En las próximas elecciones voy a votar a un partido de esos de los que se dice que sirven para “tirar el voto”. Es decir, voy a tirar el voto. Podría votar al PP, pero no lo voy a hacer. En primer lugar, porque me da la realísima gana. En segundo lugar, porque el voto al PP en donde vivo —Valencia—, no me ha servido para nada en una cuestión que especialmente me toca los testículos.
Yo desearía que mi hijo estudiara en español —por cierto, yo no le llamo castellano, sino español, puesto que ni soy castellano ni tengo la más mínima intención de serlo—, un idioma que según el artículo 3 de la todavía vigente Constitución “es la lengua española oficial del Estado”.
Mi hijo, al estar siendo sometido a un proceso de normalización, es violentado día sí y otro también en sus más elementales derechos. Y con él, su madre y su padre. Otro artículo de la carta magna, el 14, lo deja bien claro: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Mi hijo habla español. Sus padres, también. Y por culpa del PP, cuando mi hijo acabe el bachillerato, acabará por no saber leer ni escribir en español, ni en valenciano, ni en inglés. Para colmo de males, los chavales de hogaño ni siquiera dan latín y griego —como di yo—, con lo que, cuando empiecen a afeitarse, se habrán transformado en unos soberbios “epsilones” para mayor gloria del Sistema.
¿Quién tiene la culpa de esto? ¿Carod-Rovira? No, señores, aunque parezca mentira, Carod-Rovira no tiene nada que ver. Todo eso se lo debemos a los vergonzantes pactos —¡La Moncloa bien vale una misa negra, qué puñetas!— entre Chemari Aznar y Eduardito Zaplana, de una parte, y el ex molt honorable Jorgito Pujol, de otra. Para colmo, lo que en Valencia el PP quiere colarnos —y nos cuela— por valenciano se parece como un huevo a una castaña a la lengua de Teodoro Llorente o Constantino Llombart. ¿O no, Pepito Comunitat Camps?
Definitivamente, las próximas elecciones voy a votar a un “partidito de mierda” que, en principio, es como la cabeza de un alfiler al lado de la Peñagolosa, pero que tiene la virtud de que esta cuestión la tiene clarísima. Y en negro sobre blanco. Además —¿qué quieren que les diga?—, no soporto la acidez de estómago que me produce la ingesta de ruedas de molino.