Zapatero y Obama: tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando

El gran acontecimiento planetario

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Supongo que muchos de ustedes ya sabrán a qué me refiero; no creo que se les haya podido escapar, sean de donde sean y vivan donde vivan, el primer gran acontecimiento del sigglo XXI: la coincidencia en el tiempo de dos presidencias, la de Obama en Estados Unidos, y la de Zapatero en la Unión Europea. Las expectativas generadas ante tal acontecimiento no tienen antecedentes, ¿o sí? ¿Quizás cuando una nave tripulada fue enviada por primera vez a la luna? No sean descreídos, ambas figuras comparten una visión común del mundo: la idea de que la convivencia es posible entre los diferentes pueblos, culturas y religiones si todos ponemos un poquito de nuestra parte. Y para eso están ellos, los dos: Obama, el enviado y Zapatero, el visionario.

Ambos comparten una idea del mundo, la de que el hombre blanco, cristiano y de origen europeo ha dominado el planeta durante siglos, de manera despiadada y cruel en un principio y de forma soberbia y prepotente en los últimos tiempos, y que ya es hora de poner fin a esa situación. Ambos son extremadamente soberbios, el primero, Obama, empieza a dar muestras de dos cosas: una, es americano, dos, es negro; el segundo, Zapatero, es un hombre inseguro que a falta de ser un auténtico “macho alfa” (primate dominante de su clan), un verdadero líder empático con lo masculino y lo femenino, se escuda en grupos de mujeres a las que halaga permanentemente, y de hombres beta (hombres sumisos) con los que puede establecer una política idealista alejada de la realidad.

Obama ha decidido que Europa es secundaria, que la vieja duquesita “chocha” en que la que nos hemos convertido no tiene mucho que pintar internacionalmente más allá de secundarle en sus decisiones como líder internacional. El desplante a Sarkozy, el temperamental y reactivo presidente francés, que le invitó a cenar junto a su esposa en el Eliseo, y disponiendo el americano de todo el tiempo decidió irse por su cuenta a un restaurante parisino, dice mucho, pero mucho, sobre su visión de las cosas. Obama también ha dicho que los europeos deberíamos aceptar el velo en las escuelas y la entrada de Turquía en la Unión Europea. Es decir: dilúyanse ya y déjense de tonterías. Inteligente lo es el chico. Se ha dado cuenta de que en el futuro las grandes potencias serán Brasil, Arabia Saudí, China y la India, y que nuestro continente, cada vez más descafeinado, apático, decadente y neurótico, forma ya parte de la historia. Y tiene razón, a falta de una presidencia elegida democráticamente, de una defensa radical de nuestra cultura y de nuestra identidad colectiva, no somos más que una panda de pusilánimes que pueblan un bonito decorado.
Zapatero tiene una visión similar pero a menor escala. Él sueña con una España en la que las mujeres y los machos beta gobiernen y lo dirijan todo, y en la que Andalucía sea de nuevo Al-Andalús, y donde la convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes vuelva a resplandecer bajo el sol y el buen gobierno de gente sensata y sensible como él. No me extrañaría que la alusión a Córdoba que hizo Obama en el discurso que ofreció en El Cairo provenga de nuestro sumo visionario. Derivada de esta concepción del mundo, su alianza de civilizaciones proveería al planeta de la herramienta necesaria para alcanzar la paz in aeternum.
Eso sí, creo que hay una gran diferencia entre ambos. Si los dos son idealistas hasta la estupidez supina, el primero, Obama, es un pragmático, y cuando después de una o dos giras internacionales se dé cuenta de que los “malos” no le hacen ni puñetero caso, y de que todos sus discursos no han sido más que puro papanatismo, y tiempo ganado para los adversarios, se va a empezar a enfadar, e incluso puede que se enfade mucho, tanto que empiece a darse cuenta de que “la vieja duquesita chocha”, es decir, nosotros los europeos, es la única que quiere bailar con él. Y de repente se convertirá en un patriota y duro americano. Ya me lo dirán: tiempo al tiempo.
Respecto al otro, yo lo único que deseo es que algún día despierte y vea la luz. O no, mejor que no la vea, no vaya a ser que se sienta un personaje de Lewis Carroll y le dé por convertirse en el protagonista de otro cuento, aún más disparatado que el que está viviendo.
En todo caso prepárense para cuando ambos astros iluminen la Tierra con su visión de futuro y recuerden el día en que se les perdió un bolígrafo para hacerse una idea de la trascendencia.

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