No lo veremos nosotros, pero sí nuestros descendientes. Entonces no habrá problemas de inseguridad en las calles ni en barriadas difíciles, porque de ellos serán las calles y de ellos las barriadas, que ya no serán difíciles para una policía que será la suya. No habrá problemas con leyes racistas ni restrictivas, porque ellos serán la ley. No habrá más templos que los de ellos, no porque sean mala gente, sino porque así se lo exige su credo revelado. Los antiguos romanos carecieron durante bastante tiempo de problemas con la asimilación de un dios o más en su parnaso. Donde había varios cabían más. Hasta que llegó el dios único que no admite rivales. Y luego el siguiente, el de los que van camino de ser el 51 por ciento. Ya se sabe que la revelación tiene el pequeño inconveniente de ser una voz celeste que habla a alguien al que hay por fuerza que creer, sin ningún argumento racional de superior cuantía. Y cuando un colectivo religioso lo es mucho, trata de imponer esa revelación por el mero hecho de serlo. Nosotros hemos reblandecido no poco nuestras convicciones. Ellos, nada. No han tenido ni es fácil que tengan un Renacimiento ni una Ilustración que les racionalice una mijita su credo. Y si les llega, ya no nos incumbirá. Para mucho antes, para ese históricamente breve espacio de tiempo que queda hasta que sean el 51 por ciento, impondrán sus creencias y sus leyes adjuntas, con todo lo que incluyen de aniquilación para los monoteísmos o politeísmos de la competencia. Entonces no habrá papanatas que hablen de delitos de odio cuando se les critique, porque nadie podrá criticarlos, y quien lo haga, sufrirá las ya conocidas, implacables consecuencias. Cuando rebasen esa mitad aritmética, nuestra democracia, para no entrar en contradicción consigo misma, les abrirá las puertas de los parlamentos, de los ayuntamientos, de las diputaciones, de lo que sea, gracias a la ley de Hont o de cualquier otro sociólogo que no previó la deriva de sus cálculos. Cuando sean el 51 por ciento ríanse ustedes de rastreras leyes de memoria histórica que eliminan o pretenden eliminar recuerdos de anteriores regímenes. La damnatio memoriae será tan absoluta que en un par de generaciones se desconocerá casi todo el arte que hoy vemos como bello, evocador, personalista, desobediente o de una mínima transgresión contra las normas. Ríanse de Hitler y su concepto de arte degenerado destruyendo o al menos prohibiendo u ocultando creaciones que no satisfacían sus dictados. Nada que ver con las prohibiciones estalinistas en la literatura soviética de su momento. La misma inquisición se vería de una paternal complacencia, de haber memoria escrita de ella para entonces, claro. Orwell claramente escribe contra Stalin en su 1984, pero la metódica demolición de la justicia, la reinvención del pasado y los dictados sobre el futuro son canónicos para cualquier sistema totalitario que busque eternizarse, una de las primeras premisas de dichos sistemas. Cuando sean el 51 por ciento no precisarán ya llevar la corbata que portan los actuales alcaldes suyos en las ciudades europeas donde han conseguido ese título. No necesitarán estos idiomas nuestros que han producido tanta literatura decadente y que desunen a los pueblos. La lengua común será impuesta, comprensiblemente, en bien de una comunidad que ellos gobernarán por fin. Y esa división occidental de poderes será olvidada para los restos, estudiada en todo caso como un momento de degradación política en la historia de la humanidad. La muerte de Montesquieu no ha sido solo buscada y pregonada por todo político de tendencias totalitarias, sino que se verá como una condición necesaria para que un credo que es norma absoluta privada y pública encarrile hacia la obediencia a una población en manos de sus benévolos y sabios gobernantes.
No es fácil que para cuando sean el 51 por ciento la humanidad en general haya llegado a cotas de conocimiento que la hagan independiente de dictados pretendidamente venidos de regiones ignotas. Nuestra línea divisoria entre la vida y la muerte parece ser por mucho tiempo una muralla infranqueable tras la cual toda hipótesis tiene cabida, y en consecuencia, toda aplicación transcendente a la vida terrena es válida, por discutible que resulte.
Para cuando sean el 51 por ciento ningún fanático descerebrado precisará apuñalar a ningún Salman Rushdie que haya escrito nada, porque no habrá quien publique nada de ese estilo, porque nadie escribirá nada contra el 51 por ciento, y porque no habrá lugar donde mal que bien pueda refugiarse en nuestro mundo el hipotético escritor que transgreda las normas. Cuando sean el 51 por ciento quedará el consuelo de que no habrá que perseguir a nadie por blasfemia ni ateísmo, porque incluso de haberlos, su desaparición no aparecerá siquiera en las noticias.
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