Trescientos

Compartir en:

No, que nadie espere de estas líneas una opinión sesuda. El que esto escribe percibe el cine a través de las vísceras y éstas me han dicho que “Trescientos” debo calificarla, bajo mi particular vara de medir —insisto—, de obra maestra. 

“Trescientos” es, dejémonos de rodeos, un largometraje tocahuevos y oportunísimo. No sé si oportuno por tocahuevos o tocahuevos por oportuno. Tanto da. Lo importante es que esta joyita del séptimo arte —o casi del octavo, porque hay una buena ración de efectos especiales— ha encabronado a la progresía-bien-pensante de los cuatro puntos cardinales y eso es síntoma de que el invento ha funcionado y funcionará.

¿Podría haber fracasado? Sí, si el fiero Leónidas le hubiera puesto el popo —Louis-Ferdinand Céline dixit— al sarasón de Jerjes y sus mesnadas multirraciales. Sí, si la reina Gorgo hubiérase amontonado con Theron, auténtico adelantado del “diálogo de civilizaciones”. Sí, si el jorobado Efialtes hubiese sido nombrado ministro del Ejército de Esparta. La progresía-bien-pensante, al menos, tiene el consuelo de poder palmar a voluntad en la Play Station. Afortunadamente nadie nos ha gastado la putada macabra y, así, “Trescientos” se nos muestra como un trepidante relato ciberépico, químicamente puro en su esencia, para consumidores que no hemos hincado —todavía— la rodilla. 

“Trescientos” es, con toda probabilidad, una de esas películas que, ahora que nuestros mozalbetes son prácticamente ágrafos, puede convertirse en un excelente antídoto contra ese pedo maloliente que se va a llamar “Educación para la Ciudadanía”. “Trescientos”, junto a otras obras maestras como “Nacimiento de una nación”, “Fahrenheit 451”, “Apocalipsis now”, “2001, Una odisea del espacio”, el “Cyrano de Bergerac” de Gerard Depardieu, nuestro “Alatriste” o lo último que está haciendo el australiano Mel Gibson, pueden —deben— desequilibrar la balanza y conseguir que Jerjes, que todos los Jerjes del mundo —incluidos los que llevan corbata, blanden móvil de última generación y saben utilizar el cubierto para el pescado—, no ganen en los despachos lo que palmaron en las campas de las Termópilas.

Como antiyanqui incorregible —e irrecuperable— que soy sólo le pongo un pero a la cosa: que es un producto de la Warner Bros. Pero, por otro lado, pienso Zeus también escribe recto sobre renglones torcidos y que si su director, Zack Snyder, en lugar de haber nacido en Wisconsin, hubiera visto la luz —pongamos por caso— en Madrigal de las Altas Torres, ahora mismo estaría sentado ante un tribunal y, por supuesto, enterradito en toneladas de babas de nuestra amada “policía del pensamiento”.

Háganme caso: no se la pierdan.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar