La FIBA acaba de aprobar para la próxima Euroliga unas normas sobre vestimenta femenina que han provocado una gran polémica: las jugadoras de baloncesto deberán usar en lo sucesivo prendas ajustadas al contorno de su cuerpo. ¿Se trata de resaltar la estética femenina en bien del espectáculo, o simplemente de una medida “retrógrada, machista y sexista”?
El modelo por el que suspira la Federación Internacional de Baloncesto es el body utilizado desde hace años por las selecciones de Australia y Brasil. No se va a exigir a los equipos europeos que lo adopten, pero sí que abandonen las anchas y poco femeninas prendas actuales, que ocultan las líneas -las curvas- del cuerpo de las jugadoras de baloncesto. La justificación oficial, la base ideológica de la reforma recién aprobada, argumenta que la belleza del cuerpo de las jugadoras, resaltada por un atuendo adecuado, puede contribuir al atractivo del juego y favorecer la vistosidad del basket femenino. Sin embargo, en unos tiempos como los nuestros, dominados por la idea de igualdad entre los sexos, exigir una indumentaria “atrayente” -cuando no directamente insinuante- puede interpretarse como el retorno a unas épocas de rancio machismo estético. Un retorno inadmisible en lo que comportaría para las mujeres deportistas de lamentable regresión.
Para comprender el significado de esta polémica, ante todo es necesario darse cuenta de que se encuentra en sintonía con una corriente ampliamente dominante en la cultura de nuestra época. Hoy se tiende, en efecto, a erotizarlo todo: la publicidad, la televisión, las presentadoras de telediario, la imagen de los políticos: todo debe ser hoy atractivo, joven, incluso sexy. ¿Recuerdan el photoshop para ocultar las lorzas de Sarkozy? Los ejecutivos se operan para quitarse las bolsas de los ojos, los michelines de las caderas. Los adustos “Hombres del tiempo” de antaño han sido sustituidos por jóvenes y atractivas meteorólogas. Las divas del bel canto, antaño orondas como Montserrat Caballé, deben ser hoy, cada vez más, mujeres delgadas, con curvas bien modeladas, de imagen atractiva. ¡Incluso los escritores!: sí también ellos, en los que antaño sólo importaba la calidad literaria, hoy deben amoldarse a las exigencias del marketing: hay que cuidar la imagen, dar bien ante las cámaras, lucir una buena dentadura. En todos los campos, no importa hoy tanto convencer como seducir. La sociedad del espectáculo y de la imagen impone sus tiránicos patrones por doquier.
Vista desde tal perspectiva, la decisión de la FIBA se inscribe con completa naturalidad en el espíritu de nuestro tiempo. Los dirigentes del baloncesto mundial razonan del siguiente modo: en el voleybol, en el tenis, en el atletismo, en la natación, en el patinaje artístico, en la gimnasia deportiva, los telespectadores pueden admirar, además de las proezas de las deportistas, sus magníficos cuerpos: el espectáculo consiste en un bloque de sensaciones en el que lo estético y lo deportivo no se deslindan con facilidad, sino que se refuerzan lo uno a lo otro. En cambio, en deportes como el fútbol femenino, el balonmano o -es el caso que nos ocupa- el baloncesto, no se ha atendido debidamente a la estética del cuerpo femenino. En el baloncesto, la vestimenta tipo hip hop, procedente de los playgrounds del Harlem -Allen Iverson como modelo-, se ha impuesto para ocultar, como bajo un nuevo burka, el cuerpo de la mujer. Liberémosla, pues, de estas antiestéticas prendas. En bien de la vistosidad de los partidos. En bien del baloncesto. En último término, en bien del deporte como espectáculo y como negocio.
Las jugadoras españolas se han pronunciado mayoritariamente en contra de la nueva vestimenta; no así sus colegas europeas, que parecen aceptar la decisión de la FIBA, quién sabe si con una secreta complacencia. Si aún tuviéramos que sufrir como ministra a Bibiana Aído, seguro que ya habría levantado su voz contra este nuevo atropello a la dignidad de las mujeres. En cuanto a mí mismo, autor del presente artículo, ¿qué pienso sobre el tema?
Mi postura: estoy a favor de la nueva vestimenta prescrita por la FIBA, pero con matices. Es un hecho que, en deportes como la natación, el voleybol o el atletismo, la belleza del cuerpo femenino -también del masculino, aunque de otro modo- forma parte del espectáculo desde hace décadas sin que nadie se plantee si está bien o mal que las corredoras de 400 metros enseñen sus muslos gloriosamente torneados, o la musculatura de sus perfectos glúteos, en vez de ocultarlos bajo unas prendas algo más recatadas. Nadie se sienta ante el televisor a ver un meeting de atletismo ni exclusiva ni principalmente para admirar el cuerpo de las atletas, pero todos sabemos que esa belleza forma parte del espectáculo. Entonces, ¿por qué resignarse a que el baloncesto siga usando una vestimenta antifemenina, fea hasta decir basta y que perjudica la vistosidad del juego? Si la belleza es un valor humano de altísimo rango, si nuestra sociedad la busca hoy por doquier, ¿por qué reprimirla u ocultarla en un deporte de gran audiencia, como es el de la canasta?
Y, sin embargo... sí, hay un “sin embargo”. Porque estoy, como digo, a favor de la nueva vestimenta, pero lo estaría mucho más si, además, esta novedosa normativa fuese acompañada por otros cambios que fomentasen la espectacularidad de un juego -el baloncesto- que la echa en falta de manera notable. Uno ve una reunión de atletismo, o un partido de tenis, o de voleybol, o un campeonato de natación, y no existe ninguna diferencia apreciable de espectacularidad -de atractivo, de belleza- entre las competiciones masculinas y femeninas. En cambio, el baloncesto femenino es poco atractivo para el espectador. Yo, que soy muy aficionado al baloncesto, me suelo aburrir bastante viendo partidos de basket femenino. Y el problema no está sólo, ni principalmente, en el atuendo de las jugadoras. En mi opinión, habría que atreverse a introducir dos cambios fundamentales, aparte de otros posibles: poner los aros más bajos y jugar con un balón más pequeño y mucho más ligero. De esta manera, las jugadoras podrían realizar jugadas más rápidas y espectaculares; y si, además, se introdujese algo semejante al body de australianas y brasileñas, pues mejor que mejor. El body solo remarcaría, sí, el atractivo cuerpo de las baloncestistas -como sucede en la natación, el voleybol o el atletismo-, pero no resolvería el “problema de espectacularidad” que padece el basket femenino. Quedarse sólo en esta medida revela, en mi opinión, una miopía lamentable.
El tema filosófico de fondo es, por supuesto, el del papel que otorgamos a la belleza en nuestra visión del mundo. Nosotros, que hemos expulsado la belleza del arte contemporáneo, la introducimos por doquier en el mundo del diseño, de la imagen, de la publicidad. Nuestro deber es crear un mundo lleno de belleza, en la medida en que la belleza es -según decían los escolásticos- uno de los tres “transcendentales”: bonum, verum, pulchrum. La belleza es uno de los horizontes definitivos del hombre. ¿Habrá que recordar aquí el Eros platónico, que nos remonta hacia el universo supraceleste de las Ideas, hasta la belleza suprema como fuente de toda belleza subordinada? ¿Habrá que recordar la belleza de la estatuaria griega, de las catedrales góticas? El hombre está hecho para la belleza. La nueva normativa de la FIBA sólo es una aplicación particular -aunque no la mejor ni la más sabia- de este principio.
Bienvenidos, pues, el body para nuestras baloncestistas; pero sólo si nuestros ojos saben estar limpios para admirar la belleza de sus cuerpos, para respetarla, para honrarla, para hacer pie en ella -de nuevo Platón- con el propósito de elevarnos al mundo de la belleza espiritual. Decían los Padres del Desierto que un hombre no está maduro para entrar en el cielo sino cuando, ante la visión de una atractiva mujer desnuda, su reacción es la de... llorar -de amor, de alegría, de gratitud a Dios por una belleza femenina que debe ser, ante todo, admirada, amada y respetada; también de pena por todas las veces en que tal cosa no sucede-. Sin aspirar tal vez a tanto -aunque igual deberíamos-, recordemos, por lo menos, al divino Platón. Pues la belleza transfigura el mundo como casi ninguna otra cosa. ¡Y nuestro mundo necesita hoy tanto una metamorfosis radical!