¿Puede desaparecer el PP?

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Pasó con UCD, con el CDS, con AP. A nivel autonómico, sucedió con Unió Valenciana (UV). Tal vez le ocurra a IU, y se transforme de nuevo en PCE y en una enésima Iniciativa. Por eso no es tan descabellado hacerse la pregunta: ¿Puede desaparecer el PP? O lo que sería lo mismo: ¿cabría la posibilidad de una escisión que condujera, tal y como Javier Ruiz Portella ha sugerido con entusiasmo, a la creación de un partido en el que Rosa Díez y Esperanza Aguirre estuvieran juntas y atrajeran a esos votantes a los que les produce sarpullido lo considerado “carca”? ¿Es viable pensar en dos partidos, opositores firmes del PSOE: uno aupado hacia el poder por medio del empuje femenino de sus mandatarias; y otro condenado al ostracismo como si sus líderes fueran a hacer penitencia en el último banco de una capilla? Todo es posible, quién sabe si incluso probable, lo que no sería es, en modo alguno, deseable.
 
Romper el único partido, digamos, de derechas, en el que millones de españoles tienen puestas sus esperanzas de cambio (casi tantos como los votantes del PSOE), sería decir adiós a un partido no de izquierdas en el gobierno para muchas legislaturas, salvo descalabro mayúsculo o tragedia no escrita. En Madrid, dado el éxito de Rosa Díez, quizá se contemplen con otra óptica las cosas, pero desde numerosos lugares de España (Valencia, Aragón, Baleares, Cataluña…), el partido de Rosa Díez se ve como flor de un día (¿se acuerdan ustedes de Ruiz Mateos y su escaño de eurodiputado?), sin ninguna implantación fuera de la capital española, y además amenazando conquistas autonómicas que la mayoría de españoles no estaría dispuesta a ceder de nuevo a los vientos de la meseta; por ejemplo, la Sanidad. Eso por no hablar de los deseos de la señora Díez en política inmigratoria, que convierten en medidas de extrema derecha las llevadas a cabo por Rodríguez Zapatero. He aquí tres de las propuestas de UPyD: mejorar el trato a los inmigrantes (?), ampliar el cupo de extranjeros (!) e igualdad de derechos sociales y políticos (#*!!).
 
El PP, es cierto, tiene un grave complejo de inferioridad ante el PSOE. El debate de las ideas lo ha perdido porque como buey remolón ha cabeceado ante el avasallamiento de una kultura de izquierdas que se vende como única digna en una “democracia”. Y cuando el PP intentaba sacar algún nombre a colación, de inmediato estaba el comisario político con los vocablos de “fascista”, “nazi”, “extremoderechista”, “facha” y la larga, aburrida, previsible y falsa lista de descalificaciones. Se ha proscrito, por el qué dirán, cualquier movimiento de cultura heredero de los grandes nombres del siglo XX (Ernst Jünger, Carl Schmitt, Jean Cau, Julius Evola…), intelectuales aún vigentes, y con propuestas válidas ante homólogos izquierdistas que están, éstos sí, hace mucho caducados. Que el PP rompió definitivamente con el conservadurismo, y con cualquier conato de derecha cultural, no necesariamente heredera de la Nouvelle Droite fue, por ejemplo, la desaparición de la Fundación Cánovas del Castillo y de su línea de publicaciones, donde se editaron libros cuya salida ahora sería imposible.
 
Entiendo que algunos fragmentos del discurso de Rosa Díez en la investidura de José Luis Rodríguez Zapatero el pasado 9 de abril de 2008 hayan tenido, para algunos, el efecto de una llovizna de julio: la defensa de la nación española, el ataque a las lenguas españolas periféricas, la postura contraria a la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, la igual retribución de los funcionarios, la justicia independiente, la regeneración de la democracia… Pero no olvidemos, por favor, de dónde viene Rosa Díez y sus acólitos: de la izquierda jacobina. Y, la verdad, yo los miro con mucha prevención, pues el leopardo no puede ocultar sus manchas.
 
Quiero situarme en el votante del PP preocupado por una serie de temas, no demasiados, algunos de los cuales Mariano Rajoy sacó a colación cuando eran ya gestos para la galería y no medidas específicas que habría de haber desarrollado a lo largo de los años: restringir el aborto (UPyD está a favor del aborto), prohibir rotundamente la eutanasia (UPyD no se ha pronunciado), poner freno al flujo inmigratorio y tomar medidas drásticas respecto a los delincuentes e ilegales (UPyD está por los inmigrantes), oponerse al “matrimonio” homosexual (UPyD está a favor del citado), defender la unidad e integridad de España (de lo segundo, curiosamente, Rosa Díez no dice nada en su discurso…), buscar puntos de comunión con partidos europeos y de derechas (UPyD viene de la izquierda y se considera bisagra), apostar claramente por nuestras propias señas de identidad (es lo único salvable de las opciones de UPyD), defender una política educativa española (sin micronacionalismos, sin Al-Ándalus benefactor, sin la filigrana de la izquierda…), no avergonzarse por la guerra de Iraq (UPyD lo denomina “invasión”; supongo que respecto a la II Guerra Mundial serán simpatizantes del Eje y se posicionarán contra la invasión yanqui)… A mi entender, éstas son las cuestiones que preocupan al votante del PP, y no si la Sanidad o la Educación han de volver a decidirse en Madrid, recortando ventajas que gracias a políticas autonómicas (muchas de ellas de los gobiernos de mayoría absoluta del PP, no nos olvidemos) han llevado a mayor nivel de vida a muchos españoles.
 
El Partido Popular no puede jugar al solitario esperando qué carta va a salir del mazo y si le cuadrará o no con las que tiene destapadas. Ha de apostar por las ideas que movilizan al electorado y no se sitúan en ilusos centros, estúpidos progresismos, o rancios conservadurismos, sino en el amplio espectro de la Derecha: disciplina, orden, jerarquía, respeto, moral, patria, justicia, mito, y unidad de destino. Y el Estado ni se puede entregar a las masas ni se ha de regalar a los empresarios (posiblemente Rajoy aún se estará arrepintiendo, frente a la derecha más popular –la que en Francia vota a Le Pen–, de su apuesta Pizarro). Cuanto no sea esto será mera política fofa, como la de UPyD, quien desea situarse más allá de la izquierda y la derecha, o siendo las dos cosas a la vez.
 
Termino con la pregunta del encabezamiento: ¿Puede desaparecer el PP? El congreso de junio se espera como una refundación. Mariano Rajoy ha afirmado que dentro del partido caben centristas, liberales, conservadores, democristianos y socialdemócratas, y el ex diputado popular Joaquín Calomarde ya le ha dicho, desde su columna en un diario digital, que hasta ahora no ha sido así. ¿Maniobra para mantenerse de líder? ¿Pánico a la división del partido? ¿Emergencia de un grupo que suma al PP en la minorización? ¿Huída masiva de diputados o concejales electos a UPyD? No creo. Pero Mariano Rajoy le ha visto las orejas al lobo, y, es normal, tiene miedo.
 
Sin embargo, y desde otro punto de vista, no tan trascendente, todo parece más de lo mismo: terror a ser etiquetado de fascista, e intento desesperado por travestirse de todo lo contrario. El PP debería dar mensajes claros a sus electores, desde una postura de derecha sin prejuicios, proclamando lo que, en estos momentos en los que España y Europa van a la deriva, los ciudadanos desean oír. El PP sólo avanzará si marca su mensaje y se deja de coqueteos o luchas intestinas donde quienes las propulsan sólo quieren mandar, sin ningún cambio de ideas, y, sobre todo, con escasa cercanía por las que los europeos identitarios nos batiríamos sin fin.
 
Con el PP no es que tengamos asegurado nada, pero sin el PP, ¿no parecería esto un desierto de zapatos?

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