuera porque los musulmanes nunca se integran en la sociedad occidental. Se incrustan. Y luego pasa lo que pasa. Pero hay que respetarlos cuando hacen cualquier fechoría a los infieles. De ahí que la guasita gongorina sea intolerable en los tiempos que corren.
Quevedo es más claro. El grandísimo y siempre cabreado paisano mío tiene un romance dedicado a una boda de negros que hoy no pasaría la censura de ningún periódico desde la primera cuarteta. Búsquenlo en la red o en su biblioteca, y no digo más, por no manchar el teclado. [O léanlo al pie de aqueste mesmo artículo, que aqueste periódico miedo no tiene de mancharse. N. de la R.]
Y está el caso de Cervantes. No sé a qué espera la harka progresista para echar su estatua al río, porque como recordará el lector, entre sus magníficas novelas ejemplares hay una llamada La Gitanilla, donde la gente del bronce no sale muy mal parada, por más que comience así de abominablemente: "Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse entre ladrones, y finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo, y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables que no se quitan sino con la muerte". Y esto es sólo el principio. Repásense la novelita y ya me dicen. El caso es que Cervantes, dado su temporal y sufrido oficio de aposentador real, tuvo tiempo y lugar de conocerse a fondo los caminos y ventas de España, cosa que luego fructificó en la geografía de El Quijote, hasta el punto de que muchos etnólogos aseguran que en tal libro hay más documentos de época que en bastantes tratados históricos al uso. Pero hay que pensar que justo ese excesivo contacto de don Miguel con la realidad circundante le sesgó el aprecio y deformó el concepto respecto al mundo gitano. Así y todo, ello no es perdón en los tiempos que corren, cuando por fin hemos descubierto que debemos aplicar al pasado, y de manera inflexible, los cánones actuales, cimentados, por cierto, en dicho pasado, pero que deben servirnos para abominar de esos ancestros culturales, por mucha e indiscutible belleza que emane de ellos. La corrección política, siempre lo primero. Aún a costa del arte.
© Granada Hoy
Enlace con el texto de La Gitanilla
(Biblioteca Virtual MIGUEL DE CERVANTES)
QUEVEDO
Boda de negros
Romance
Vi, debe haber tres días,
En las gradas de San Pedro,
Una tenebrosa boda,
Porque era toda de Negros.
Parecía Matrimonio
Concertado en el infierno:
Negro esposo y negra esposa
Y negro acompañamiento.
Sospecho yo que acostados
Parecerán sus dos cuerpos,
Junto el uno con el otro,
Algodones y tintero.
Hundíase de estornudos
La calle por do volvieron:
Que una boda semejante
Hace dar más que un pimiento.
Iban los dos de las manos
Como pudieran dos cuervos,
Otros dicen como grajos,
Porque a grajos van oliendo.
Con humos van de vengarse
(Que siempre van de humos llenos)
De los que, por afrentarlos,
Hacen los labios traseros.
Iba afeitada la novia
Todo el tapetado gesto
Con hollín y con carbón,
Y con tinta de sombreros.
Tan pobres son que una blanca
No se halla entre todos ellos,
Y por tener un cornado
Casaron a este moreno.
Él se llamaba Tomé,
Y ella, Francisca del Puerto,
Ella esclava, y él es clavo
Que quiere hincársele en medio.
Llegaron al negro patio
Donde está el negro aposento,
En donde la negra boda
Ha de tener negro efecto.
Era una caballeriza,
Y estaban todos inquietos,
Que los abrasaban pulgas
Por perrengues o por perros.
A la mesa se sentaron,
Donde también les pusieron
Negros manteles y platos,
Negra sopa y manjar negro.
Echóles la bendición
Un negro veintidoseno,
Con un rostro de azabache
Y manos de terciopelo.
Diéronles el vino tinto,
Pan, entre mulato y prieto,
Carbonada hubo, por ser
Tizones los que comieron.
Hubo jetas en la mesa
Y en la boca de los dueños,
Y hongos, por ser la boda
De hongos, según sospecho.
Trajeron muchas morcillas,
Y hubo algunos que de miedo
No las comieron, pensando
Se comían a sí mesmos.
Cuál por morder del mondongo,
Se atarazaba algún dedo,
Pues sólo diferenciaban
En la uña de lo negro.
Mas cuando llegó el tocino
Hubo grandes sentimientos,
Y pringados con pringadas
Un rato se enternecieron.
Acabaron de comer
Y entró un ministro Guineo,
Para darles aguamanos
Con un coco y un caldero.
Por toalla trujo al hombro
Las bayetas de un entierro,
Laváronse y quedó el agua
Para ensuciar todo un Reino.
Negros de ellos se sentaron
Sobre unos negros asientos,
Y en voces negras cantaron
También denegridos versos:
«Negra es la ventura
De aquel casado
Cuya Novia es Negra
Y el dote en Blanco».
GÓNGORA
A lo mismo
¡Oh, qué vimo, Mangalena!
¡Oh, qué vimo!
¿Dónde, primo?
No portalo de Belena.
¿E qué fu?
Entre la hena
mucho Sol con mucha raia.
Caia, caia.
Por en Diosa que no miento.
Vamo aiá.
Toca instrumento.
Elamú, calambú, cambú,
elamú.
Tú, prima, sará al momento
escravita do nacimento.
¿E qué sará, primo, tú?
Saró bu,
se chora o menín Jesú.
Elamú, calambú, cambú,
elamú.
Cosa vimo que creeia
pantará: mucha jerquía,
cantando con melonía
a un niño que e Diosa e Reia,
ma tan desnuda que un bueia
le está contino vahando.
Veamo, primo, volando
tanta groria e tanta pena.
¡Oh, qué vimo, Mangalena!
¡Oh, qué vimo!
¿Dónde, primo?
No portal de Belena.
Y ahora, el Góngora "serio" de las Soledades
en una magnífica declamación
(Clic en la imagen)
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