Quizá usted tiene unos dinerillos ahorrados que no sabe dónde ni cómo emplear para que le rindan algo. Permítame pues que durante la lectura de este artículo me erija en circunstancial broker y encarecidamente le aconseje que invierta en alguna sociedad de tráfico de personas desde Asia Menor o África hacia Europa. No se va a arrepentir. Negocio seguro. A la vista está.
El lector le cobrará entonces un pastón a gentes y familias que van a quedar entrampadas de por vida, pero eso no debe importar al inversor, puesto que no va a conocer personalmente a ninguno de ellos, ni va a escuchar jamás sus quejas. Quizá los vea de manteros por ahí, pero sin identificarlos.
El inversor sabrá también que sencillamente está sobre todo contribuyendo a la expansión demográfica del Islam, religión practicada por el 95% de las criaturas que va a trasladar a Europa. Pero ello no debe preocuparle, pues serán los nietos o bisnietos del inversor, a quienes no conocerá, quienes tendrán que lidiar con el problema de un sector cada vez más amplio que no sólo no está dispuesto a integrarse en nuestra sociedad, legislación y costumbres, sino que, siguiendo consecuentemente su fe, está empeñado en convertir nuestro mundo en el suyo.
Tampoco deberá preocuparle al inversor en dichas sociedades mafiosas que toda esa oscura avalancha sarracena venga hacia países que son prósperos justo porque no son islámicos, pero ellos están dispuestísimos a que terminen como tales. El inversor obviará el pensamiento de que si Suiza o Noruega fueran musulmanas serían unas montañosas geografías cabreras, y que si Libia o Arabia Saudita no estuviesen bendecidas por el profeta por antonomasia, tendrían posiblemente un nivel de vida y de distribución de riqueza superior a las dos naciones europeas referidas.
Nuestro circunstancial capitalista destinará una pequeña parte de sus ganancias a distribuir por redes sociales fotografías y filmaciones de seres angustiados, por ahogarse, ahogándose o ya ahogados, mujeres o niños de mirada implorante, a poder ser los más guapos del grupo, emigrantes agradecidos saltando a tierra o siendo recogidos, alimentados y abrigados por personal del país europeo de desembarque. Dicho material gráfico tendrá un doble destino. A saber: los entornos productores de material humano emigrable, a fin de que vean el excelente trato que se les da a los recién llegados, y a los países europeos de arribada, para que las personas de buen corazón vean que sus gobiernos cuidan de los recién venidos, siempre que no los metan en los domicilios particulares de estas personas, que todo tiene un límite, por favor…
Dado que el continente africano tiene una población de unos mil doscientos millones de habitantes, tirando por lo bajo, nuestro inversor ha de saber que la mitad de ellos está más que dispuesta a hacer el periplo indicado, dejando bien llenos los bolsillos de las benéficas sociedades que los transportan hacia Europa. Y sólo hablamos de África. Además, por si le quedaban escrúpulos de conciencia a nuestro generoso capitalista, las últimas noticias le harán ver que el gobierno de España recibe a bombo y platillo a una considerable partida de clientes de las mafias referidas, lo que justifica la existencia de dichas compañías e incluso sería recomendable que a nivel estatal se contribuyera a su ampliación y desarrollo, dado el evidente beneficio para la humanidad que nuestros noticiarios propagan y nuestra piedad agradece.
En todo momento, en estos temas, recordamos al inversor que debe pensar sólo en sus ganancias inmediatas, en su tierno corazón y en el de los que ven las películas y fotografías de los periplos. El inversor nunca construirá el razonamiento más elemental.
Si algún interlocutor, evidentemente xenófobo, quisiera cuantificar el problema e interrogara al inversor sobre qué cantidad de inmigrantes considera suficiente para entrar en Europa, si un millón o diez por año, el inversor evitará hablar de cifras y se ceñirá a encomiables sustantivos tales como solidaridad, piedad, compasión o ayuda, sin olvidar nunca que en realidad está engordando las cuentas corrientes de las mafias en las que él ha invertido, y sin las cuales la riada humana sencillamente inexistiría.
Como colofón, recomendamos al inversor mafioso que cuando desembarque la remesa de turno, vaya al puerto que sea a recibir a los jubilosos recién llegados y se haga unas cuantas fotos junto a algunos de ellos, exteriorizando –con la mayor asepsia– el gozo de haber acogido a indefensas criaturitas, pero con la seguridad de que esos seres le han engordado el bolsillo. Es posible que en esos momentos, nuestro inversor esté físicamente junto a los capos que organizan tales desplazamientos, y palpará el contacto con los colectivos y organizaciones que las mafias protegen e incitan a la benéfica acción, todo como parte de una inversión que en los países de origen produce inmensos beneficios a conciudadanos que viven entre esos países y Europa, y con los que el inversor se cruzará frecuentemente, con aspecto de respetables hombres de negocios de piel un poco más oscura, bien tarjeados y cediéndole el paso en los restaurantes.
Y la de clientes que vendrán. Millones. Negocio seguro. No falla.