El dilema de Putin

¿Por qué Estados Unidos se está volviendo cada vez más descarado en su guerra, con cerne de cañón ucraniana, contra Rusia?

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En un artículo aparecido el pasado marzo en la revista norteamericana de asuntos políticos The Hill, la autora, Ellen Mitchell, se preguntaba por qué Estados Unidos se estaba volviendo cada vez más descarado en su ayuda militar a Ucrania en su guerra contra Rusia. Y el militar retirado y analista político Craig Roberts ha observado recientemente, en la misma línea adoptada por el artículo, que la tibieza de la respuesta de Putin ante las provocaciones occidentales en Ucrania puede desembocar, antes o después, en una guerra mucho más devastadora.

En efecto. Existía una gran incertidumbre inicial acerca del tipo de reacción que ordenaría Putin ante las provocaciones ucranianas en el Donbass. Se esperaban acciones contra los convoyes y líneas de suministros. También sobre infraestructuras básicas de energía y comunicación. Sin embargo, lo que terminó produciéndose fue una “operación militar limitada” que ha puesto sumo cuidado en no dañar las infraestructuras críticas de Ucrania y en minimizar las bajas entre la población civil. Vladimir Putin no quería entrar a sangre y fuego en Ucrania. Ha preferido una acción lenta, paciente y quirúrgica. Aplaudida por algunos como muestra de finura estratégica envolvente. Por otros —como Craig Roberts— criticada, sin embargo, por las consecuencias imprevistas que puede acarrear.

En efecto. La muy medida —para algunos incluso pusilánime— respuesta militar de Rusia ha envalentonado a la coalición anglonorteamericana, que, a la vista de que Putin no desataba una ofensiva devastadora, ha ganado en confianza y optimismo, atreviéndose a un apoyo militar masivo cada vez mayor. El convencimiento en los Estados Mayores británico y estadounidense, y en la cúpula de la OTAN, es que Rusia no va a embarcarse en una guerra a gran escala y utilizando todo su arsenal. Ahora bien: justamente al haberse conducido Rusia de una manera tan medida y circunspecta, los anglonorteamericanos piensan ahora que pueden mantener la guerra en Ucrania de manera indefinida, y con un armamento cada vez más sofisticado y destructivo.

La muy medida respuesta militar de Rusia ha envalentonado a la coalición anglonorteamericana

Los rusos no van a responder con acciones devastadoras. Tal vez hasta que se vean exhaustos, rodeados y acorralados. Y si entonces lo hacen —piensa la OTAN—, pues tanto mejor.

La guerra en Ucrania ha colocado a Vladimir Putin ante un dilema muy difícil, si no casi imposible de resolver. Si se muestra prudente y ordena una operación militar de alcance limitado —como ha hecho—, los anglonorteamericanos se envalentonan e intensifican y prolongan la guerra, utilizando a Ucrania como ariete, campo de batalla y proveedora de carne de cañón. Ello conduce a un esfuerzo bélico sostenido para Rusia sin que esté a la vista una verdadera victoria. La sociedad rusa puede irse cansando. Puede ir creciendo la contestación interna contra el liderazgo de Putin. Este escenario no es nada halagüeño para el presidente ruso.

Ahora bien, ¿cuál es la otra opción? Según explica Craig Roberts, lo mejor habría sido haber actuado mucho antes, incluso inmediatamente después de que, en 2014, Estados Unidos propiciara una de sus revoluciones de colores en Ucrania. No permitir que Ucrania fuese armada hasta los dientes por los americanos. Sin embargo, esto no se hizo.

Bien, otra posibilidad. Llegamos al 24 de febrero de 2022. Dice Roberts que Rusia tendría que haber desencadenado una ofensiva mucho más intensa y ambiciosa. Más destructiva, golpeando duramente a Ucrania en el corazón de sus infraestructuras. Eso habría mandado a la OTAN y a los países de la UE un mensaje contundente. Finlandia y Suecia se habrían pensado mucho más el solicitar su ingreso en la Alianza. Atemorizados, los gobiernos europeos no se habrían lanzado alegremente a enviar material militar a Zelensky. Entonces, Estados Unidos tal vez habría dado órdenes al presidente ucraniano de que se sentara a negociar.

Por supuesto, criticar a toro pasado resulta muy fácil. Y, además, existe algo que no debe olvidarse, y que Roberts parece no tener en cuenta. Si Rusia hubiese atacado a gran escala —con la consiguiente multiplicación, entre otras cosas, del número de víctimas civiles ucranianas—, tal cosa en realidad habría correspondido a los deseos occidentales y hubiese entrado en los planes de la OTAN. Porque ésta quiere que se desate en Europa una guerra a gran escala contra Rusia. Aunque ello implique, incluso, el uso de bombas nucleares tácticas. Estados Unidos quiere destruir a Rusia. Balcanizarla, a la vez que extenúa (con la colaboración de unos gobiernos europeos que están traicionando a sus respectivos pueblos) a las economías de la Unión Europea para beneficio estadounidense. Así que se abren dos caminos para acabar con Rusia: o bien una guerra larga y de provocaciones crecientes contra Rusia (incluidos atentados terroristas como el que mató a Daria Dúgina), o bien una reacción muy violenta de Putin que justificase un ataque masivo de la OTAN contra Rusia, lo que desencadenaría la guerra total en Europa, muy probablemente con uso de armamento nuclear de uno u otro tipo. Hoy estamos asistiendo a la primera opción. Pero la finalidad perseguida por Estados Unidos con ésta es acabar desembocando, antes o después, en la segunda.

Craig Roberts advierte a sus lectores norteamericanos que él no desea la victoria de Putin. Lo que desea —les explica— es que se minimice el peligro de una guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia sobre suelo europeo, la cual produciría consecuencias desastrosas en todo el mundo. Por eso abogaba por esa respuesta contundente de Putin tras el 24 de febrero: para atemorizar a Occidente y alejar el fantasma de una futura guerra nuclear. Sin embargo, Roberts debería darse cuenta de que esa dura respuesta militar rusa que preconiza también podría haber sido utilizada por la OTAN para justificar la apertura general de hostilidades entre Estados Unidos y Rusia.

De modo que, si soy prudente, malo (mi enemigo se envalentona y me provoca cada vez más, como ha sucedido). Y si no soy tan prudente y ordeno un ataque devastador contra Ucrania, incluido el bombardeo masivo de Kiev, entonces seré llamado monstruo sanguinario y criminal de guerra y la OTAN, en vez de moderarse, podrá justificar ante la opinión pública occidental una guerra a gran escala contra Rusia. De manera que no existe para Rusia ninguna solución realmente buena. Y no la hay —entiéndase esto bien— porque la OTAN no tiene intención alguna de negociar la paz. La OTAN quiere, sí o sí, la guerra contra Rusia en Europa. Incluso si eso conduce al uso de armas atómicas. Es que eso también está en el plan.

Es decir, la OTAN está decidida a provocar la guerra. Por su parte, Rusia quiere a toda costa evitar esa guerra total. Como en una partida de ajedrez donde el adversario te acorrala, el presidente ruso se ha quedado sin opciones. Estados Unidos necesita la guerra en Europa a toda costa. Vladimir Putin no quiere tal cosa en absoluto, pero ya tampoco la puede evitar. Roberts cree que Putin tenía una salida. Pero desgraciadamente esa salida nunca ha existido en realidad.

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