A propósito de la guerra de Ucrania

Mienten los medios: el emperador está desnudo

A propósito de la guerra en Ucrania, hoy estamos viviendo una versión actualizada del cuento sobre el emperador que estaba desnudo. Temiendo las consecuencias, nadie se atreve a decir lo que está pasando en realidad.

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Todos conocemos el cuento del traje ruso y el emperador. Dos falsos sastres, estafadores profesionales, convencieron a los miembros de la Corte de que sólo los que fueran dignos del puesto que desempeñaban podrían ver el traje nuevo del emperador. Fueron muchos los que mintieron, diciendo ver lo que no veían. Sólo un niño se atrevió a decir que el rey, dignamente montado sobre su caballo, en realidad iba ridículamente desnudo.

Hoy estamos viviendo una versión actualizada de este cuento a propósito de la guerra en Ucrania. Temiendo las consecuencias, nadie se atreve a decir lo que está pasando en realidad. La consigna es demonizar a Vladimir Putin hasta el extremo y adherirse sin fisuras al relato pro–OTAN. ¿Qué articulista, qué columnista, qué tertuliano, qué periodista, qué político en ejercicio se atreverá a desviarse de la consigna dada? El coronel Pedro Baños, que denunció hace algunas semanas la enorme farsa que se había montado para denigrar a Rusia, ha tenido que abandonar todas las redes sociales ante los furibundos ataques recibidos. En ABC, las mejores cabezas y plumas –Juan Manuel de Prada, Hugues, Ignacio Ruiz Quintano– disienten del hegemónico relato otanista difundido en los editoriales de su propio periódico, pero prefieren, por prudencia, no hablar demasiado sobre el tema. En El Mundo no tienen ese problema: alguien como Jorge Bustos ejerce –cual comisario político del centro liberal de su admirado Macron– como Jefe de Opinión.

De manera que en los grandes medios no hay debate, no hay disenso, no hay libertad de expresión (y la UE ya ha dicho que le va a parar los pies al free speech en el nuevo Twitter de Elon Musk). La OTAN son “los buenos”, y los rusos son “los malos”. Y ahí se acaba todo el análisis de la cuestión. La estulticia reinante está llegando a tal punto que se ha desempolvado sin sonrojo la vieja expresión del “mundo libre”, tan asociada a los tiempos del Telón de Acero y la Guerra Fría. Nosotros, los occidentales, somos por lo visto el “mundo libre”, y Rusia es la dictadura que sueña con un futuro retrógrado y autoritario. Y en fin: ¿qué decir de esa universidad norteamericana que ha suspendido su curso sobre Dostoievski?

Así está el patio, éste es el nivel. En cuanto a los políticos, aquellos que, en el ámbito de la derecha identitaria europea, tenían alguna foto junto a Putin han debido correr rápidamente a expiar su falta y entonar un compungido mea culpa. Para no ser estigmatizados, para no ser satanizados. Pues la consigna hoy universalmente seguida en Europa exige loar a Zelenski como un héroe y execrar a Putin como un asesino. En cuanto a los envíos de armamento a Ucrania por parte de la OTAN, ¿quién osará criticarlos? La opinión pública europea, una vez ejecutado el correspondiente lavado de cerebro por parte de los grandes medios, jalea vociferante el envío masivo de material militar a territorio ucraniano. Se trata para ellos de oponerse frontalmente a Rusia, potencia nuclear de nuestro vecindario europeo y nuestro principal suministrador de energía y materias primas. Desde luego, ¿qué podría salir mal?

El ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, ha dicho, y con razón, que esta guerra es en realidad de Estados Unidos contra Rusia, usando a Ucrania como país intermediario que pone el territorio arrasado, el sufrimiento de la población civil y los muertos. Algún analista ha ido más allá y ha observado, con notable sagacidad, que en el fondo se trata de una guerra de Estados Unidos no solamente contra Rusia, sino contra Europa. Porque, en el juego de sanciones impuestas a Rusia por la Unión Europea, quien más tiene que perder es precisamente la UE. El tiempo dirá si, además de empobrecernos, también nosotros nos veremos obligados a servir a los intereses estadounidenses –y globalistas– contribuyendo con nuestra propia cuota de territorio devastado y de seres humanos muertos, quién sabe si incluso como consecuencia del empleo de armas nucleares tácticas. ¿Acaso no ha dicho el ínclito Henry Kissinger que, “usando las tácticas adecuadas”, una guerra nuclear no tiene por qué ser tan destructiva como se piensa?

En efecto: pues hasta ese extremo –no totalmente retórico– se está llegando. Una voz tan autorizada como la del actor estadounidense Sean Penn decía hace unos días, en la televisión norteamericana, que había que dejar atrás el tabú que impide considerar el posible empleo de armas nucleares. En el Occidente de la estupidez y la irresponsabilidad, ¿acaso es extraño que no se previeran las consecuencias de empujar el territorio OTAN hacia el Este de Europa? Cosas que al ciudadano de a pie le dan igual, no entiende nada de estos temas. Sí que entienden de esto en los cuarteles de la OTAN y en el Pentágono. Avanzar hacia el Este es provocar a Rusia y obligarla a responder. Ahora bien, ¿no es eso lo que precisamente se quería? ¿Acaso no es evidente que la OTAN quería, y quiere, una guerra contra Rusia? Y, por cierto, ¿se habría podido llegar a producir esta situación si en la Casa Blanca estuviera Trump, y no ese monigote senil que es Joe Biden? Y ¿no fue ésta una razón más del escandaloso pucherazo electoral perpetrado en las pasadas elecciones presidenciales de Estados Unidos?

Mientras tanto, el emperador sigue desnudo. Europa, alegre e inconsciente, avanza sonámbula hacia el precipicio. Los editorialistas practican el divertido juego de aplicar calificativos hiperbólicos a Putin –de “psicópata” y “asesino” para arriba–. Las voces más autorizadas y prestigiosas –como la del coronel Baños– se ven obligadas a callar, a rezar para que no llegue la catástrofe; pero la catástrofe tiene cada vez más probabilidades de llegar.

Sólo ese niño despreocupado del “qué dirán”, y que únicamente atendía a lo que le decían sus ojos, se atrevió a decir lo evidente: que el emperador estaba desnudo. Ojalá no sea ya demasiado tarde para que también entre nosotros se recobre ese sentido común. Porque nos puede ir en ello nuestra propia supervivencia.

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