Pío IV encargó a Miguel Ángel la rehabilitación para iglesia de un fragmento de las inmensas termas de Diocleciano, en Roma, cerca hoy de la estación Termini. El genial artista tuvo apenas que afianzar bóvedas, consolidar algunos muros, repellar otros y repintar el resto, respetando todas las proporciones y alturas, con lo que actualmente podemos admirar en la iglesia llamada de Santa María de los Ángeles y los Mártires, una calcada y asombrosa idea de cómo debieron de ser en su tiempo algunas de aquellas opulentas estancias, se dice que construidas con esclavos cristianos. En 1705, Clemente XI adosó una lápida exterior que se conserva en la vía del Viminale, y en la que se rememora a aquellos fieles, perseguidos por el cruel emperador. Pero eran ya sólidos tiempos del papa-rey, y la Inquisición romana, implacable como ninguna, perseguía ahora a la disidencia con durísimas condenas que incluían pródigamente la de muerte.
Sabido es que toda religión se llama secta mientras no se convierte en el credo dominante. Mahoma era un intrigante camellero hasta que entró en la Meca. Y los bolcheviques, una violenta panda de apestados hasta que se hicieron con el poder. En España, quienes sobrellevábamos, juveniles, el franquismo sufrimos el estigma de la discrepancia, y más si andábamos afiliados a la secta de turno, al único partido por antonomasia que realmente funcionaba a la contra del régimen. Por su parte, los socialistas inexistían como fuerza política —consúltense hemerotecas y archivos, por favor—, y eran un recuerdo histórico mientras en Europa resultaban lo que luego devinieron aquí, el consuelo y freno mayor contra el temido comunismo. Muerto Franco, la socialdemocracia, alemana en concreto, y la indudable ayuda norteamericana se conchabaron para levantar de la nada una fuerza política basada en viejas siglas que rellenó las comprensibles ansias populares de libertad sin poner en peligro los esquemas políticoeconómicos del llamado occidente.
Comenzaron entonces a asomar mártires, muchos de los cuales no habían sido martirizados jamás, pero que con el celo del converso tomaron contra sus rivales las mismas o peores medidas que en su tiempo se habían tomado contra quienes habrían sido de su cuerda. Llegaron al poder, y autodenominados progresistas que en tiempos de la dictadura no habían movido un dedo reivindicaron un pasado angustioso. Conozco a varios. En realidad seguían siendo lo que habían sido antes, gentes obedientes al régimen de turno. Eso sí, algunos/as del rojerío hispano, andaluz en concreto, y bien conocidos/as, optaron prudentemente por esa vía socialdemócrata que antes habían criticado tanto y ahora resultaba una opción alimenticia mucho más fructífera, cual se demostró. A poco, una apoteósica tela de araña clientelar, bien estudiada por el periodista Pedro de Tena, hizo edición corregida y aumentada de las fechorías del anterior régimen.
Últimamente, con las conocidas tensiones y crisis que sacuden a la respetable camada que nos gobierna, los tics inquisitoriales se multiplican en forma de difamaciones al por mayor, boicot a medios de comunicación no sometidos o a actos no sumisos, desprecio a los periodistas que no hacen preguntas cómodas, todo ello como si no bastase la alianza con las fuerzas periféricas más reaccionarias y racistas, la legislación opresiva que comienza con violar la igualdad de los españoles ante la ley, sea cual sea su sexo o ubicación, la inveterada ansia totalitaria de destruir la división de poderes y la pretensión de mutar la historia pasada, ennobleciendo por decreto ley a quienes tanto hicieron en su momento por destrozar la convivencia con la cucaña de un paraíso igualitario. No sé si nuestro ilustrado equipo ministerial se habrá leído 1984, de Orwell, pero desde luego podrían perfectamente haberlo escrito ellos, ellas y elles, porque hay que ser cómplice o cretino para no ver o no querer ver la deriva totalitaria que últimamente nos asedia. Y todo gobierno totalitario es inevitablemente corrupto en el mismo grado.
No hay ni ha habido pues peores inquisidores que quienes presumieron ser mártires, ellos o a quienes pretenden representar, ya sin riesgo ninguno. Son los peores quienes hoy dicen que sufrieron en otras carnes. Porque quienes sí penaron y lucharon por su causa fueron y son mucho más equitativos con el enemigo que quienes se inventan un pasado torturado y tienen que justificar ahora una belicosidad que o bien no ejercieron cuando debían o no han tenido oportunidad cronológica de ejercer. Pocos antifranquistas más virulentos hay hoy que quienes no han conocido el franquismo y quieren ponerse medallas en un combate al que no asistieron pero del que sueñan ser vencedores. Políticamente, los modernos inquisidores gubernativos, como Clemente XI, no sufrieron nada nunca, y resulta paradójico que a menos sufrimiento personal y mayor tergiversación del pasado, mayor inquina presente. Por eso han de estar siempre recordando un franquismo fantasma, por aquello de a moro muerto gran lanzada que se decía, porque al moro vivo costaba un poco más trabajo, y a lo mejor hasta se les complicaba el combate.
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