La casa de Fernando Sánchez Dragó en Castilfrío, donde ha fallecido. A su lado, la torre de la iglesia

Caídos por los dioses y por la vida, ¡presentes!

Había luchado contra la dictadura cuando la hubo, y ha acabado luchando contra la dictadura cuando la hay, ahora más hipocritona, más postmoderna, más babosa, mucho más cutre pero en absoluto menos implacable con el disidente.

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Fernando ha sido el último. Le conocí algo, poco; quizá lo suficiente como para admirar en él no ya al escritor culto, impertinente y luminoso sino al hombre que quiso y supo hacer de su vida lo que deseó mientras le dejaron, y más allá. De pocas personas sé que se hayan bebido la existencia a golpe de mente y cuerpo, es decir, de pensamiento literario y sexo, para entendernos.

Lo de los dioses va porque no sé, ni él siquiera quizá sabía en cuál de ellos creía o no. Hay tantos y se llevan tan mal… Pero del que existiera, y aunque no, había sabido sacar ese mensaje de lo sagrado que nos eleva y hace más hombres y quizá a la vez más dioses, si es que eso puede ser, que a lo mejor sí. Desconozco, en serio, y me temo que él también, si era panteísta, deísta, monofisita, trinitario, bogomilo, anabaptista, budista, teósofo o una mijita de todo ello junto. Había luchado contra la dictadura cuando la hubo, y ha acabado luchando contra la dictadura cuando la hay, ahora más hipocritona, más postmoderna, más babosa, mucho más cutre pero en absoluto menos implacable con el disidente. Porque era exactamente eso, ahora que la palabra me ha venido al teclado: un disidente; el que se sienta lejos, es decir, en lugar aparte, lejos del grupo del que para bien y para mal se nota distinto. Pero ¿qué sería de nosotros sin los disidentes como Sánchez Dragó?

A Dragó, de profesión estar vivo, sólo lo ha jubilado y licenciado la muerte

Ellos sí que son la sal de la tierra, las especias, mínimas en cantidad pero necesarias para dar sabor y sentido al cotidiano guiso de la vida, que sin gentes como él resultaría de una vulgaridad y simpleza insoportables. Esos disidentes perpetuos cuya existencia necesitamos aunque no sea nada más que para decirnos que hay algo más, algo más bello, más inalcanzable y por tanto más digno de esfuerzo. Por eso a Fernando Sánchez Dragó, de profesión estar vivo, sólo lo ha jubilado y licenciado la muerte. Vivo y vital hasta el último de sus muchos días. Que la tierra le sea ligera.

 

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