El ministro de Trabajo de Rumanía, Paul Pacuraru, en una reciente conferencia de prensa ofrecida en la ciudad de Iasi ha puesto sobre el tapete una de las situaciones más estrambóticas de nuestra amada “sociedad de mercado”.
¿Qué pasa en Rumanía? Muy sencillo: “Tenemos mucha oferta de empleo —dijo Pacuraru—. Los grandes inversores que han llegado a Rumanía nos han pedido seguridad sobre la mano de obra”. El ministro y senador del Partido Nacional Liberal, considera que para cubrir el déficit habría que echar mano de universitarios, adaptando urgentemente sus programas de estudios a la nueva situación, y de los aparatos funcionariales y las plantillas de las no muy eficientes empresas estatales. Falta gente. Pero para Pacuraru, dadas las urgencias, la mano de obra tendría que venir de… Asia.
Podría, así, darse la paradoja de que mientras los trabajadores rumanos se van en desbandada de su tierra —en España se calcula que a finales de 2006 eran 400.000 los rumanos “legales”—, la patria del celebérrimo conde Drácula podría llenarse en pocos años de de turcos y paquistaníes.
A primera vista suena a chiste, pero a mí —se lo juro— no me hace ni pizca de gracia. Y eso que no soy rumano.