Por una vez, España se ha adelantado al separatismo catalán. En esta única y, casi todo lo indica, definitiva ocasión, la defensa de la legalidad, el ordenamiento constitucional y la soberanía nacional española ha impuesto sus razones y su fuerza en las calles de Barcelona, anticipándose al golpe de efecto de la Declaración Unilateral de Independencia previsto para esta semana por el inefable y cargante Puigdemont y sus socios golpistas en el Parlamento de Cataluña. Por una vez –esperemos que de una vez por todas–, no podrán recurrir al victimismo, la queja y la demagogia cuando el Estado español, a través de los tribunales de justicia, suspenda el acuerdo y exija responsabilidades penales a los sediciosos, y el gobierno de la nación, probablemente, aplique el artículo 155 de la Constitución y suspenda la autonomía.
No podrán quejarse porque la oposición popular multitudinaria, masiva, clamorosa, pacífica, se ha revelado hoy en las calles de Barcelona como ese fuerza tranquila y desbordante que permanece a sosiego en la conciencia de la llamada "minoría silenciosa" y únicamente se expresa cuando la exigencia histórica lo requiere. Cataluña, los catalanes, nuestros compatriotas de aquella Comunidad Autónoma, no quieren la secesión. Había más gente en las calles, hoy, exigiendo al Govern que retorne a la legalidad y el respeto a los derechos de la ciudadanía, que el 23 de octubre de 1977, cuando el Honorable (en verdad honorable) Tarradellas, lanzó su célebre grito: "¡Ja soc aquí!".
Había más gente, cierto. Había más gente que nunca porque la de hoy, 8 de octubre de 2017, ha sido la manifestación popular más concurrida de la historia de Cataluña y, seguramente, de la historia de España.
Había gente, mucha, muchísima... Y había un aire renovador y fundacional en esta movilización, de punto y aparte, más bien de punto final, un "hasta aquí hemos llegado" dirigido a quienes juraban hace cuatro días que "la calle siempre será nuestra". Grave error: la calle y la soberanía de un pueblo pertenece a la historia, no a quienes reman a favor de sus intereses mezquinos y contra la lógica de la historia. Me refiero a la misma lógica que movilizó en 1981 a millones de personas en toda España, también en Cataluña, contra el golpe de Estado de Tejero; a los cientos de miles de vascos que rompieron por fin con el silencio y el miedo cuando clamaron "¡Basta ya!" tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. España no es una país muy dado a exageraciones patrióticas, pero los españoles tienen muy claro que nadie les va arrebatar y apropiarse de la seguridad legal, la convivencia y el progreso que entre todos han construido a lo largo de muchos años y con el esfuerzo de todos. Por eso hoy han dicho: ¡"Prou"!
Hoy ha terminado todo y hoy empieza todo, en Cataluña y en toda España. Ellos, los separatistas acérrimos, los "dialogantes equidistantes", los pescadores en río revuelto de la izquierda irresponsable, no lo saben todavía. Ya se enterarán cuando sus luces y sus cegueras les permitan darse cuenta de que hoy, en Barcelona, España ha dicho: ¡"Aquí estoy yo!"; lo cual, en catalán, viene a significar: "¡Ja soc aquí!".