El toro, Cataluña y el alma de España

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El parlamento catalán se encuentra desde hace algún tiempo de enhorabuena: tras vencer muchas resistencias, por fin parece que Catalonia (is not Spain…) va a desterrar de su suelo las odiosas corridas de toro. Los antitaurinos se felicitan, los nacionalistas celebran su triunfo en la lucha por el retroceso de lo español. Y, sin embargo, lo que parece un próximo interdicto de la tauromaquia en Cataluña debería inspirar, más bien, una honda preocupación.

 Para el positivismo político, para el racionalismo democrático, las naciones son el resultado de un concurso de voluntades que tiene en la Constitución su momento fundacional y que se renueva con la periódica celebración de las elecciones. Sin embargo, las naciones son mucho más que eso: poseen una historia y una identidad, una esencia, un alma. En ocasiones, esa alma se simboliza por medio de un animal emblemático, verdadero tótem del país en cuestión. Así, por ejemplo, el gallo es el animal nacional francés.Y, en el caso de España, resulta evidente que el alma de España se expresa desde hace milenios a través de la figura del toro.
 
El toro de Osborne no ha llegado a ser un icono nacional en virtud del mero azar: la cultura popular, el instinto simbólico del pueblo, ha intuido en su silueta una profunda afinidad con el alma española. El toro español significa la conexión de nuestra esencia con la tierra, con la potencia genesíaca de lo telúrico, con el mundo misterioso de Plutón. El combate del torero con el toro representa el modo en que la dimensión luminosa y diurna del alma humana ejecuta una danza “erótica” con la oscuridad dionisíaca de lo real. La estocada que mata al toro no representa una condena de esa zona subterránea e instintiva de nuestro ser: lo esencial es el previo baile realizado por el torero y el toro, un baile que esconde algo de nupcial. El toro es un peligro para el torero, pero no es propiamente su enemigo. En realidad, es la otra mitad de su ser.
 
El alma de España está en el toro como está en el flamenco, en los sanfermines o en los tambores de Calanda, que Buñuel no se perdía ningún año. España no es una nación de comerciantes, como Holanda; ni de filósofos, como Alemania; ni de místicos, como Rusia, pese a la profunda veta mística presente en el alma española. España es una nación de hombres pasionales, exaltados, agonísticos. Por eso los grabados de Goya y la figura de Unamuno nos hablan de la esencia de lo español. Por eso también José Tomás despierta hoy tal entusiasmo entre los aficionados a los toros: su verticalidad, su quietud, su aparente desprecio por la muerte, nos recuerdan unas profundidades de nuestro ser que casi habíamos olvidado.
 
La intelligentsia afrancesada de nuestro país, los ilustrados de vía estrecha, y por supuesto todos los nacionalistas, en su odio visceral a España, no pueden sino declarar al símbolo del toro una guerra sin cuartel. Sin embargo, el pueblo llano lo defiende, como antes lo amaron Lorca, Picasso o Dalí: la bandera rojigualda con el toro de Osborne es desde hace tiempo un icono de la cultura popular española.Y es que un país que es infiel a su esencia, que quiere convertirse en una nación “moderna” –es decir, descafeinada-, no puede esperar de este loco empeño sino unas consecuencias desastrosas.
 
Respeto profundamente a los antitaurinos: Espido Freire o Jorge Wagensberg tienen perfecto derecho a que no les gusten los toros. Sin embargo, este vendaval prohibicionista que ahora recorre los pagos del otrora oasis catalán constituye un signo preocupante: de hecho, tal vez no sea casual que coincida en el tiempo con la mayor crisis –económica y más que económica– de la historia de España.Y es que llevamos varias décadas tocando resortes muy delicados del equilibrio de nuestra alma nacional. Ahora recogemos los amargos frutos de esta imprudencia.
 
Personalmente, no soy muy aficionado a los toros: de hecho, nunca he ido a una corrida, aunque he visto muchas por televisión. Sin embargo, y entre otras cosas en nombre de la libertad, defiendo a capa y espada la pervivencia de la fiesta de los toros en nuestro país. Porque es parte esencial de lo que hemos sido y de lo que somos.

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