Tenga usted nietos, pero no hijos

Una señora de 60 años no puede tener hijos —mellizos—, por el método de inseminación artificial, practicado nada menos que en Estados Unidos. No está bien considerada tanta insolencia.

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En España, los ancianos están perfectamente capacitados para cuidar de sus nietos, darles el desayuno, llevarlos al colegio, recogerlos a la hora en punto, cuidar de que almuercen correctamente, hagan los deberes, tomen la merienda y descansen un poco hasta que sus padres vuelvan del trabajo y reinicien sus funciones de custodia. De hecho, sin la ayuda habitacional, material y económica que han prestado a hijos, nietos y biznietos muchas personas mayores, la crisis habría asolada con infinita crueldad a cientos de miles de matrimonios jóvenes. Los abuelos de ochenta años se han constituido en un estabilizador social de primer orden, y nadie ha puesto en tela de juicio su capacidad para hacerse cargo de los nietos (y de las obligaciones económicas de los padres de esos nietos en multitud de ocasiones). Pero una señora de 60 años no puede tener hijos —mellizos—, por el método de inseminación artificial, practicado nada menos que en Estados Unidos. No está bien considerada tanta insolencia. Tarde o temprano el Gran Hermano Vigilante invadirá su vida y le quitará a sus hijos, como en el caso de la burgalesa Mauricia Ibáñez.

En España, vía inseminación artificial o por medio de adopción, pueden tener hijos las parejas de homosexuales y lesbianas, o de transexuales y transgénero y cisgénero y pentagénero y lo que se invente por ahí, y a nadie —prácticamente a nadie—, se le ocurre impugnar ese derecho. Los hijos, hijos son; lo importante es el cariño, la protección y educación que reciban, no el entorno en el que se críen. Por ese motivo, también hay en España miles y muchos miles de niños que crecen y se “educan” en ambientes conflictivos, de drogadicción, alcoholismo, desempleo crónico, miseria extrema, desatención médica, absentismo escolar, incluso delincuencia como modus vivendi… Y, sin embargo, arrebatar la custodia de esas criaturas a sus padres legítimos es tarea ímproba, en extremo complicada por los trámites administrativos y jurídicos necesarios.

Todo lo cual llama la atención si se compara con la prontitud y diligencia con que se ha intervenido la custodia de los mellizos de Mauricia, un caso mediático por la edad de la madre. No importa que sea una persona instruida, con un nivel de cultura personal muy por encima de la media, con recursos suficientes para cuidar y atender a sus criaturas. La gerencia de asuntos sociales de Castilla y León tomó el caso con un entusiasmo sospechoso, entre inquisitorial y ejemplarizante, aduciendo que Mauricia “sigue requiriendo apoyo para mejorar su comportamiento”, aunque “la actitud de la madre ha cambiado porque se ha sometido al programa de intervención familiar para mejorar sus habilidades e intentar recuperar la tutela de los mellizos”.

No ha sido suficiente para el escrupuloso celo de los vigilantes de las buenas costumbres. Los mellizos de Mauricia han sido entregados a una familia de adopción. Lo lógico, lo razonable, lo humano, habría sido que la madre hubiese recibido esa “ayuda” que los servicios sociales dicen que necesita, y que se hubiese observado —y corregido de ser preciso—, su trayectoria en ese “programa de intervención familiar” en el que participa. Aunque esperar lógica, razonabilidad y humanidad del Estado Proveedor es pedir san jacobos a una higuera. El Estado, como censor de la vida de los particulares, no puede consentir de ninguna de las maneras que una mujer sana, cabal, en edad de trabajar y pagar impuestos, se salte el principal de los mandamientos y casi todos los prejuicios y ejerza su derecho a ser madre. En el mismo momento en que el asunto apareció en los medios, en Internet y TV, Mauricia y sus mellizos estaban condenados. Nuestros poderes públicos no legislan “a golpe de telediario”, pero actúan a golpe de tuit. Lo importante no es combatir la exclusión social de los menores, sino que lo parezca. Y en esas estamos.

Por cierto, estoy esperando las reacciones de los colectivos feministas, LGTBI y todas las letras que me faltan, los sindicatos que agitan de lunes a domingo por los derechos de los mayores, una pensión y una vida dignas. Aunque voy a esperar hasta cansarme, sospecho. Mauricia no es el caso preferido de estos agentes sociales. Una mujer que decide no instalarse en la quejumbre y el resentimiento y hace una apuesta de esperanza por la vida, y tiene hijos, no les debe de parecer buen ejemplo.

Allá cada cual. Para mí, Mauricia Ibáñez tiene más valor y ha demostrado más coraje y fortaleza ante la injerencia del Estado en la vida de las personas que todas las manifestaciones por la “dignidad” de los mayores. Un 2%, un 3% de subida en las pensiones no otorga más dignidad a nadie: da más dinero y se acabó. Luego, ya cada cual hace lo que quiere con su vida y su dignidad.

Para dignidad, la de Mauricia Ibáñez en su calvario.

No estás sola, hermana.

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