La historia es voluntad de ser, dejó dicho Zubiri. Amén.
No importan los medios ni los idearios sino el objetivo: llegar y ser. Se achaca al nacionalismo-independentismo catalán (y a todos los demás que medran en la vieja Iberia), fundarse en idearios delirantes. Lo son. Pero no lo son menos que las leyendas fundacionales de todos los países. Nuestra civilización es legataria de dos niños amamantados por una loba que acabaron fundando Roma. La España cristiana imperó sobre el islam porque el apóstol Santiago compareció en una batalla nunca sucedida, bautizada Clavijo, montado en blanco corcel y repartiendo espadazos. Suma y sigue. ¿Colón era catalán? Vaya usted a saber. Desde luego, español no era.
La cuestión no es la veracidad, o mejor dicho, verosimilitud de los relatos fabularios fundacionales en los que echa raíz la voluntad de ser de los pueblos, a través de los cuales se encauzan las dinámicas culturales y de masas tendentes a alcanzar hegemonía y plasmarse finalmente en realidad eficiente. El problema, muy serio, es “para qué” se vehiculiza el anhelo de las multitudes y en función de qué intereses. Fundar una nación es propósito muy noble. Pretender la fundación de un gueto de miseria moral y material a beneficio de élites cleptocráticas, es un crimen. El nacionalismo catalán, tal como se expresa y según los objetivos que persigue, es a la voluntad de ser en la historia lo mismo que las sectas respiracionistas son al hecho religioso como expresión de inquietudes espirituales. Una cosa es construir una patria y otra, muy distinta, robar un territorio donde los profesionales de la mentira, el expolio institucional y la evasión de capitales queden impunes; y, ende, se constituyan dueños de ese barrio marginal que quieren edificar en las afueras de Europa.
Saldrá el progre liberasta de guardia (siempre los hay), con el argumento de que todas las naciones se constituyeron para sojuzgar a otras, hacer la guerra, robar y expoliar. Cierto, más o menos. En el origen de todas las civilizaciones (todas) hay actos de inusitada violencia. Pero antes se señalaba, yo creo que bien señalado: lo importante es llegar y ser. La contradicción ético-política del independentismo consiste que quieren llegar hacia atrás, hasta alcanzar el “justo donde estaban” cuando eran impunes, nadie molestaba sus negocios y ellos, los adalides de la independencia, se acordaban de que era independentistas un día al año, ante el monumento erigido a Rafael de Casanova en Sant Boi. En el fondo de las cosas (de la historia), hay un discurso reglado no fabulario que impele todo este maremagno, esta gran huida hacia delante: el Código Penal. Y esa es la otra gran diferencia entre “hacer patria” y hacer el indio: los países civilizados tienen Código Penal; las naciones incultas tejen los hilos de su convivencia sobre el arbitrio chamánico de sus jefes tribales, los cuales, en este caso, son también los jefes del cártel.