Fui durante dos años profesor de inglés de Susana Díaz en el instituto Triana, de Sevilla. Esa que ahora fleta autobuses, como cuando Franco. Aún guardo la ficha con su foto: una joven cara simpática, y el cabello acaracolado y negro, entonces. No fue mala estudiante. Tampoco excelente. Un bien, entre el aprobado y el notable. Alumna inquieta y participativa, la seguí viendo después de continuo por la sede socialista, cercana a mi domicilio. Claro que andaba haciendo carrera política, y vaya si la completó. Y es una tontería que cuestionen su inteligencia por tardar diez años, parece, en hacer Derecho, que solía terminarse en cinco, antes de Bolonia. Está claro que fue la dedicación al partido lo que alargó su permanencia en la Facultad. De no haber estado tan enfrascada en lo que estaba, habría terminado a su tiempo. Seguro. Pero fue encarrilándose o fue encarrilada en la política, y jamás tuvo ya ocupación o cuita que no fuera para la cosa pública. Fue formada, dirigida, programada para lo que acabó siendo, sin tener nunca una nómina empresarial o una responsabilidad comercial, financiera o jurídica.
Pero no creo que mi exalumna tenga que preocuparse mucho por su pasar cotidiano, por más que este no vaya a ser tan luminoso y brillante como hasta ahora. Su partido no la va a dejar en la estacada, seguro. Ni debe.
Los “susanitos”, esa miríada de cargos y carguillos que ha ido acumulando el gobierno autonómico andaluz.
Caso muy distinto es el de los que llamo “susanitos”, esa miríada de cargos y carguillos que ha ido acumulando el gobierno autonómico andaluz, con personas a veces de valía y curriculo suficientes, cierto, pero muy frecuentemente con otras cuyas titulaciones y destrezas estaban por debajo del puesto que ocupaban, por más que soliera siempre haber un oscuro técnico que sacara las castañas del fuego, supiera redactar, conociese idiomas, dominase el tema, y así.
Claro está que muchos de esos nombrados por encima de su valor van a tener problemas para mantener el tren de vida y mando del que que sin merecerlo gozaban. O mereciéndolo solo por su fidelidad al partido. Por no hablar de posiciones redundantes creadas exprofeso para una persona, sin utilidad para nadie salvo para ese mismo individuo, y para el partido, claro.
No les consolará a esos futuros defenestrados que otros partidos puedan hacer las mismas y lamentables prácticas. Pero sobre todo en Andalucía, donde tan larga permanencia en el poder había creado un claro solapamiento entre el partido político y la administración pública en sí.
El hecho resulta penoso, nada ético y muy lesivo para los demás ciudadanos. Se coloca a una persona en un puesto donde va a ser remunerada, digamos con mucho más de lo que su preparación se merece. No importa tanto que funcione bien como saber que ese individuo va a ser fiel hasta la inmolación respecto al partido que le ha hecho triunfar en un lugar más alto de aquel al que, de otra forma, no hubiese soñado acceder. Está claro que ese ciudadano se inventará fidelidades, defenderá lo indefendible, hará todo lo que pueda y más hacia el grupo político que le ha dado más de lo que su preparación merece. Por conocer algo el sector educativo puedo referir los casos, por ejemplo, de los nuevos y numerosos inspectores que surgieron en su momento. Quizá el lector no sepa que antes, para ser inspector, había que ser catedrático por oposición, y luego pasar otras oposiciones igualmente duras. Ahora no. Los inspectores, sin prueba ninguna salvo su fidelidad al partido, salen de cualquier estadio de la carrera docente. En una de las últimas inspecciones en mi instituto, el referido visitador, que tenía la honrada titulación de maestro de EGB, no sabía siquiera inglés, y por inercia profesional pretendía que programásemos toda la asignatura ex novo, sobre libros magníficamente alambicados y programados por parte de editoriales con más presupuesto que toda la Consejería de Educación de la Junta, cosa que amablemente le indiqué.
Se comprende que funcionarios así teman ser defenestrados y enviados de nuevo a las aulas de su anterior destino. Caso distinto será y es el de quienes andan en la política por verdadera vocación y tienen categoría profesional suficiente para, una vez salidos de esta, ser reclamados en otras parcelas profesionales, sin menoscabo de prestigio o nivel de vida.
Los susanitos no. Y deben de ser bastantes, en todas las zonas de esta Administración autonómica. Comprendo su preocupación, en relación directamente proporcional a la diferencia que había entre cargo ejercido y verdadera capacidad de merecerlo. Pero si en alguna autonomía era menester un poco de lucidez y búsqueda de la excelencia en el puesto, era en la andaluza, donde tan poco merecimiento hay en tanto nombrado a dedo, con el inevitable deterioro de la cosa pública que ello conlleva. Y para qué hablar de toda esa generación, verdaderamente perdida, de personas bien preparadas, valiosas, ya imposiblemente útiles, que no podrán serlo por no haber pertenecido al partido y estar ocupados sus cargos y puestos por paniaguados. Desde catedráticos de universidad que lo han sido solo por ser hijos de o esposos de, hasta funcionarios de la administración local o autonómica. Verdaderas dinastías y consortes que han bloqueado durante casi cuarenta años la llegada de gentes más valiosas. Y por supuesto, luego dirán del franquismo…
Comentarios