Quienes hayan leído el artículo del sr. Juan R. Sánchez Carballido, brillante colaborador de esta casa, titulado “El extraño caso de la Falange de Ardales”, y no estén al tanto de la cosa quizá se hayan podido llevar una gran sorpresa.
Sin embargo, esta sorpresa se desvanece completamente cuando nos acercamos a la historia de este movimiento político, otrora omnipresente en la vida de los españoles, y en la actualidad reducido a una constelación de grupúsculos sin apenas penetración social y presencia institucional.
Particularmente me refiero de los años sesenta para acá. En efecto, con una Falange en avanzado estado momificación —llamada paradójicamente “Movimiento”— los grupos más jóvenes e inquietos empezaron a sentir en sus cerebros que la realidad casaba escasamente con los postulados de la llamada “revolución pendiente”.
¿Qué ocurrió? Pues lo que ocurre normalmente en casos parecidos: surgen las tendencias y, casi siempre, por la izquierda. Algo parecido a lo que ocurrió en Argentina con “montoneros”, aunque aquí a una escala mucho más reducida. Así, aparecen los revolucionarios-católicos del Frente de Estudiantes Sindicalistas (FES); los izquierdistas del Frente Sindicalista Revolucionario (FSR), muy próximos al pestañismo anarquista; los hedillistas —más tarde conocidos como auténticos— con evidentes tendencias izquierdizantes; los socialistas —socialdemócratas, diríamos mejor— procedentes de la agrupación de antiguos miembros del Frente de Juventudes —disuelto, recordémoslo, por Franco Bahamonde ya que esta organización se había convertido en un auténtico vivero de opositores al régimen del “18 de julio”—, capitaneados por Cantarero del Castillo, y otros grupos que, como sucederá en Madrid con la organización “Cinco Rosas”, pasarán directamente a la maoísta ORT o, en Barcelona, grupos vinculados a la llamada Guardia de Franco fundarán la trotskista LCR.
¿Los extremos se tocan? No, simplemente que el país estaba maduro para cambios profundos, el Régimen franquista no estaba por la labor y, como suele ocurrir en este tipo de situaciones —insisto—, el aire se escapa por el primer poro que encuentra.
Esto por un lado.
Pero hay otra cuestión que me llama la atención. Lo que me inquieta —seriamente— es que pudiera haber cristianos viejos que se rasguen las vestiduras por que en Ardales, falangistas, más o menos izquierdosos, y comunistas, más o menos desventados, puedan votar al unísono en una cosa concreta o que un alcalde de IU pueda serlo gracias a un puñado de “ovejas descarriadas”. Miren ustedes: acá en Valencia hay ayuntamientos del Partido Popular cuyo alcalde no podría serlo sin los votos de los separatistas —repito: separatistas; insisto: separatistas convictos y confesos— del Bloc Nacionalista Valencià…
Estamos hablando, señoras y señores, de un pueblo (del que, por cierto, ni siquiera había oído hablar hasta ahora). De si, supongo, se asfalta una calle, se da permiso para abrir una peluquería, o la reina de las fiestas tiene que ser elegida en el casino o en la discoteca de las afueras... En absoluto sobre lo que dijeron —o dejaron de decir— José Antonio Primo de Rivera o Vladimir Illich Lenin sobre la teoría del Estado.