Es una amenaza concreta. Un senador, miembro del brazo político de las fuerzas de ocupación islámicas en el territorio europeo de la Mauritania Tingitana (o sea, marroquí), ha convocado una marcha –desconozco si cívica, policial o militar– para penetrar de manera ofensiva y retadora en suelo español. La fecha es el próximo 10 de diciembre de 2007. Se ha propuesto invadir parte de las tierras recuperadas por España para forzar a nuestro Gobierno a un diálogo sobre los territorios liberados de la invasión mora. Como si los árabes tuvieran algún derecho a reclamar la sagrada tierra de Europa en poder de nuevo de Europa.
Porque la historia nos la han contado al revés. Pasan los años, se pierde la perspectiva y la memoria, se arguyen políticas de hechos consumados, y los europeos, como siempre, agachan la cabeza y se avergüenzan de ser lo que son. En este siglo, ya hemos tenido dos claros enfrentamientos con el gobierno de Rabat: la invasión del islote de Perejil en agosto de 2002, para cuya solución hubieron de intervenir el ejército de España y la mediación diplomática de los Estados Unidos; y, en noviembre de 2007, las protestas ante las fronteras de Ceuta y Melilla por la visita de nuestros reyes a estas ciudades. En ambos casos, pero sobre todo en el segundo, los mandatarios del actual Estado de Marruecos acompañaron de aspavientos y amenazas las acciones. Se vieron secundados, cómo no, por analistas de aquí empeñados en ridiculizar la operación militar, tratar con desdén la “reconquista” del islote o empezar a barajar quién tiene más motivos para reclamar (o afirmar) su soberanía.
Seguramente, si los secuaces de ese senador alcanzan Perejil, harán ondear alguna bandera de Marruecos. O, es más, la dejarán clavada. Los progres y los conversos españoles hablarán de paz, respeto y sentido común. Quintacolumnistas de la ocupación mental, previa a la física, celebrarán de nuevo una derrota simbólica de España. Y sabremos otra vez a quién tenemos frente a nosotros.
El punto de vista que debemos adoptar los españoles, sin embargo, ha de ser el metapolítico, el trascendente. Perejil, al igual que el resto de plazas africanas, no es un fleco anacrónico del colonialismo occidental sobre los pobres pueblos africanos. Son territorio recuperado de la invasión árabo-islámica de los siglos VII y VIII. Tan europeo como Toledo, Alicante o Lisboa. Da igual cuántas centurias hayan pasado, pues para quien es patriota jamás deben prescribir las ofensas a Europa. El África romana fue asolada por tribus islámicas y, sin embargo, hasta la Baja Edad Media hubo continuidad de población cristiana y de lengua romance en enclaves de la Mauritania Tingitana. Por desgracia para los habitantes de esas tierras, ni a Castilla ni a Aragón les interesó África, y a Portugal la derrota en Alcazarquivir le hizo mirar hacia otros horizontes. Pero eso no quita para que dejemos de sentir todas esas tierras como nuestras, zonas ocupadas que fueron el lujo y el granero del Imperio Romano incluso cuando los bárbaros germánicos ya habían puesto sus analfabetas manos en la Ciudad Eterna. Con otras palabras, si en 1492 no había prescrito la invasión musulmana de 711, desconozco por qué habría de prescribir en 2007.
La Asociación de Militares Españoles ha solicitado que el ejército español haga acto de presencia en Perejil. Lo más posible es que el gobierno del PSOE, en su lamentable política de no dar la cara (Marruecos, Chad, Venezuela…), permita el paseo de un comando marroquí por nuestra patria. Y el manso Moratinos dirá que son pequeñeces. Pero que tengan en cuenta una cosa, cuando el senador y sus compinches sonrían, se estarán riendo de todos los españoles. De ellos, sobre todo.