Las masas ya no son lo que eran. Hasta hace un par de décadas, entre los visionarios demagogos de la izquierda y los mandamases iluminados de la derecha populista nos tenían convencidos de que las masas eran las grandes, únicas protagonistas de la Historia.
Aquellos desfiles multitudinarios, apabullantes, sobrecogedores, en la Plaza Roja de Moscú; aquellas arengas visceralmente teatralizadas del Führer a la juventud alemana, o del Duce al pueblo italiano; aquel millón de españoles que cada dos por tres se congregaban espontáneamente bajo las balconaduras de la Plaza de Oriente; las impresionantes manifestaciones de reivindicación nacionalista, o los primeros Primero de Mayo de la Transición, ya saben. "El pueblo unido jamás será vencido"... han pasado a mejor vida. Descansen en paz.
Las masas iban a ser dueñas del destino, y han acabado sirviendo para lo que son: testigos mudos de la marcha de un mundo globalizado donde, parece hay que temer, lo único globalizado es la mansuna aceptación de que las cosas son como son y nunca van a cambiar.
Las masas, como siempre, sirven para ser entretenidas, consumidores de ocio de más o menos calidad, cada cual en su refugio y el poder del silencio y la resignación en todas partes. Aunque alguna gente se rebela, claro. Siempre ha habido contestatarios. Hay personas que no aceptan el rol pasivo a la hora de recibir el donativo lúdico. Quieren ser protagonistas y organizan por sí mismos el espectáculo. Un espectáculo de masas, no hace falta decirlo. El único pecado que todo el mundo está de acuerdo en no perdonar a nuestro tiempo es el aburrimiento. La “salvación” está en la diversión. Por eso ha nacido este movimiento tan pintoresco, denominado "flashmob" en lengua anglosajona. Un montón de gente se pone de acuerdo para, al unísono y con grande aparato escenográfico, realizar una performance colectiva. Se quedan todos quietos, como la mujer de Lot convertida en estatua de sal tras la contemplación de los fuegos de Sodoma. O cantan una canción, o realizan una vistosa coreografía. O cualquier chorrada, algunas incluso reivindicativas, para que no se diga que la conciencia, el espíritu humano, ha acabado por embrutecerse del todo, enfangado en la dulce siesta de la diversión.
Reivindicaciones divertidas, se entiende. De masas, se sobreentiende. Es el flashmob. Lo último. Vean qué cosa tan curiosa. Miren cómo se expresa en la calle, colectivamente, nuestra cultura. Pásmense.