Obama: luces y sombras

Mis temores hacia Obama consistían en que no fuera una especie de Zapatero a la americana. Es decir, un soberbio iluso con una visión tan estúpida de la realidad que nos pudiera poner en peligro a todos. Lo cual todavía sería más grave que el hecho de que en España tengamos que soportar una presidencia de gobierno de una categoría tan ínfima, con una política internacional propia de un país del tercer mundo, una política social que parece diseñada por un adolescente anti-sistema, y una política económica cerril que pretende introducir con fórceps los cuatro conceptos de la cartilla socialdemócrata (la ideología por encima de la situación, pese a quien pese y pase lo que pase).

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De haber sido norteamericano reconozco que hubiera votado a McCain en las últimas elecciones presidenciales. McCain representaba lo bueno del republicanismo, incluida la idea de que Norteamérica continuara liderando el mundo, pero con una visión menos obtusa y entrometida internacionalmente que la de Bush hijo, entre cuyos desmanes se incluye una guerra absurda que causó miles de muertos iraquíes (creer que Occidente debe seguir ejerciendo el liderazgo internacional no significa que valga todo, y menos la vida de inocentes).
Dicho esto, también me alegré de la victoria de Obama. Y fue porque me parecía un salto cualitativo para la humanidad —por lo simbólico y arquetípico del cargo de presidente de la primera potencia mundial—, que un afroamericano ocupara esa responsabilidad. Era una forma de devolver la dignidad herida a una parte de la población del planeta que por primera vez veía la posibilidad de sentir verdaderamente lo que significaba la igualdad.
Mis temores hacia Obama consistían en que no fuera una especie de Zapatero a la americana. Es decir, un soberbio iluso con una visión tan estúpida de la realidad que nos pudiera poner en peligro a todos. Lo cual todavía sería más grave que el hecho de que en España tengamos que soportar una presidencia de gobierno de una categoría tan ínfima, con una política internacional propia de un país del tercer mundo, una política social que parece diseñada por un adolescente anti-sistema, y una política económica cerril que pretende introducir con fórceps los cuatro conceptos de la cartilla socialdemócrata (la ideología por encima de la situación, pese a quien pese y pase lo que pase).
Y es cierto que Obama ha marcado claras diferencias con Zapatero. La primera es su gobierno. El gobierno norteamericano está plagado de hombres y mujeres altamente capacitados, algunos ilustres, mientras que el español está lleno de frívolos, demagogos, aprendices de algo y mentes tan privilegiadas que a duras penas defenderían con dignidad el cargo de concejal de pueblo (con todo el respeto para éstos, que seguro que gobiernan con más eficacia). Pero eso no impide que Obama ya esté cayendo en alguna bisoñez que podría hacer temer lo peor, aunque conservo la esperanza de que rectifique.
Hemos de suponer que cuando el recién elegido presidente norteamericano toma el poder se le pasa toda una serie de documentación, altamente confidencial, que le debe de hacer surgir canas en cuestión de minutos: todas las armas secretas que se están fabricando en el mundo, conexiones de determinados gobiernos con la mafia, gobiernos traidores, etc. Bien, y supongo que además, como todo novato, debe de empezar a hacer prácticas, y qué mejor que la buena voluntad: un poquito de alianza de civilizaciones, la mano en el hombro del ansioso “quiero-ser-tu-amigo” Zapatero (pronto verán ambos que no hay tanta conexión) o el pase por televisión de los soldados norteamericanos fallecidos en guerra (y así de paso debilitar el espíritu de toda una nación).
Es evidente que no estamos en la época de Reagan, Thatcher, Kohl y el Papa Juan Pablo II, que consiguieron la caída del comunismo y la reunificación de Alemania, con más o menos conflictos entre ellos, pero que tenían claro el papel de Occidente en el mundo: el liderazgo.
 Estamos en otra época, con una crisis económica brutal y unos líderes que, a excepción de Angela Merkel (la sensata y firme canciller alemana), parecen no estar a la altura de las circunstancias.
Obama tiene algo de chico satisfecho de sí mismo, de niño subido en la silla recitando un poema el día de su cumpleaños. Además, parece poseer cierto grado de ingenuidad combinada con algo de narcisismo, o mucho. Porque, de repente, ha descubierto que puede solucionar todos los entuertos internacionales de una manera rápida y ágil. ¿Cómo? Tratando de entender todos los puntos de vista, poniéndose en el lugar del otro y rebajando tiranteces, acercando posturas. ¡Ven qué fácil se arregla todo! Creo que tiene excesiva necesidad de gustar, de caer bien, de ser y parecer un buen chaval…, pero eso no le va a servir.  Las circunstancias son mucho más complejas, más perversas y maquiavélicas, y el mundo siempre ha funcionado, por desgracia, según la dicotomía ganar-perder. Y a la decadencia de un imperio le ha seguido el surgimiento de otro. Solo la tensión militar ha permitido la paz y paralizado las pretensiones de los expansionistas. Esperemos que no tarde en comprender algo tan básico y esperemos que la vanidad no le impida hacerse con la realidad que se oculta detrás de muchas sonrisas. Su poder de seducción de las masas y sus buenas intenciones no servirán para transformar a los que tienen pretensiones no demasiado benévolas. Y creo, y espero, que su patriotismo y pragmatismo le lleven a dirigir un gobierno fuerte, sin demasiadas concesiones a las nimias fantasías que le puedan llegar desde cierto lugar de la Europa mediterránea.
No sé por qué, y sin caer en el histerismo de la progresía europea, confío en que ese hombre guiado por su inteligencia y su visión de la historia consiga rectificar ese inicio de presidencia donde, por encima de todo, ha demostrado estar encantado de conocerse, y encantado de que le conozcan.
Por otra parte, aquí en España sólo nos queda esperar a que el grupo de colegiales que nos gobierna ceda el paso a alguien que, aunque no entusiasme, ponga como mínimo un poco de cordura en tanto desaguisado.

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