Han pasado por fin, entre los bostezos del electorado, las elecciones al Parlamento Europeo, y llega el momento de las interpretaciones. El PSOE –creo que de manera bastante realista, pese a lo que diré después– considera que se trata de una “derrota asumible”, atribuible en gran parte a la crisis económica y que no supone ningún contundente voto de castigo contra Zapatero. Por el contrario, el PP afirma que la suya ha sido una gran victoria, que anuncia un nuevo ciclo político y que significa que los españoles están empezando a decantarse por el cambio que supone el Partido Popular. Así, tras el éxito en las elecciones gallegas, las europeas confirmarían una tendencia ascendente del PP y afianzarían a Rajoy como claro líder de cara a los comicios del 2012.
Ahora bien: más allá de las interpretaciones que los partidos hacen en público, ¿qué es lo que ha sucedido realmente? En el caso del PP, lo que creo que hay es una victoria con unos paradójicos aires de fracaso: todos sabemos que, con un 45 % de participación y un electorado popular que, con toda claridad, se ha movilizado más que el socialista, los resultados de estas europeas, con un mero 3,7 % de ventaja para el PP, significan bien poco de cara a las futuras elecciones de 2012. Ante la crisis económica que atraviesa el país y con un Zapatero que, primero, la negó y, después, ha actuado contra ella de manera errática y poco seria, para que el triunfo de Rajoy realmente hubiese representado un aldabonazo electoral, tendría que haberse producido por un porcentaje de votos muy superior (como, con acierto, señalan medios socialistas). En realidad, pasa lo mismo que con el reciente debate sobre el estado de la Nación: cuando los populares esperaban que Rajoy ganase por goleada y apabullase a Zapatero, el empate técnico que dan las encuestas sobre quién ganó el debate representa, más bien, una derrota para el líder popular: como, por otra parte, admiten en privado los políticos del PP que se atreven a ser un poco sinceros. Ahora, con las europeas, ha pasado algo parecido: en este caso una victoria insuficiente, que apuntala a Rajoy como candidato… para desgracia del Partido Popular y ante un mal disimulado agrado de los socialistas, que están seguros de que Rajoy “no sabe ganarle a Zapatero” y que, por tanto, quieren que don Mariano llegue hasta 2012. Y creo que no les falta razón.
En cuanto al PSOE, parecería que su análisis es mucho más correcto: pese a la que está cayendo, los resultados electorales les han castigado muy poco: por lo tanto, tienen motivos para ser optimistas de cara al futuro, aún más teniendo en cuenta la habilidad de Zapatero para moverse cuando se aproximan las elecciones. Y, sin embargo, creo que también el PSOE está eludiendo afrontar una autocrítica que considero necesaria. La desmovilización de sus electores no ha sido masiva, pero sí clara: lo cual, a mi modo de ver, debe interpretarse como una alarmante señal de que Zapatero está dejando de entusiasmar incluso a los suyos. Se inicia, por tanto, una suave tendencia a la baja, una vez que incluso los votantes socialistas están empezando a admitir que “Zapatero es un político como los demás”, es decir, más atento a las marrullerías contra el adversario y a los intereses electorales del partido que a una labor seria y responsable de gobierno. Por supuesto, todavía cuenta con muchos incondicionales; pero entre los votantes socialistas crece una atmósfera de escepticismo que, en unos casos, lleva a la abstención, y, en otros, a un voto cada vez más carente de entusiasmo.
Rajoy habría demostrado una elogiable humildad y grandeza de ánimo si hubiera dimitido tras la derrota electoral de 2008, dando paso a un nuevo candidato (aunque, ¿quién?). Por su parte, Zapatero demostraría valer más de lo que muchos pensamos si, ante el aviso que le han dado sus votantes, hiciera autocrítica y se diera cuenta de que algo importante dentro de él debe cambiar: para que sus electores volviesen a creer, como hicieron en 2004, que éste sí que era un “político diferente”.
Por mi parte, yo nunca lo creí: en particular, no lo creí la noche del 14 de marzo de 2004, cuando, tras ganar las elecciones después de aquel trágico 11-M, Zapatero y los suyos, en un país que estaba de duelo como pocas veces antes en su historia, tuvieron la desfachatez de ponerse a dar botes y a brindar con champán en su cuartel electoral. Ahí, ya desde un principio, reveló Zapatero su verdadera –escasísima– talla.
Rajoy no ha ganado de verdad las elecciones europeas. Zapatero, realmente, tampoco las ha perdido. Pero tanto uno como otro sólo son capaces de ofrecernos una deprimente mediocridad