A propósito del nuevo gobierno

Zapatero, el orgullo infinito

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José Luis Rodríguez Zapatero acaba de anunciar un nuevo y significativo cambio en las personas de sus ministros. La intención oficial consiste en formar un gobierno fuerte, capaz de poner en práctica las políticas que, según nuestro presidente, deben crear las condiciones necesarias para que España salga de la crisis. La intención real es muy otra: como siempre, la supervivencia política del señor Zapatero, al servicio de un orgullo que le impide aceptar que ha llegado la hora de abandonar el poder.

Cualquier presidente con un ápice de sentido común comprendería que, después del paquete de reformas decididas a la desesperada el pasado julio, cuando los mercados internacionales –vía Obama, Sarkozy y Merkel- estaban a punto de sacarnos la terrible tarjeta roja, él mismo, como político, debe darse por amortizado: lo único que le queda es agotar la legislatura intentando tomar las decisiones más convenientes para el país, aunque ello suponga la derrota segura en las elecciones. Si no tiene la dignidad y la humildad suficientes para reconocer su fracaso y convocar elecciones, por lo menos no debe incurrir en esa manifestación de orgullo infinito que consiste en pretender ganar unos comicios que todos los observadores le darían como perdidos de antemano.
 
Sin embargo, nuestro presidente no es un político cualquiera: es un hombre con un máximo de orgullo –muy bien disimulado, eso sí- y con un mínimo de sentido común. En vez de admitir que tiene la partida perdida, y que lo único encomiable sería dejarle el campo de juego al próximo inquilino de La Moncloa en las mejores condiciones posibles, insiste en seguir jugando mientras a su alrededor ya todos hablan en voz baja sobre la sucesión. Pero, ¿realmente piensa Zapatero en la posibilidad de vencer en las elecciones de 2012 a un PP con más de trece puntos de ventaja en las encuestas, y teniendo por medio un 2011 en el que no se vislumbran signos claros de recuperación económica? Pues sí, lo cree: como el niño que piensa que él, igual que Superman, puede volar con el simple acto voluntarista de desearlo, Zapatero –una mente con evidentes rasgos infantiles- aún confía en que puede recuperar el terreno perdido y, aunque sea por la mínima, volver a ganar.
 
¿Con qué bazas cuenta nuestro hombre para afrontar un envite de este calibre? Por un lado, y según se rumorea, con un anuncio de cierto fin pactado de ETA, sea éste aparente o real, y se pague en secreto al nacionalismo vasco el precio político que se pague para lograrlo. Y, por otro, con el cambio de gobierno anunciado ayer: un cambio que mejora el gabinete al expulsar a figuras ampliamente desgastadas –Moratinos, Aído, Corbacho- y que supone el ascenso a un primerísimo plano de Rubalcaba, y además la fuerte entrada en escena de Ramón Jáuregui y Rosa Aguilar. Se trata, como reconocen en privado los dirigentes del PP, de un gobierno más potente que el anterior, más solvente, y también con mayor proyección pública. Un gobierno de un tipo que Zapatero, hasta ahora, había evitado formar.
 
Y es que, como tantos analistas han señalado, Zapatero ha preferido hasta ahora los Gobiernos de perfil bajo, sin gente brillante y de su propia generación y que, de algún modo, le pudiera hacer sombra. Ahora sigue sin haber ministros de su generación con verdadero peso político: tanto Rubalcaba como Jáuregui y Rosa Aguilar vienen de tiempos de González. Sin embargo, al menos es evidente que son tres políticos con notable peso específico propio y gran experiencia. Y la cuestión es: pudiendo haber compuesto un equipo ministerial de mucha más calidad que los que ha tenido desde 2004, ¿por qué no lo ha hecho antes? ¿Por qué ha elegido como ministros a gente tan insustancial –la lista sería larga-, que ha pasado por el cargo sin pena ni gloria? Sencillamente, porque entonces el futuro político de Zapatero no estaba amenazado; y, si no estaba amenazado, Zapatero podía seguir su tendencia natural: eliminar a la gente brillante de su alrededor, dejando sólo a restos de la vieja guardia que ya no albergan ambiciones de liderazgo –su hora de apogeo ya pasó- y a jovencitos sin envergadura, infinitamente agradecidos a ZP por un sillón con el que nunca habían soñado (véase al respecto el notable libro de José García Abad El Maquiavelo de León).
 
Ahora, sin embargo, el futuro sí está amenazado; y, a grandes males, grandes remedios. Zapatero no se resigna a perder en 2012: está convencido de que, aun en un escenario como el actual, es capaz de vencer a un contrincante tan flojo como Rajoy. Estrategia: anuncio calculado del fin, o pseudo-fin, de ETA; y un audaz cambio de gobierno a año y medio de las elecciones, que va a servir para que muchos votantes de izquierda de toda la vida vuelvan a creer en Zapatero. Mientras tanto, el Partido Popular se pone un poco nervioso: Cospedal y Arenas lo han dicho off the record: “Este gobierno es mejor”. Entretanto, Zapatero cree tener cubiertos todos los flancos: si los sondeos mejoran lo suficiente para creer al menos en la posibilidad de la victoria, entonces será candidato en 2012; si no es así, si una abultada derrota aparece como segura, entonces en otoño de 2011 anunciará que no se presenta a la reelección, y el delfín Rubalcaba será el que tenga que hacer cara a la debacle electoral. Sin embargo, Zapatero sólo recurriría a esta segunda vía si realmente no ve ninguna posibilidad de victoria. La fecha límite: como digo, el otoño de 2011. Zapatero, cobarde y orgulloso, no quiere presentarse a perder.
 
Primera conclusión que cabe extraer de todo lo anterior: Zapatero, gobernante nefasto –irresponsable, imprevisible, inepto, infantil-, es, sin embargo, temible en el juego político. En realidad, es lo único que ha hecho durante toda su vida, y lo único que sabe hacer bien. Con el nuevo Gobierno que acaba de designar, no intenta “sacar a España de la crisis”, sino agotar el último cartucho de su supervivencia política, cuando muchos pensaban que ya no intentaría nada y, conseguidos –bien que a un alto precio- los imprescindibles apoyos parlamentarios para el resto de la legislatura, simplemente se limitaría a dejar transcurrir el 2011 antes de ceder el puesto de candidato a un sucesor interino y destinado a una derrota segura. Siempre se ha hablado de Rubalcaba como figura más probable para el papel, y ahora la conjetura se confirma.
 
Segunda conclusión, casi filosófica: Zapatero es el presidente más posmoderno que pueda imaginarse, el más pragmático, el más atento a sus propios intereses políticos, mucho más que a los intereses generales del país. En realidad, éstos últimos sólo le preocupan en la medida en que sirven a los primeros. Y ahora, cuando parecía en un callejón sin salida, se ha sacado un último as de la manga: un gobierno de evidente calidad política –salvo un par de lunares: González Sinde y Pajín- que podía haber formado mucho antes… si lo que entonces le preocupaba hubiese sido la gobernación del país. Pero, como lo que realmente le preocupa es él mismo, sólo lo ha formado cuando ha sido necesario para sus propios intereses.
 
Lo dicho: Zapatero o el orgullo infinito. Incapaz de aceptar la derrota cuando ésta llega; incapaz de este postrer gesto, si no de grandeza, al menos de honradez. Incapaz de un último servicio al país, el de ceder La Moncloa con los minimos daños posibles. Incapaz, en fin, de ver más allá de él mismo.

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