¿Debe pedir perdón Wyoming a Hermann Tertsch?

Compartir en:

 Mucho se ha escrito durante los últimos días sobre el penoso incidente Wyoming-Tertsch y la posterior agresión sufrida por éste último. Sus protagonistas son bien conocidos por todos: el Gran Wyoming es un humorista que alcanzó su cénit con el ya muy lejano “Caiga quien caiga” de los años 90 y que desde entonces transita, más bien sin pena ni gloria, por diversas televisiones de nuestro país; es, por otro lado, un señor con cierto talento, una indudable vis cómica y buenas aptitudes para la sátira corrosiva. Por su parte, Hermann Tertsch ha sido durante largos años corresponsal de prestigio en El País, y últimamente se ha significado como polémico periodista televisivo a raíz de sus comentarios y opiniones en el informativo nocturno de Telemadrid.

Las palabras de Tertsch que han provocado el incidente al que nos referimos son compartidas —creo— por una gran mayoría de la población: si hubiera que lanzar una operación de rescate para salvar a unos compatriotas secuestrados por terroristas de Al Qaeda, ni el señor Tertsch ni una gran parte de nuestros conciudadanos tendrían dudas a la horas de aprobar que, en el curso de la misma, se matara a quince o veinte de los secuestradores —si tal cosa, claro está, fuera necesaria. El Gran Wyoming, director de “El Intermedio”, consideró escandalosas tales palabras de Tertsch porque van contra la dictadura de lo políticamente correcto establecida por Zapatero y el establishment progresista: nuestro ejército no dispara un tiro, ni mata a nadie, ni va a ninguna guerra, ni dispara contra terroristas; y nadie, salvo que quiera arriesgarse a ser víctima de una fatwa mediática decretada por el lobby pro-PSOE, debe atreverse a decir otra cosa.Y como, ahora que ya se habla menos de Jiménez Losantos tras haber salido de la Cope, hace falta una nueva figura a la que convertir en gran espantajo de la derecha, a la que demonizar a placer y contra la que dirigir la furia de la izquierda, Hermann Tertsch tiene muchos números, junto a los periodistas de Intereconomía, para desempeñar tal función.
 
Se ha intentado defender a Wyoming argumentando que lo que se emitió en “El Intermedio” se trataba claramente de vídeos humorísticos y que en ningún momento se llamó a Tertsch “asesino”. Lo cual es, sin duda, cierto. Sin embargo, tales vídeos son, cuando menos, desafortunados; aparte de constituir una prueba transparente del escasísimo nivel —incluso en lo estrictamente humorístico— que exhiben los guionistas del programa (a diferencia, por ejemplo, de sus compañeros de “Sé lo que hicisteis”, que suelen derrochar ingenio y talento): ¿alguien me puede explicar la conexión entre “matar a quince o veinte terroristas de Al Qaeda” —lo que dijo Tertsch— y “matar a quince o veinte pacifistas, ministros del Gobierno o menores de 25 años” —lo que Wyoming hizo decir a Tertsch manipulando sus palabras? Por supuesto que los telespectadores sabían que se trataba de un montaje de intención satírica (¡estamos en “El Intermedio”!): salvo despiste mayúsculo, nadie en su sano juicio pudo pensar que Tertsch pronunciaba realmente esas palabras. Aun así, ¿acaso no se ve la nula conexión lógica entre lo que dijo Tertsch y lo que se le hizo decir?  Si se quería criticar, satirizar o ridiculizar a Tertsch, había que haberlo de otra manera, más sutil e inteligente. Aunque para eso a lo mejor habría hecho falta aplicar un talento del que no se dispone.
 
No sé si la agresión sufrida por Tertsch guarda alguna relación, directa o indirecta, con el gracioso vídeo de Wyoming en su programa: se trata de una cuestión que habrá que esclarecer, lo cual sólo parece posible si la policía logra identificar y detener al autor de la cobarde patada. Ahora bien: lo que sí sé es que la vida pública nacional —de la que el periodismo escrito, radiofónico y televisivo es una especie de termómetro— se está deteriorando a pasos agigantados, y que el último estadio de tal deterioro linda con el territorio de la violencia física.
Y, por cierto, a este respecto diarios como Público, donde también escribe Wyoming, se caracterizan por su tono especialmente beligerante y casi belicista: al parecer, todo —o casi todo— vale contra la derecha, contra Esperanza Aguirre, contra Jiménez Losantos, contra la Conferencia Episcopal, contra Berlusconi, contra Aznar, contra todo lo que suene a “neocon”, y ahora también contra Tertsch. Por supuesto, todo este sector político y periodístico se ha apresurado a lamentar la agresión sufrida por Hermann Tertsch. Pero el mal hay que evitarlo antes de que se produzca: igual que se critica a los presidentes de dos clubs de fútbol que, con sus declaraciones, calientan el partido del próximo domingo —puede haber aficionados que interpreten sus palabras como una invitación a la acción directa y brutal contra el enemigo, también hay que criticar a quienes, desde la derecha o desde la izquierda, atacan al adversario político de una manera que traspasa las últimas líneas rojas de la educación y el sentido común. Vale que se critique duramente, que se satirice, que se ridiculice incluso, si es que hay motivo para ello; pero manteniéndose fiel a la verdad de los hechos y respetando un último límite de humanidad y sentido común, para que —como se suele decir— “la sangre no llegue al río”. En este sentido, tanto Wyoming, como Público, como Enric Sopena, como Jiménez Losantos y como algunos periodistas de Intereconomía tendrían que hacer un serio examen de conciencia.
 
España, país de extremos y extremismos, vivió, entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, tres días en los que se rozó un territorio muy peligroso, con una izquierda que se consideró legitimada para asediar casi físicamente a la derecha (recordemos el cerco de las sedes del PP). A ver si, por una vez, nos damos cuenta a tiempo de por dónde no tenemos que ir.
 

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar