El último 12 de octubre, en Barcelona. Me tocó agitar durante unos minutos la parte catalana, la senyera, de la inmensa bandera que cubría el paseo de Gracia. A mi lado, una señora muy entrada en años se esforzaba en la misma tarea. Me miró sonriente (se la veía emocionada), y me dijo con marcado acento de la tierra: "Al final, han conseguido convertirla en bandera española". Se refería a la misma senyera que todos alzábamos porque ahora es de todos.
El rey no está por encima de la ley ni por encima de nadie porque en esta democracia de churras y modistas todos somos iguales. Por supuesto: todos iguales. Pero todos no somos lo mismo. A la vista de cómo barren el patio los republicanos, de verdad que se le quitan a uno hasta las ganas del "Viva la República". Maldición.
Tampoco podemos obviar lo que parece comprobado: el trato denigratorio y en ocasiones violento que han sufrido algunos homosexuales en Rusia. La solidaridad con las personas injustamente tratadas es irrenunciable, sean cuales sean sus convicciones. Aunque, en este caso, el problema no es la legislación sino justamente la falta de rigor de esa legislación que debería proteger efectiva y eficientemente a todos.