El decano de una prestigiosa facultad de letras norteamericana, en clase de literatura, pregunta por dos alumnos --él y ella—, que no han aparecido en todo el curso: “¿Quiénes son?” ¿Acaso estoy refiriéndome a oscuros espectros?”. El decano se llama Coleman Silk, personaje interpretado por Anthony Hopkins en la interesante adaptación cinematográfica de la novela “La mancha humana”, de Philip Roth.
Lo que ignora el pobre Coleman Silk es que los alumnos absentistas, a los que irónicamente ha definido como “oscuros espectros”, son “afroamericanos”, es decir, de raza negra. En cuanto la maquinaria inquisitorial de la policía del pensamiento y los nuevos dictadores de lo políticamente correcto se ponen en marcha, por reacción al comentario del decano, la vida de éste se convierte en un suplicio: se le expulsa de la universidad, lo jubilan… y su mujer fallece a consecuencia de una embolia súbita, provocada por el tremendo disgusto.
La palabra “oscuro” ha destruido la vida del profesor y ha acabado con la existencia de su mujer. Es el arma con que la asesinaron, el veneno que gente sin conciencia pero atiborrada de buenos principios vertió en el paladar de la víctima mientras dormía. Eso sí, tal como afirma una histérica profesora del claustro, la chica negra que ha pasado el curso sin dejarse ver por clase de literatura, “está destrozada” por culpa de esa palabra: oscuro.
El resto de la historia, compleja, plagada de ambigüedad moral y desazón psicológica, podría haber sido anécdota, añadidos prescindibles al espectacular inicio de la historia. Philip Roth, sin embargo, prefiere abundar en los detalles más espinosos de la ingeniería social norteamericana. Un secreto acallado por Coleman Silk durante toda su vida, el amor por una enigmática mujer a la que dobla en edad y las maquinaciones homicidas del ex marido de ella, completan el entramado de una narración que, como era de esperar en la maestría de Philip Roth, llena de desasosiego al lector/espectador de esta obra; la cual, por cierto, pasó por nuestras pantallas en 2003 y sigue en librerías sin mayor popularidad que el resto de la producción literaria de Roth. Ni falta que le hace, desde luego.
Pero a lo que iba. La única conclusión que cabe tras la experiencia de “La mancha humana”, parece desoladora: ¿De qué sirve esforzarse, sacrificarlo todo -incluida la misma identidad -, en aras de una existencia sin complicaciones, si al final resulta que el mundo está en manos de los estúpidos y los malvados, lo que tarde o temprano nos condena a la perdición?
Hay una simetría perversa, cruel hasta lo insoportable, en la vida de Coleman Silk. Los prejuicios raciales -es decir, la brutalidad humana -, lo convirtieron en impostor vitalicio; la tirana gazmoñería de los vigilantes de la corrección política acabaron con su carrera y con la vida de su esposa; y la alianza entre un perfecto asesino y la necedad de una psicóloga forense estragada por el buenismo mortífero de los ineptos, dejarán impune su injusto final. Se cierra el ciclo ecológico: las personas normales, sensatas, amantes de su trabajo y empeñadas en perfeccionarse a sí mismas, son depredadas sin compasión por los idiotas y los criminales. El funeral de Coleman Silk se convierte en una horrible escenificación de la hipocresía contemporánea: todo son golpes de pecho, arrepentimiento, alabanzas a su persona y compunción por lo sucedido. Los partícipes en estas exequias saldrán del templo convencidos de ser un poco mejores, cuando lo cierto es que su puntual mojigatería los confirma plenamente como lo que son: una execrable comandita de pérfidos santurrones. Sepulcros blanqueados.
Comenté a un amigo, hace unos días, mi intención de escribir sobre “La mancha humana”. Me preguntó de qué iba la historia y no se me ocurrió otro resumen que este: “Como La conjura de los necios, pero escrita con mucha mala leche”. No creo equivocarme demasiado. Donde había situaciones hilarantes —en la novela de John Kennedy Toole—, pongan ustedes conflictos sangrantes, indignantes, y tendrán “La mancha humana”. La misma receta para distintos sabores, del mazapán de la risa al acíbar de la iniquidad. Dos sentimientos para una sola impresión: dos obras maestras que brillan y queman a pleno sol en el mundo oscuro de la gente oscura, que es la que manda.
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