Hay momentos en los que la vida le pone a uno en su sitio, en los que uno quisiera que todo fuera más fácil, más rápido y la proyección pública de su imagen ganara en consideración. Pero no siempre puede ser así.
Uno, de vez en cuando, debe enfrentarse con su propia realidad sin rechazar la responsabilidad que se tiene en aquello que le sucede, sin atribuirlo a la desgracia, al infortunio o a las malas intenciones ajenas. Solamente de este modo podemos ir haciéndonos progresivamente fuertes y construirnos con la suficiente integración personal, individuándonos, solidificando nuestros cimientos. Porque lo que importa en realidad es que a lo largo de nuestra vida adquiramos la sabiduría que nos permita ir, poco a poco, diluyendo el ego y que finalmente este se muestre con tanta naturalidad que, aquello que seamos, se perciba sin alardes de ninguna clase por nuestra parte.
Aspirar al autoconocimiento, ser capaz de aceptar los éxitos y los fracasos con tranquilidad, alejarse de los dogmas, de las identificaciones excesivas con lo colectivo, flexibilizar la mente y trazar una ruta cultural y espiritual que nos ayude a permanecer serenos ante cualquier embate, incluso ante aquellos momentos en los que nos sentimos tremendamente afortunados, todo ello nos ayudará a estar mejor, a ser mejores me atrevería a decir.
Y ¿de qué va este artículo? Se preguntarán una vez llegados aquí.
Va del Cielo.., de la búsqueda de la paz interior, de la necesidad de asumirse íntegramente, de aceptar las posiciones depresivas por las que uno va pasando, de vez en cuando, a lo largo de su existencia y que sirven, más que para huir de ellas, como lamentablemente hace la mayoría de la gente, para oír, escuchar aquellas demandas que provienen tanto de nuestro interior como del exterior y que son lecciones de vida que, de no superarlas, estaremos siempre repitiendo, en un bucle eterno y encadenado donde una y otra vez cometeremos los mismos errores.
Por otra parte el Cielo está mucho más cerca de lo que creemos, simplemente se trata de armonizar con nosotros mismos, procurar amar y mantenernos en estado de considerarnos permanentemente imperfectos sin caer, por cierto, en la duda ni en el exceso de reflexión sobre un mismo tema.
Vamos caminando y aprendiendo, y necesitamos de la humildad como compañera para aceptar las lecciones que se van generando cada cierto número de pasos. Y así pasa la vida, haciéndonos eternos en la mirada de los que nos aman, en la de aquellos que son amados por nosotros.
El Cielo se construye en cada instante cuando no se aspira a nada más que a la propia verdad interior, cuando uno es capaz de matar el personaje y, desnudo, quedarse ante el mundo, ante Dios, tal como es, y llevando solo aquello que ha adquirido a lo largo del camino. Todo lo demás, la fatuidad, está destinado al fracaso, a la caída titánica de los que son vencidos por los dioses, al vuelo infructuoso de Ícaro.
No nos quejemos de nuestras vidas, somos sus primeros y últimos responsables, y solo aquellos que sean conscientes de ello podrán alcanzar la serenidad, el amor,… la sabiduría.
-Aspiraba, sigo aspirando, el deseo y la ambición quizás me acompañen siempre, pero a medida que cumplo años, - agradecido a la vida como estoy-, mi aspiración se acerca cada vez más a envejecer junto a mi esposa, y llegada la ancianidad poder, aún de manera torpe, bailar aquella canción…
¿Cómo era? Ah sí…:
“Heaven, I´m in heaven. And my heart beats so that I can hardly speak…”