Rusia y el destino del mundo

El actual conflicto ucraniano es para Estados Unidos el primer paso de una confrontación contra el bloque ruso-chino tanto como, desde otro punto de vista, una guerra contra la Unión Europea.

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Cuando el 24 de febrero del presente año comenzó la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin, la maquinaria de propaganda occidental empezó a escupir mensajes acerca de la debilidad de la economía rusa y la imposibilidad fáctica de que Rusia mantuviese una guerra de larga duración, máxime dada la imponente batería de sanciones impuesta en tiempo récord por Estados Unidos y la Unión Europea. Recuerdo haber pensado entonces que saldríamos de dudas en poco tiempo. Suele decirse eso, que el tiempo pone a cada uno en su lugar. ¿El prudente y analítico Putin había caído en la trampa de los americanos? ¿Quién estaba jugando mejor la partida de ajedrez geopolítico? ¿Los estrategas –en último término, los filósofos– de qué bando habían diseñado un plan mejor? Prorrusos y antirrusos no dejaban de lanzarse dardos e invectivas, en un guirigay de argumentos cruzados que producía en el profano auténtica estupefacción.

Como digo, lo bueno de este tema es que, al cabo ya de simplemente unos cuantos meses, la propia realidad empírica iría dando, o bien a unos, o bien a otros, la razón. A día de hoy, 12 de julio de 2022, ya es evidente que los países de la Unión Europea son los que van a sufrir más por las consecuencias de la guerra en Ucrania. En realidad, y como se sabe, Estados Unidos ha provocado este enfrentamiento de la OTAN contra Rusia por país interpuesto –Ucrania– dentro de lo que se conoce como la “trampa de Tucídides”. Occidente, encabezado por Washington, intenta por todos los medios evitar lo inevitable: la pérdida de la hegemonía mundial a manos del nuevo polo euroasiático, representado por el grupo de los BRICS, conglomerado de países no occidentales al que se van uniendo cada vez más miembros. Como dice Thierry Meyssan, Estados Unidos sabe que su única posibilidad de evitar el eclipse y el derrumbe es lanzarse a una guerra abierta contra Rusia y China. Y el analista francés se pregunta si realmente Washington está dispuesto a hacer que el mundo pague un precio de esa clase.

Ahora bien: la actual situación en Europa es a todas luces poliédrica y digamos que “multidimensional”, y su análisis exige detenerse en múltiples facetas y perspectivas. Como también se ha dicho durante los últimos meses, el actual conflicto ucraniano es para Estados Unidos el primer paso de una confrontación contra el bloque ruso-chino tanto como, desde otro punto de vista, una guerra contra la Unión Europea. En efecto, convertir el suelo europeo en un escenario bélico comporta provocar en los países de la UE una situación de crisis y debilidad que acentuaría su relación de vasallaje y dependencia respecto a la Casa Blanca. En un contexto en el que dólar está dejando de ser la moneda de reserva mundial –situación acelerada, por cierto, por la propia guerra de Ucrania, desencadenada por los straussianos de la Administración Biden–, Estados Unidos lucha desesperadamente por evitar el colapso económico que produciría el retorno masivo de dólares a Estados Unidos y está desviando una parte de la inflación resultante a los países de la UE. Como ha explicado Sertorio en estas mismas páginas,

Estados Unidos, que nos tenía como vasallos, ahora nos quiere como esclavos y clientes cautivos

Estados Unidos, que nos tenía hasta ahora como vasallos, ahora nos quiere como esclavos y clientes cautivos. En términos termodinámicos, digamos que la potencia estadounidense intenta liberarse de una parte de su propia entropía desviándola hacia suelo europeo, en forma de dependencia económica, energética y militar intensificadas, de inflación galopante y quién sabe también si de futuros conflictos militares abiertos, más allá de la guerra ucraniana en curso.

Por su parte, las élites financieras mundiales, que han decretado la demolición controlada del universo liberal-capitalista tal como lo hemos conocido desde 1970, y su sustitución por un sistema de tecno-comunismo mundial transhumanista donde –Klaus Schwab dixitno tendremos nada, pero seremos felices, consideran que la guerra de Ucrania puede servir de dos maneras a sus intereses: acabando con el régimen de Putin y, por tanto, con la resistencia rusa a la invasión cultural de Occidente (un desfile del Orgullo Gay en Moscú, con la bandera arcoíris ondeando en el Kremlin, sería el símbolo de esa victoria) y exacerbando las tensiones en Europa Occidental, dentro de una estrategia de cuanto peor, mejor en la que se aplicaría la vieja divisa masónica del Ordo ab chao.

Elevándonos a un plano de análisis metapolítico, metahistórico y propiamente metafísico, podríamos preguntarnos qué papel está llamada a cumplir Rusia, en la hora actual, en cuanto al arcano e inescrutable destino del mundo. ¿Qué pensar del euroasianismo de Alexander Duguin? ¿Existe realmente una “matriz espiritual y cultural euroasiática” que pueda servir como una nueva estructura general de soporte, generadora multiforme de formas, relatos y significados, para el mundo en el siglo XXI? El conocido analista geopolítico Daniel Estulin detecta precisamente una “guerra de estructuras y relatos” actualmente en curso. ¿De dónde podría surgir el relato triunfante para un nuevo tiempo? La Iglesia católica del papa Bergoglio, papa crepuscular, atraviesa en la hora presente una situación de eclipse como nunca había conocido hasta ahora. ¿Acaso la ortodoxia de las iglesias greco-rusas podría ofrecernos algo mejor?

Un desfile del Orgullo Gay en Moscú, con la bandera arcoíris en el Kremlin, sería el símbolo de su victoria

Pese a su respeto por la Tradición, tampoco es que ellas atraviesen un momento demasiado esplendoroso. En cuanto a los delirios de Schwab y su filósofo de cabecera, Yuval Harari, que nos proponen el hormiguero humano de una futura “mente-colmena” planetaria, un Mundo feliz huxleyano 3.0, mejor ni hablar. Y ¿qué hay de China, bien en versión confuciana blanda, bien bajo el formato disciplinario del sistema de crédito social? Lo primero contiene valores positivos pero insuficientes. Lo segundo es algo claramente distópico y que nadie querría por voluntad propia. Existen más sistemas posibles que añadir a esta somera lista, pero ampliarla no conseguiría sacarnos de nuestra perplejidad.

Mi apuesta personal, en forma de intuición: una vez más, la oposición hegeliana entre tesis y antítesis nos aboca al advenimiento de una nueva síntesis. En primer lugar, una síntesis entre la forma mentis occidental, digamos que “heracliteana”, y la forma espiritual del universo ruso, digamos que “parmenídea”. En la doctrina del Gran Año cósmico, la llamada “Era de Acuario” podría entenderse precisamente como una reconciliación de principios contrarios. Aunque ¿son realmente contrarios la circunferencia de la rueda que gira y gira, por un lado, y el centro-eje inmóvil que le permite girar? Nuevamente vemos aquí el tradicional principio de la filosofía católica: et-et, “ni confusión ni separación, sino distinción”. ¿Son acaso “contrarios” las islas y el mar que las rodea? ¿No es etimológicamente el “archipiélago” el “mar excelente”? ¿No estaremos llamados a crear una nueva civilización que sea un archipiélago de islas felizmente intercomunicadas por una fuerza centrípeta y unitiva? En los planes de Dios, la Era de Acuario es, con toda seguridad, algo muy distinto de esa New Age de baratillo que quema incienso ante un Buda sedente y que hoy, sin mala conciencia por su parte, se pondría a revisar el catálogo de Netflix para ponerse a ver cualquier serie woke.

Rusia tiene un papel crucial que desempeñar para que se cumpla el destino del mundo. Igual, por cierto –Efecto mariposa mediante– que cada uno de nosotros.

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