Creen que la Tierra es plana

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Allá por abril de 2013, la hoy desparecida revista Quo hablaba de “la secta de la Tierra Plana” para referirse a una creencia folklórica, procedente de Estados Unidos y que no contaba con más de cuatrocientos seguidores en todo el mundo, según la cual la Tierra es una superficie plana, y no un objeto esférico. Sin duda, una bobada ridícula, sin ningún recorrido posible, de las muchas que teníamos que soportar en estos tiempos de crecientes conspiranoia, negacionismo e irracionalidad.

Casi diez años después, sin embargo, el terraplanismo goza de una salud excelente en Internet y ha merecido incluso un documental en Netflix. Por supuesto, desacreditando la disparatada teoría, pero también dando a entender que se ha convertido en un fenómeno lo suficientemente relevante como para prestarle atención. Y no sólo eso: divulgadores científicos tan exitosos como José Luis Crespo, creador del canal de Youtube Quantumfracture, han entrado en debate abierto con terraplanistas como el argentino Iru Landucci. Si se entra en un debate argumentado acerca de algo, se está concediendo cierta dignidad o “derecho a existir” a aquella posición opuesta contra la que se debate. Detalle nada baladí sobre el que más tarde habremos de volver.

A la hora de interpretar un fenómeno como el terraplanismo, sociólogos y estudiosos de la cultura popular contemporánea suelen referirse al clima conspiranoico de nuestra época, al particular ecosistema político, cultural y religioso de Estados Unidos —pensemos, sin ir más lejos, en el creacionismo antidarwinista, bien asentado en tierras de Norteamérica—, a asuntos tan pop como el platillo de Roswell y el Área 51, a la alt right y al mito de Quanon de los seguidores de Trump, etc. Desde otro punto de vista, se suele caracterizar a los terraplanistas como inadaptados sociales que encuentran en su estrambótica teoría un instrumento de notoriedad que, aunque les convierta en frikis, les concede también una identidad heroica y libertaria, que genera una comunidad de rebeldes contra el Sistema y que les sirve para vengarse de su falta de integración en la sociedad normal. En todo lo cual puede haber parte de razón; pero me parece que no agota, ni mucho menos, el enigma del creciente tirón del terraplanismo en nuestros días.

Para intentar explicar el que es, a mi parecer, el motivo de ese tirón, me voy a referir a un programa de radio que escuché por casualidad hace unos meses. Lo conducía el conocido humorista y comunicador Dani Mateo, y en un cierto momento de aquella emisión radiofónica apareció el tema de la Tierra plana. Reacción de Dani Mateo: se notaba que era un tema que le encantaba. Y no sólo, y añadiría que ni principalmente, por la fácil oportunidad para el chiste ocurrente y la contundente ridiculización de un colectivo, además, políticamente contrario. Se percibía que le fascinaba la teoría terraplanista porque, además de todo eso, hablar del terraplanismo le daba la posibilidad de volver a pensar de una manera infantil.

Me explico. Los propios críticos del terraplanismo reconocen que concebir una Tierra Plana, a la vez que concuerda con las cosmologías míticas de las antiguas civilizaciones (Mesopotamia, Egipto, Grecia, etc.), es la primera tendencia de la mente del niño a la hora de formarse una visión intuitiva del mundo. La Tierra es plana y está rodeada por una bóveda celeste donde el Sol y la Luna se mueven mientras la Tierra permanece quieta y estable. Luego, conforme se va creciendo y recibiendo los inputs culturales del sistema educativo, esa imagen primigenia queda modificada por los contenidos básicos de la ciencia moderna, que arranca de Galileo. Aprendemos que la Tierra es una esfera que gira alrededor del Sol, que el día y la noche se deben a la rotación terrestre, etc. Sin embargo, la intuición primitiva infantil nunca se borra del todo, de modo que, por ejemplo, en el lenguaje cotidiano seguimos diciendo cosas como que “acaba de salir el sol”. Pese al barniz científico que recibimos en la escuela, en un estrato profundo de nuestro cerebro se conserva la idea de una Tierra plana e inmóvil, y otras intuiciones míticas y poéticas, casi arquetípicas, del mismo tipo (como, por ejemplo, que el Sol es “masculino” y la Luna, “femenina”). Y la teoría de la Tierra Plana nos atrae —tal vez contra nuestra racionalidad y voluntad conscientes— porque nos permite reconectarnos con la libertad del pensar infantil y con un modo ingenuo y lúdico, y también profundamente humano, de interpretar el mundo.

Y no sólo eso. Resulta que, además, los jóvenes terraplanistas contemporáneos, ardientemente convencidos de la realidad fáctica de lo que dicen, realizan todo tipo de experimentos y elaboran todo tipo de argumentos más o menos plausibles, pero de vocación claramente científica, para apoyar sus afirmaciones de una manera racional. Como reconocen los científicos participantes en el antes mencionado documental de Netflix (La Tierra es plana, 2018), en muchos terraplanistas se advierte ese mismo entusiasmo por la experimentación científica que está en las raíces de la ciencia moderna. Un entusiasmo que, por cierto, anda con frecuencia de capa caída por los mundos de la ciencia oficial, tantas veces incursos hoy en la rutina burocrática y en el conformismo de no ser nada heterodoxo y de investigar lo que sabes que va a aportar fondos para tu departamento de la universidad. Cuando el brillante José Luis Crespo, de Quantumfracture, polemiza con Iru Landucci, por supuesto piensa que éste último está equivocado; pero a la vez debatir con él le resulta extraordinariamente estimulante, porque le devuelve a ese amanecer del tiempo en el que los niños aún se maravillan de todo y nunca dejan de preguntar.

Por todo lo cual no comparto en absoluto la suficiencia de los racionalistas antimagufos que desprecian a los terraplanistas y se burlan de ellos. El terraplanismo esconde una necesidad psicológica muy profunda. La teoría de la Tierra Plana puede ser fácticamente falsa y, a la vez, simbólica y poéticamente verdadera. Igual que el geocentrismo es verdadero a ojos de nuestros sentidos, mientras que el heliocentrismo y el movimiento terrestre son doctrinas que contrastan violentamente con nuestra percepción inmediata del mundo. ¿Que ésta es “falsa” desde un punto de vista objetivo? Bien, lo concedemos. Pero ¿quién ha dicho que ese sentido objetivo sea el único posible o el más importante que hay?

Así que hay mucha tela que cortar —también epistemológica— en la cuestión del terraplanismo. No nos quedemos en el tosco racionalismo científico que se limita a decir que “lo de la Tierra Plana es una majadería”. Deberíamos haber aprendido algo de Jung, de Thomas S. Kuhn y de Feyerabend. Seamos, pues, mucho más sofisticados. Analicemos qué se esconde tras el enigmático éxito de la Tierra Plana. Pues tal vez tenga que ver con nosotros mismos, con nuestros problemas y con nuestro futuro mucho más de lo que podríamos imaginar.

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